lunes, 23 de agosto de 2010

No puedo imaginar que el patriotismo constitucional sea una idea de derechas - Jurgen Habermas - 2003

PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE CIENCIAS SOCIALES JÜRGEN HABERMAS Filósofo
"No puedo imaginar que el patriotismo constitucional sea una idea de derechas"
JOSÉ COMAS - Berlín - 15/05/2003
El filósofo alemán Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929), uno de los representantes más sobresalientes de la segunda generación de la Escuela de Francfort, fue galardonado ayer con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales por decisión unánime del jurado. El pensador dijo que viajará a Oviedo en octubre para recoger el galardón. Recordó sus viajes a España y afirmó en relación al concepto de patriotismo constitucional que él ha impulsado: "No puedo imaginarme de ninguna manera por qué de pronto deba ser un concepto de derechas si por su origen es una idea de izquierdas". El acta del premio, dotado con 50.000 euros y una escultura de Miró, califica a Habermas como "cumbre del pensamiento de nuestro tiempo".
A punto de cumplir el próximo 18 de junio 74 años, el filósofo alemán Jürgen Habermas podría dormirse en los laureles, mirar hacia atrás sin ira y contemplar una vida intelectual repleta de denso pensamiento y permanente polémica. No obstante, en una Alemania donde la edad media de jubilación se sitúa en torno a los 60 años, Habermas sigue en la brecha y participa en todos los debates de este tiempo. Hace tan sólo unos días publicó un largo artículo en el que desmenuza y tritura los argumentos favorables a la guerra de Estados Unidos contra Irak. Habermas es el gran pensador de la Alemania que surge de los años sesenta. En el semanario Die Zeit se llegó a titular un artículo sobre Habermas con un contundente "El Hegel de la República Federal". El periódico berlinés Tagesspiegel escribió hace poco más de una semana sobre Habermas: "Ese hombre es tan grande, que la mayoría de los que intentan palmearle en los hombros sólo le llegan a la pantorrilla". En su lugar de residencia desde que en 1994 se jubiló de su cátedra en Francfort, en Starnberg, al lado del lago donde se ahogó el rey loco Luis II de Baviera, Habermas concedió una entrevista telefónica a EL PAÍS.
"La izquierda tiene en Alemania una actitud clara de condena a los crímenes nazis"
"La guerra da un ejemplo desastroso para una futura superpotencia"
Pregunta. Supongo que usted no conoce Asturias. ¿Acudirá a recibir el premio?
Respuesta. Sí, naturalmente. Conozco España bastante bien, pero en Asturias no estuvimos nunca.
P. ¿Cómo conoció España?
R. Mi primer contacto con España se realizó hace medio siglo. Cuando era estudiante viajé cinco semanas a través de España, que en aquellos tiempos todavía era un país pobre, pero de una enorme riqueza cultural que me marcó mucho. Esa Andalucía árabe y el estricto catolicismo en El Escorial y en los cuadros del Prado. Siempre había querido conocer el país de Unamuno. Ya de estudiante este lúgubre existencialismo me había atraído mucho. Después pasé 25 años sin ir y sólo volví después de la muerte de Franco. Desde entonces he mantenido muchos contactos académicos y he estado allí muchas veces.
P. ¿Qué hizo durante el tiempo que trabajó como periodista?
R. Trabajaba ya de estudiante, antes de terminar el bachillerato, en la redacción de un pequeño periódico local. Soy de una ciudad pequeña, Gummersbach, y allí colaboraba con el periódico de Colonia Kölner Stadtanzeiger. Escribía crítica de teatro, de cine y de libros. Después de terminar mis estudios en la Universidad me gané la vida algunos años como colaborador del Frankfurter Allgemeine Zeitung y del Handelsblatt.
P. ¿Aceptaría que se le defina como un demócrata militante?
R. Sí, se puede decir eso.
P. ¿Cree usted que el Tercer Reich es algo único e irrepetible en Alemania?
R. En la historia ningún periodo se repite, pero tampoco creo que nosotros podamos recaer en una situación semejante. El caso es que en las primeras decádas aún no sabíamos con exactitud cómo se iba a desarrollar la República Federal. Mirando hacia atrás, hay que decir que la evolución ha sido positiva.
P. ¿Qué ocurrió en la polémica con el escritor Martin Walser?
R. Fue en el año 1986 y se dirigió contra algunos historiadores. Yo sólo critiqué los intentos de quitar importancia al periodo nazi y sus crímenes a base de establecer comparaciones con el Gulag soviético, que tampoco se puede minimizar. Las comparaciones no podían quitarle importancia [a los crímenes nazis].
P. Pero hay un cambio en Alemanía. Ahora aparece esa novela de Günter Grass [sobre el barco hundido por los soviéticos con fugitivos alemanes] o las publicaciones de Der Spiegel sobre los bombardeos sobre Alemania al final de la guerra. ¿Se puede decir que estos temas antes eran propiedad de los neonazis y ahora los ha asumido la izquierda?
R. Yo diría que aquí, en Alemania, la opinión pública en general, y no solamente la izquierda, tiene una actitud clara de condena ante el holocausto y los crímenes cometidos por los nazis. Esto está claro. El nuevo interés por las víctimas de la II Guerra Mundial se debe a la necesidad de recuperar ahora algo que no se había hecho antes. Es una manera de reelaborar un aspecto de nuestro pasado que efectivamente no habíamos reprimido del todo, pero que sí habíamos apartado a un segundo plano. Y creo que esto es legítimo. Mire usted, era muy difícil condolerse por los propios soldados cuando había que tener en cuenta todo el contexto en que ellos se habían sacrificado. Todo ese contexto estaba relacionado con un crimen.
P. ¿No cree usted que el cambio generacional en la élite de los políticos alemanes, el paso de la generación de Kohl a la de Schröder, lleva consigo el adoptar una postura de "yo no tuve nada que ver con aquello", que los alemanes se sientan menos reponsables?
R. No, no lo creo en absoluto. Por ejemplo, si se fija en alguien como
[el ministro de Exteriores] Joschka Fischer, él es muy consciente de todo lo relativo al pasado nazi. Y está claro que nunca habría sido posible lograr la reputación de la que goza hoy día en Israel si eso hubiera sido de otra forma.
P. El concepto de patriotismo constitucional que ha utilizado usted, ¿sabe que en España el partido de derechas que gobierna, el de Aznar, lo utiliza en su campaña electoral. ¿Cómo se siente usted ante esto?
R. Necesitaría conocer mejor el contexto. No puedo de ninguna manera imaginarme por qué de pronto deba ser un concepto de derechas, si por su origen es una idea de izquierdas, en tanto que se dirige contra la concepción nacionalista.
P. Por consiguiente, usted cree que ser de izquierdas y ser patriota no se contradice.
R. No. Si el patriotismo es un patriotismo que se orienta hacia los logros de la democracia, todos son patriotas.
P. Para muchos de los que crecieron durante la época de Franco, la palabra "patria" les produce alergia...
R. No hablo español y no sé qué decirle, pero en alemán yo tampoco utilizaría la palabra "patria" porque es un concepto devaluado por su contexto histórico. El caso es que un auténtico patriotismo constitucional se dirige contra esas formas nacionales de patriotismo que rechazamos.
P. ¿Qué le parece el debate actual en Alemania, donde se dice que la actual Constitución es un obstáculo para el desarrollo y modernización del país?
R. Creo que no hay que tomarlo en serio. Tenemos que conservar nuestro federalismo. Estamos orgullosos de nuestra Constitución. La Constitución española, por cierto, se elaboró en buena parte según el ejemplo de la nuestra y pienso que es una buena Constitución.
P. En su artículo sobre la guerra en Irak escribe usted sobre la fuerza normativa de lo fáctico. ¿No cree usted que, como ha escrito Enzensberger, el éxito de haber derrocado un régimen horrible legitima todo?
R. No, decididamente no. Mi motivo para escribir el artículo fue exactamente para aclarar por qué una consecuencia deseable no puede curar la ruptura constitucional con que se compró esa guerra. Esa guerra da un ejemplo desastroso también para una futura superpotencia. Imagínese usted a China dentro de 20 o 30 años. Uno no puede querer que China se comporte como actuó Estados Unidos ahora.

Diálogo abierto - Adela Cortina - 2003

TRIBUNA: PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE CIENCIAS SOCIALES ADELA CORTINA
Diálogo abierto
ADELA CORTINA 15/05/2003
La concesión del Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales a Jürgen Habermas trae a la memoria, entre otras cosas, aquella consigna de la primera generación de la Escuela de Francfort, la de Horkheimer, Adorno y Marcuse, heredada por Habermas como representante máximo de la segunda: es tarea de la filosofía y de las ciencias sociales lograr que Auschwitz no se repita. Que no se repitan no sólo el holocausto ofrecido por los nazis a sus degenerados dioses, sino cualquier sacrificio humano ofrecido a cualquier interés, que en tal caso será siempre espurio. Las ciencias sociales y la filosofía tenían que hacer su aportación a esta tarea con su peculiar modo de actuar, con el impulso emancipador que surge de la reflexión y la crítica, capaces de descubrir un criterio que nos permita distinguir entre lo que ocurre y lo que debería ocurrir, entre las normas que están simplemente vigentes y las que pueden pretender auténtica legitimidad al estar respaldadas por la razón.
En el aprendizaje moral radica el auténtico progreso, la emancipación auténtica
No hay saber neutral, todo conocimiento se pone en marcha por un interés
Fue por estas propuestas de emancipación y crítica por las que Habermas empezó a ser conocido en España, en el ámbito de las ciencias sociales, en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo. Se había doctorado con un trabajo sobre Schelling (1953), realizado su habilitación en Marburgo con Wolfgang Abendroth, jurista y politólogo socialdemócrata, y, aun antes de culminar su habilitación, Gadamer le ofreció un puesto de profesor en Heidelberg en 1961. Más tarde pasó a dirigir el Max-Planck-Institut, en Starnberg, y desde 1964 es profesor -ahora emérito- en la Universidad de Francfort. Su primer trabajo importante, El estudiante y la política (1961), se inserta en el marco del movimiento estudiantil de los sesenta, pero las publicaciones que en primera instancia le conquistaron lectores en nuestro país versaban fundamentalmente sobre tres asuntos sin duda entreverados entre sí: la lógica de las ciencias sociales, las crisis de legitimación en el capitalismo tardío y la elaboración de una teoría de la competencia comunicativa como pragmática universal.
Eran los tiempos en que el positivismo triunfaba en las ciencias sociales, reduciendo el ámbito del saber racional al de la explicación y los hechos, aquel mundo que más de un siglo antes había descrito Dickens en Tiempos difíciles. "Ahora lo que quiero son Hechos -decía míster Grandring en una escuelita al comienzo de la obra, expresando la más pura esencia del dogma positivista-. No enseñéis a esos niños y niñas nada más que Hechos". Frente al positivismo, Gadamer había propuesto la hermenéutica, el arte de la comprensión, como proceder propio en las ciencias sociales, donde nos las habemos con sujetos humanos a los que hay que interpretar, más que con hechos que se deben explicar. Pero, frente a la hermenéutica gadameriana, Habermas considera que no sólo se trata de comprender el mundo, sino también de transformarlo desde una hermenéutica que se presenta como crítica de la ideología.
Va esbozándose a partir de ella esa doctrina de los intereses de conocimiento, que Habermas compartió con su amigo y filósofo emblemático Karl-Otto Apel. No hay saber neutral -venía a decir la doctrina-, todo conocimiento se pone en marcha por un interés: en dominar los objetos, como es propio del saber técnico; en comprender a otros sujetos, desde las ciencias sociales; en emancipar al género humano, que es la meta de la teoría crítica. Teoría y praxis (1963), Ciencia y técnica como ideología (1968), Conocimiento e interés (1968) ven la luz en este contexto. Se perfilaban ya en esos intereses los dos tipos de racionalidad de la acción, que constituirían el núcleo de la aportación de Habermas y Apel: la racionalidad instrumental, que, llevada a las relaciones sociales, se convierte en estratégica, y la racionalidad comunicativa. Ambas se expresan a través del lenguaje, a través de los actos de habla, tal como los analizan una pragmática universal y una teoría de la acción comunicativa.
Ya desde 1971, en polémica con Niklas Luhmann, Habermas había esbozado las líneas de su pragmática universal, que recalaría en 1981 en su obra central, la Teoría de la acción comunicativa. En la acción social las personas pueden instrumentalizarse recíprocamente con vistas a lograr sus propias metas, o pueden coordinar sus planes de acción a través del entendimiento mutuo. En el primer caso se orientan por la racionalidad estratégica, consagrada como única racionalidad posible por las teorías de juegos y por explicaciones economicistas de la totalidad de la acción humana como las de Gary Becker. En el segundo caso se orientan también por la racionalidad comunicativa, que desvela la existencia de un vínculo entre los sujetos en forma de entendimiento y busca reforzar ese vínculo, reforzar la intersubjetividad.
Frente al individualismo abstracto de cualquier liberalismo que quiera interpretar el mundo como un conjunto de individuos atomizados, guiados por su racionalidad estratégica, maximizadora, el mundo humano es el de personas que se reconocen recíprocamente como interlocutores válidos, que devienen personas gracias a su relación con otras. El núcleo de la vida social no es el sujeto individual, sino el sujeto en relación de reconocimiento recíproco con otros sujetos. De ahí que el progreso social tenga que consistir no sólo en potenciar la ciencia y la tecnología, sino sobre todo en orientarlas desde el refuerzo de la intersubjetividad que compone el progreso moral. Porque las sociedades no sólo aprenden técnicamente, también aprenden moralmente, y en este aprendizaje, puesto en práctica, radica el auténtico progreso, la emancipación auténtica.
Desde estas claves ha ido tejiendo Habermas una teoría de la evolución social, que vio la luz en Problemas de legitimación en el capitalismo tardío (1973) o La reconstrucción del materialismo histórico (1976); una ética del discurso, expuesta en Conciencia moral y acción comunicativa (1983); una fundamentación del carácter normativo del derecho moderno y una propuesta de política deliberativa, plasmadas en trabajos como Facticidad y validez (1992) o La inclusión del otro (1996).
La teoría de la evolución social es una reconstrucción del materialismo histórico, que fió en el desarrollo de las fuerzas productivas y dejó en la sombra el refuerzo de las relaciones de interacción entre los sujetos que han de guiar el hacer técnico; la ética del discurso, que Habermas elaboró con Apel, lleva a entender que una norma es justa cuando satisface los intereses de todos los afectados por ella, descubiertos a través de un diálogo en el que participan en las condiciones más próximas posible a la simetría; la reflexión sobre los vínculos entre derecho, moral y política permite descubrir que moral autónoma y derecho positivo se complementan, que derechos humanos y soberanía popular se presuponen mutuamente; y una democracia deliberativa, acogiendo lo mejor de los modelos liberal y republicano, se propone reforzar el poder comunicativo como auténtico poder político, tras las huellas de Aristóteles y Hannah Arendt.
A comienzos del tercer milenio, Jürgen Habermas, que nació en Düsseldorf en 1929, continúa en la brecha de la filosofía y las ciencias sociales, reflexionando críticamente sobre el Estado posnacional, el multiculturalismo, la relación de la filosofía con la teología, la historia alemana reciente. Gracias a él la expresión "patriotismo constitucional" se convirtió en moneda corriente en el discurso político, y en los últimos tiempos ha tenido el coraje de enfrentar un asunto del que siempre se había mantenido alejado: la reflexión sobre la vida buena, en este caso de la especie humana. La eugenesia liberal, el perfeccionamiento de los individuos, podría poner en cuestión lo que la ética moderna considera como núcleo de la persona, la autonomía, y Habermas enfrenta la cuestión en El futuro de la naturaleza humana (2001) adentrándose en temas inéditos en su nómina.
Según cuenta el propio Habermas, poco antes de que Marcuse cumpliera ochenta años se preguntaban ambos cómo explicar la base normativa de la teoría crítica. Pero Marcuse no respondió hasta la última vez que se vieron, dos días antes de su muerte, ya en el hospital: "¿Ves?", dijo a Habermas. "Ahora sé en qué se fundan nuestro juicios de valor más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de los otros".
Es tal vez desde la compasión desde donde la razón humana descubre que no es miope como quieren los positivistas, que la clave de la vida social no es el individuo atomizado, sino personas que se saben vinculadas desde el origen, que la política precisa legitimarse desde el poder comunicativo, que lo justo no es atender a los pocos, ni siquiera a los más, sino a todos los afectados por las decisiones, a los que debe dejarse participar en un diálogo abierto para decidir cuáles son los intereses universalizables. Por eso las virtudes de la ética del discurso son la justicia y la solidaridad.
Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, y miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

Tony Judt - 2010

LA JORNADA
León Bendesky
S
e perdió una voz. No es tiempo para esas pérdidas. Nunca sobran la lucidez y la honestidad intelectuales. Menos ahora cuando se repiten tantos lugares comunes y se disputan tantos intereses que enfrentan el espacio indispensable de la libertad individual con la necesidad imperiosa de acuerdos, nuevos modos de contrato, en el terreno de la vida colectiva.
Se busca en demasía ese tipo de fama que dura apenas unos quince minutos. Son reconocibles hoy en ese escenario del mercado de las personalidades y los egos tanto de académicos, intelectuales, políticos y empresarios vueltos pensadores.
Pero eso no concuerda con una reflexión de largo aliento, formada en el estudio de los hechos sociales y también de las experiencias personales, en una amalgama que pone en evidencia la complejidad de los sucesos históricos y del pensamiento requerido para comprender y, sobre todo, para sospechar.
En fin, Tony Judt, que trabajó en el campo de la historia enfrentó la actual crisis del capitalismo fuera de las explicaciones más fácilmente asequibles y que usualmente son las más rentables.
En este sistema de producción, que incluye no sólo mercancías sino también explicaciones, estas últimas han sido producidas en demasía desde que estalló la crisis financiera en septiembre de 2008.
La sobreoferta de un producto, como sabe cualquier novato en los temas de la economía, tiende a hacer bajar su precio. Lo mismo pasa con la profusión de libros y artículos explicativos de la crisis.
Si aplicáramos en este caso un criterio básico sobre la eficiencia del uso de los recursos en el mercado veríamos sin mucho problema que su costo es hoy mayor que su beneficio.
La especulación es parte de la esencia misma de un sistema productor de mercancías en la que se usa un equivalente general que es el dinero. No es siempre dañina, pero es también parte de la naturaleza de este tipo de organización social llevarla al extremo. Como dijera Greenspan: la exuberancia irracional.
En ese campo se pueden discutir las minucias de los mecanismos y de los instrumentos disponibles para especular; se puede debatir sin límite sobre los alcances y las deficiencias de las formas de regulación que el gobierno impone a los agentes económicos; se puede, igualmente, tratar las debilidades de los arreglos institucionales vigentes.
Todo eso está hoy expuesto a una reconsideración general enmarcada, como siempre ocurre, en la contraposición de intereses políticos y económicos altamente concentrados. Algunos de ellos se exhiben de modo abierto, otros, quizás los más relevantes, se mantienen semiocultos.
Judt apuntó a otra dimensión del conflicto que significa esta crisis: la del modo de organización de la sociedad. Atinó, ahí está la cuestión. Su planteamiento fue consistente con su origen inglés, su formación europea y la confrontación con el neoliberalismo estadunidense desde su puesto en la Universidad de Nueva York.
Reivindicó la política de la socialdemocracia y el pensamiento keynesiano que va más allá de la gestión de la demanda agregada en una economía y su significado para las políticas públicas.
El libro que publicó en 2010, unos meses apenas antes de sucumbir a una devastadora esclerosis lateral amiotrófica que acabara con él el 6 de agosto pasado, lo tituló Ill Fares The Land, que puede entenderse como La tierra sufre. Ahí planteó una discusión amplia y coherente sobre la social democracia y los balances sociales que pudo construir en una época también de crisis social y económica como la actual.
Lo que es rescatable es forzar el pensamiento hacia la exigencia de ese tipo de balances que hagan operativa y funcional la estructura social, y contengan las continuas deformaciones que se gestan en el curso del desenvolvimiento material, tecnológico y eminentemente político.
Esta no es una época en que se perciba la posibilidad de cambios sustantivos en el orden social. Vaya, no aparece en el horizonte una ingeniería capaz de reformular una cierta manera de organización que haga compatible la generación de riqueza con un tipo de apropiación que provoque menos degradación general de las condiciones de vida.
El fin de la guerra fría que anunciaba para algunos el predominio del capitalismo sin contenciones, las terceras vías y hasta el final de la historia ya está superado. Los consensos ideológicos revestidos de técnicas de políticas y reformas económicas están relegados. No hay, en cambio, una imaginación renovada para organizar una sociedad global agobiada por la decadencia ambiental, el desempleo y la precariedad laboral, una nueva forma de presión demográfica y un Estado aturdido y sin identidad.
Judt contribuye pensando y alzando cuestiones que no han caducado en esta sociedad postindustrial, postmoderna o como quera que se le haya caracterizado.
En otro libro llamado Revaluaciones pregunta acerca de los límites del Estado democrático, del balance de las iniciativas privadas y el interés público, de la libertad y la equidad. Señala que el miedo resurge como un ingrediente activo de la vida política en las democracias occidentales.
Hay que darle un valor renovado a los modos de pensamiento que se contraponen de modo frontal al de carácter único. En la actual mansedumbre del pensamiento convencional y del que quiere ser crítico, Judt deja una estela saludable.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Fallece el principe Carlos Hugo de Borbón-Parma, dirigente de los carlistas - 2010

EL PAÍS
Fallece el príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma, dirigente de los carlistas
SANTIAGO BELAUSTEGUIGOITIA 18/08/2010
España es hoy un poco más pobre tras la muerte de un histórico líder político. El príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma ha fallecido en Barcelona a los 80 años a causa de un cáncer de próstata. Carlos Hugo simbolizó la conversión del carlismo, una formidable fuerza política de derechas que apoyó a Franco en la Guerra Civil, en un movimiento político de izquierdas.
Irene de Holanda obtuvo ayer el divorcio de Carlos Hugo de Borbón Parma
La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
La mayoría de los carlistas apostaron, gracias al príncipe Carlos Hugo, por romper con los vencedores de la contienda y sumarse a la lucha por una España en democracia. En la Transición, los carlistas fueron de la mano de liberales, socialdemócratas, socialistas, democristianos, comunistas y nacionalistas vascos y catalanes, unidos en un objetivo: el triunfo de la democracia y la destrucción de los últimos rescoldos de la dictadura.
Apuesto, elegante y trabajador, Carlos Hugo fue bastante popular en la España de la Transición, sobre todo en el País Vasco y Navarra, tradicionales feudos de los carlistas, cuya contribución al triunfo de los rebeldes fue decisiva en la Guerra Civil. No en vano los soldados y capitanes carlistas eran grandes guerreros cuya tradición se remontaba a personajes célebres por su valentía y ferocidad como Zumalacárregui y Cabrera, conocido como el Tigre del Maestrazgo. Ambos militares carlistas hacían temblar a media España en el siglo XIX y causaban admiración en muchos europeos que abominaban de la Revolución Francesa y sus frutos.
Carlos Hugo consiguió que todo este movimiento de hombres y mujeres duros e idealistas abandonara sus veleidades tradicionalistas para incorporarse a la democracia. Es cierto que hubo otros carlistas, encabezados por su hermano Sixto, que fueron fieles al tradicionalismo de sus ancestros. Pero fueron una minoría. Y quedaron derrotados para siempre tras los sangrientos sucesos de Montejurra (Navarra), que pusieron de manifiesto el fracaso de los carlistas más tradicionalistas y ultraderechistas.
Sin embargo, el príncipe Carlos Hugo no obtuvo grandes réditos de su audaz jugada. Los electores no premiaron su esfuerzo y el Partido Carlista obtuvo pobres resultados en España en los comicios democráticos. Los carlistas quedaron reducidos, así, a pequeñas esferas de poder en algunas localidades, en especial de Euskadi y Navarra. Muchos votantes fueron escépticos ante el programa de "socialismo autogestionario" que defendían los carlistas de Carlos Hugo. No se creían que los carlistas, que habían ocupado ministerios con Gobiernos de Franco, se hubieran hecho de izquierdas y tuvieran entre sus modelos políticos a la Yugoslavia de Tito.
El príncipe murió rodeado de toda su familia tras recibir los Santos Sacramentos y la bendición apostólica, según informaron fuentes familiares en un comunicado. El pasado 4 de agosto, su familia difundió otro comunicado en el que se afirmaba que el estado de salud de Carlos Hugo no era "bueno" y que estaba "en manos de Dios".
"Lo único que os pido es serenidad y que sigáis adelante con nuestro proyecto de libertades, expresión moderna de nuestros antiguos fueros" afirmaba Carlos Hugo en el comunicado. El príncipe pedía a sus partidarios, a través de ese escrito, que siguieran apoyando a sus hermanas María Teresa, Cecilia y María de las Nieves y a sus hijos Carlos Javier, Jaime, Margarita y Carolina.
Carlos Hugo señaló a Carlos Javier como "futuro jefe" de una dinastía que ha estado en el origen de tres contiendas civiles. Las tres guerras carlistas han pasado a la historia por la multitud de episodios de heroísmo y ferocidad protagonizados por ambos bandos. La audacia y la garra de los carlistas llenó de miedo a muchas personas partidarias de que España se incardinara en el siglo XIX en la Europa más liberal.
Los hijos de Carlos Hugo fueron fruto de su matrimonio con la princesa Irene de Holanda, de la que se divorció en 1981. Son, pues, descendientes de reyes carlistas legendarios como Carlos VII y de una dinastía, la holandesa, que combatió con heroísmo a los invasores nazis en la II Guerra Mundial.
Carlos Hugo nació en París en 1930. Fue el primer hijo varón de don Javier de Borbón-Parma y Braganza. Era descendiente directo por vía paterna, al igual que la Casa Real española, de Felipe V, primer rey Borbón en España. Los Borbones sustituyeron a los Austrias, cuyo último monarca fue Carlos II el Hechizado, un pobre hombre enfermo y sin fuerzas aquejado de mil dolencias por culpa de la salvaje endogamia de su familia.
En 1975, tras la abdicación de su padre, Carlos Hugo se convirtió en cabeza dinástica de la Casa Borbón-Parma. En 1977, fue elegido presidente del Partido Carlista. Abandonó este partido en 1979 tras intentar, sin éxito, conseguir un escaño en las elecciones generales. En 1978, había declarado no tener ninguna pretensión de convertirse en rey de España.
Mañana, jueves, a las 18.00, se celebrará una misa en el tanatorio barcelonés de Sant Gervasi (Carles Ribas, 10) en recuerdo del príncipe y líder político de los carlistas.

La ética en la acción política - 2010

EL PAÍS
OBITUARIO: Fallece Félix Pons a los 67 años
La ética en la acción política
Félix Pons, presidente del Congreso en la última legislatura de Felipe González
ANDREU MANRESA / ANABEL DÍEZ 03/07/2010
"Mi profesión, mi vocación, es la de abogado, la política es un paréntesis", advertía Félix Pons Irazazábal (Palma, 14 de septiembre de 1942), que ayer murió a los 67 años, para subrayar su pasión por el derecho y cierta distancia hacia los políticos profesionalizados. Sí, un paréntesis pero muy intenso, de 10 años en la presidencia del Congreso y casi dos anteriormente como ministro de Administración Territorial con Felipe González, en los que vivió la política con dedicación y con extremado sentido ético. Y, antes, comprometido con las libertades en la dictadura.
Jurista y humanista, siempre le preocupó la calidad de la democracia
Su afán por el respeto a las reglas de juego democrático le hacía sufrir enormemente con las maniobras y la práctica política de bajos vuelos. Prudente, discreto, desarrolló la presidencia del Congreso de forma exquisita, haciéndose respetar en tiempos de extremada dureza entre partidos. Al perder el PSOE las elecciones en 1996, Félix Pons, socialdemócrata y cristiano, regresó a su bufete de Palma de Mallorca y a las clases de Derecho Administrativo en la Universidad de las Islas Baleares (UIB), de la que era doctor honoris causa. Ayer murió en una clínica de Palma, casi un año después de que un cáncer mostrara sus síntomas cuando realizaba un crucero con su familia por el mar del Norte.
Gran apologista de la Transición y en especial de la Constitución -"es como el aire"-, tuvo la política como un servicio civil. Emparentado con la familia del prócer Antonio Maura, en la vida siguió el ejemplo de su padre, Félix Pons Marqués, democristiano antifranquista, que fue desterrado por participar en el llamado contubernio de Múnich (denominación peyorativa que el franquismo dio a la reunión de numerosos opositores al régimen, de tendencias ideológicas diversas, en la capital bávara en 1962).
Los retratos de su padre -ex presidente del club de fútbol Mallorca y del Banco de Crédito Balear- y de su amigo asesinado por ETA, el ex presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente, estaban ubicados como referencias en su gabinete de jurista, al que cada mañana acudía casi de madrugada con los periódicos leídos. Su amplísima cultura le situaba en la órbita infrecuente del político intelectual, gran jurista y humanista, por vocación, formación y actitud. La poesía y la ópera estaban entre sus aficiones, junto a su alineamiento futbolístico con el Barcelona y el Palma.
Tras salir de la presidencia del Congreso en 1996, se apartó de la vida de partido, en la que entró en 1974, afiliándose al PSOE aún en la clandestinidad, para reconstruir el partido con otros muchos jóvenes que apenas se conocían. Llegó a ser secretario general del PSOE de Baleares y después presidente del partido. En 1983 encabezó la primera candidatura autonómica. Empató a escaños con Gabriel Cañellas de Alianza Popular (el actual PP), pero entonces apareció la bisagra Unió Mallorquina (UM) y decantó el poder hacia la derecha tras un pacto auspiciado por los banqueros March. Su gran oratoria hacía aún más visible la denuncia de la entonces cerrada sociedad insular, así como de los primeros escándalos de corrupción. Lo que vino en llamarse Baleares, SA.
Su apartamiento de la política no significó que se sintiera ajeno a lo que ocurría. Buena prueba de ello daba cada 6 de diciembre cuando acudía invariablemente a la conmemoración en el Congreso del Día de la Constitución. Pons aprovechaba para reunirse con colaboradores y amigos de su etapa de presidencia. Sus reflexiones seguían cautivando por su profundidad y finura. Mantenía su preocupación por la calidad de la democracia. No hace mucho anotó este comentario: "Lo que vemos desbarata cualquier sensación de bienestar que pudimos llegar a sentir, confortablemente instalados en la calidez de nuestras estufas y de nuestros libros".
Su esposa, Carmen Aguirre, y sus tres hijos, y ahora sus nietos, fueron el motor esencial de su vida. También mantuvo siempre una estrechísima relación con su hermano Josep, Pepe, embajador de España en Austria. "El mundo visto tras el cristal de las ventanas no logra impregnarse de la serenidad del aguanieve que cae, ordenada y pacífica", contestó por correo electrónico en febrero pasado mientras Palma vivía un día de frío y nieve y él se recuperaba de una sesión "de reclusión forzosa" de quimioterapia.

¿Socialdemocracia o socialismo autogestionario - 1978

EL PAÍS
TRIBUNA: CARLOS HUGO DE BORBON PARMA
¿Socialdemocracia o socialismo autogestionario?
CARLOS HUGO DE BORBON PARMA 30/05/1978
Hasta hace cinco años el carlismo, era el único partido que, en nuestro país, defendía el principio autonómico como base de la unidad federal del Estado. Hoy, casi todas las tendencias políticas han aceptado este concepto, incluso amplios sectores de la misma derecha.Hasta hace apenas cinco años el Partido Carlista era el único partido, a nivel del Estado español, que defendía el socialismo de autogestión. Hoy, las tendencias más amplias de la izquierda aceptan este mismo principio.
Presidente del partido carlista
Escenografía, vestuario e iluminación: Carlos Cytryrowski. Intérpretes: Aurora Bautista, Vicky Lagos, Encarna Paso, Carla Cristi, Alberto Fernández, Jaime Redondo, Félix Rotaeta, Carlos Lillo, Juan Llaneras, Fernando Villarroya y Nicolás Dueñas. Teatro Martín.
Hasta ahora, el Partido Carlista era el único partido socialista que proponía se utilizara el análisis marxista como una metodología y no para supeditar el pensamiento y, la acción socialista bajo la égida de una filosofía determinada. Hoy, en el mundo, amplios sectores del socialismo están evolucionando en esta misma dirección.
Esta evolución moderna del socialismo nos plantea tres problemas:
1. Si el empleo de una metodología marxista, sin dogmatismo filosófico, quiere decir que el socialismo tiene que ser socialdemocrático.
2. Qué es el sistema socialdemócrata en el mundo actual.
3. ¿Quiere esto decir que la socialdemocraci de tipo nórdico representa el ideal del socialismo plural en su filosofía y unido en su acción?
Socialdemocracia y partido único
Empezando por esta última pregunta, ¿representa la socialdemocracia este ideal de socialismo plural? La contestación puede ser sí o no, según para qué se quiera utilizar un partido político.
Si un partido político, que se define socialista, se quiere utilizar simplemente como máquina electoral, para construir un aparato que sirva principalmente como antagonista a la derecha, es mejor que haya un solo partido socialista. En este caso el contenido ideológico, es decir, el posible proyecto de sociedad, puede ser difuso, o, como mucho, definido solamente por lo negativo: no ser de derecha.
Pero si un partido político socialista quiere ser un grupo de opinión con su propia ideología, con su propio proyecto de sociedad, si quiere ser un canal de participacion popular, si quiere ser una escuela de pensamiento, de análisis y de liberación de la capacidad creadora, es evidente que las cosas toman otro cariz. No podrá haber, entonces, un solo partido socialista, sino varios partidos socialista y comunistas, etcétera. Tendrá que haber varios partidos, porque habrá varios proyectos de sociedad y el diálogo pluralista llevará a los compromisos políticos que dan a la democracia no sólo el valor de una alternativa de grupo en el poder, sino el valor de una alternativa de sociedad alcanzada por el diálogo popular.
Un partido socialista único nos parece, por tanto, un acierto desde una perspectiva simplemente electoral y un desacierto desde una perspectiva de la promoción democrática del pueblo.
La socialdemocracia no es un partido político, es un sistema
La segunda pregunta que nos plantea la evolución actual es: ¿qué es, realmente, la socialdemocracia?
La socialdemocracia, más que un partido político, es hoy día un sistema. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla y además científica o experimental.
¿Qué diferencia existe, de hecho, entre la política llevada por ,los partidos de izquierda o de derecha en todos los países nórdicos con sistemas más o menos bipartidistas? Prácticamente muy poca. Derecha e izquierda, a pesar de representar a unos electores con motivaciones muy diversas, cuando no profundamente contrapuestas, con ideologías no pocas veces antagónicas, realizan, en la práctica, la misma política: Inglaterra, Alemania, Austria o Suecia. son ejemplos de esta realidad experimental.
¿Por qué? Por esta razón científica: el electorado se divide, no sólo por su postura ideológica, sino, en gran parte, en función del voto útil, es decir, en pro o en contra de tal o cual aparato electoral. La elección es más una operación publicitaria para escoger el equipo gobernante que la liberación de la capacidad crítica del ciudadano. El resultado es la simple aiternativa en el poder de dos equipos políticos de signo aparentemente opuesto, pero de política parecida. La derecha quiere siempre demostrar que es progresista y .,a izquierda que es económicamente eficiente. Ambas, en el fondo, practican la socíaldemocracia. Por ello, y en esas condiciones, ya no existe realmente un partido socialdemócrata. Existe un sistema socialdemócrata que es el que domina en los países europ,-os del Norte. Socialdemocracia que practican, finalmente, casi tanto el sector conservador como el progresista.
Por ello, para ser socialdemócrata no es preciso ni aceptar ni rechazar el rnarxismo ni ideología rígurosa alguna. Se puede llegar a la socialdemocracia tanto desde la perspectiva socialista como desde la. perspectiva de una derecha civilizada.
Valoración del sistema socialdemocrático
No obstante, conviene valorar con objetividad los éxitos que la socialdernocracia ha conseguido, por lo menos en aquellos países más avanzados socialmente:
Una dinámica económica desconocida en los anteriores cien años de capitalismo sin trabas.
Una dinámica social hacia la igualdad-, impensable antes de la puesta en marcha de las soluciones socialdernocráticas.
Una dinámica hacia la igualdad de oportanidades, especialmente a traves de la educación, que parecía totalmente utópica hace solamente cincuenta años.
Una dinármica para conquistar la seguridad social que ha permitido realizar el sueño de la Humanidad desde sus inicios: erradicar la miseria.
Estas son las conquistas del sistema socialdemócrata y, además, conquistas rcaílzadas por una vía evolutiva., admitiendo la lucha y la presión del movimiento obrero.
Pero, ¿cuáles son sus aspectos negativos? Fundamentalmente, dos: la aceptación de una filosofía materialista que adora el «becerro-de oro» del crecimiento capitalista, y el paternalismo burocrático estatal, que transforma la sociedad en una gran compañía de seguros y repartos y no en una comunidad de hombres responsables.
¿Es la socialdemocracia el futuro de España y él socialismo del futuro?
El sistema socialdemócrata puede ser, probablemente, para España, una fase del proceso de transición de un capitalismo dictatorial y salvaje, que hemos conocido hasta ayer, a un capitalismo templado en el que se introduzcan una serie de valores democráticos sociales, condiciones útiles a toda evolución pacífica hacia un futuro socialista.
Pero esta evolución, incluso para llegar simplemente a la solución socialdemócrata, sólo se podrá dar si existe una fuerte presión por parte de los partidos socialistas que apuntan hacia este futuro socialista. Más aún si se considera el sistema socialdemocrático como una transición histórica para llegar a otra dimensión de la democracia, a otra dimensión del socialismo y, sobre todo, a la dimensión de un socialismo del futuro.
Hacia el socialismo del futuro. El proyecto carlista
Ahora podemos contestar a la primera pregunta, a saber: si el único socialismo no dogmático filosóficamente es por necesidad el socialdemócrata. Es evidente que no. Habrá ciertos sectores socialistas que considerarán la socialdemocracia como el ideal. Pero hay otros sectores, como el carlista, que lo consideran simplemente como una posible vía histórica útil. Considera el carlismo que el socialismo debe de ser algo más que una estrategia y debe apuntar a un modelo de sociedad deseable y alcanzable.
El socialismo tiene que tener otra dimensión. No se puede limitar a presentar soluciones al capitalismo y no puede tampoco limitar sus propuestas al terreno económico, reivindicando los derechos económicos de la sociedad frente a los derechos económicos de la propiedad. También tiene que reivindicar la reapropiación no sólo de los medios de producción, sino, sobre todo, de los medios de decisión.
El gran llamamiento de la sociedad moderna, del hombre modeino es, precisamente, a la participación: participar en la empresa, participar en el sindicato, participar en el barrio o municipio, participar en la provincia, region o nacionalidad, participar en las agrupaciones de base del partido y en el nivel de decisl ón del mismo. El gran desarrollo del nivel cultural e informativo de la sociedad moderna hace posible esta democracia de participación. Lo que es posible y, además, deseable se hace necesario. Es una ley de la historia.
Solamente una nueva actitud socialista es capaz de realizar la creación de estas nuevas fronteras de convivencia y de unos nuevos modelos de civilización, capaz de permitir escapar al dogmatismo filosófico o al hegemonismo de un solo partido, de un solo pensador, capaz de aceptar todas las fuentes del socialismo. Desde Marx, Engels, Rosa Luxemburgo o Gramsci; desde Owen, Saint Simon o Fourier; desde Proudhon, Bakunin o Kropotkin; desde Fernando de los Ríos o Besteiro; desde Abad de Santillán; desde las perspectivas cristianas y desde la perspectiva carlista.
El socialismo tiene que abrir las nuevas fronteras de la democracia. Dar a la sociedad la dimensión humana del pleno desarrollo del hombre en una comunidad capaz de autogobernarse, de autoadministrarse, de autorrealizarse. Una comunidad donde exista:
«Libertad para escoger, socialismo para compartir, federalismo para convivir, auto.estión para decidir.»
Esta es la dimensión del socialismo del mañana. Este es el socialismo humanista, pluralista y federal que propone el Partido Carlista por la vía de la autogestión global.

Un siglo de orgullo socialista en París - 2010

EL SIGLO
El PSOE celebra el centenario de su sección francesa
UN SIGLO DE ORGULLO SOCIALISTA EN PARÍS
La sede del Partido Socialista (PS) francés, en la calle Solférino de París, a dos pasos del Boulevard Saint-Germain y del río Sena, acogió a los militantes de la agrupación del PSOE de la capital francesa el pasado 6 de febrero, en un acto en el que se afirmó el orgullo de pertenecer en el extranjero a una familia política que acaba de cumplir cien años. La estrella del encuentro fue la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, que visitó París para sacar pecho de historia socialista aprovechando el siglo de militancia en Francia de una sección parisiense que ha destacado por haber albergado en ella a grandes figuras de la izquierda española y de la Segunda República, como Juan Negrín o Francisco Largo Caballero.
Por Salvador Martínez (París)En el PSOE somos como mis hijos, que cuando tienen un cumpleaños, quieren celebrarlo tres o cuatro veces", manifestó en la sede del PS francés Javier Moreno, secretario general del PSOE-Europa y eurodiputado en la pasada legislatura. Sacando una sonrisa a los presentes del encuentro celebrado en la salón de actos de la sede de los socialistas galos, Moreno se refería a que el evento de París era una celebración más del siglo de historia que cumplió el PSOE-París el pasado 24 de octubre. Sin embargo, el cumpleaños celebrado a principios de este mes contó con la presencia de Leire Pajín, que sólo apareció en un vídeo en la fiesta del aniversario número 100 de los socialistas españoles en la capital gala. "Si estamos empeñados en celebrar nuestro centenario una y otra vez es porque lo hacemos desde las entrañas", reaccionó Pajín a las palabras del responsable del PSOE-Europa. Según ella, si desde el PSOE-París se mira hacia atrás, se encuentra "100 años de dignidad, de lucha por la libertad, por la democracia y por la justicia". Por ello, la secretaria de Organización del PSOE sacó pecho en su visita a la capital francesa. "Es un orgullo estar junto a unos compañeros y compañeras por los que tengo especial cariño al haber desarrollado su militancia en Francia, un país que ha significado mucho para los socialistas españoles", afirmó Pajín desde la tribuna.
Tanto es así que en la agrupación parisiense del PSOE han militado figuras como Tomás Meabe, fundador en 1903 de las Juventudes Socialistas de España, Juan Negrín o Francisco Largo Caballero, respectivamente, último y penúltimo presidente del Gobierno de la Segunda República y cuyos restos mortales descansan en el cementerio de Pére Lachaise, que se encuentra en el undémico distrito de la capital gala. También conocieron la militancia en París Ramón Rubial, predecesor en la Presidencia del PSOE de Manuel Chaves, o Carmen García Bloise, antecesora de Pajín al frente de la secretaría de Organización federal del partido. Por su puesto, no todas las figuras del socialismo español en Francia estuvieron afincadas en París, pues, por ejemplo, el condecorado el pasado mes de noviembre con la Orden de Isabel la Católica, José Martínez Cobo, recibió ese galardón en su ciudad de acogida, Toulouse.
Pero el encuentro de hace dos sábados estuvo dedicado no sólo a los Largo Caballero, García Bloise o Martínez Cobo, sino también a los militantes anónimos exiliados que mantuvieron "viva la llama del socialismo", según los términos de Pajín. La deuda de "nuestro país con ellos jamás será saldada", señaló la secretaria de Organización, que arrancó aplausos entre los presentes al recordar a las figuras clave de la historia del socialismo que pasaron por París y a todos los que, tras la Guerra Civil, pusieron "su legitimidad personal y pplítica" al servicio de una España "para todos".
Según las investigaciones del historiador Javier Cervera, autor de La guerra no ha terminado. El exilio español en Francia, 19441953 (Ed. Taurus, 2007), entre 150.000 y 200.000 españoles se refugiaron en el país vecino tras la caída de la Segunda República. Entre ellos, "la importancia de los socialistas era pequeña", explica Cervera en declaraciones a EL SIGLO, antes de subrayar como causa principal de esa escasa incidencia que, tras el final de la Guerra Civil española, en el PSOE hubo "disensiones internas muy graves, que estallaron con la Segunda Guerra Mundial, implicando la separación entre 'negrinistas', 'prietistas', etcétera". "La militancia de los socialistas, que no eran una gran masa, destaca más que la de los comunistas, que la de los nacionalistas y por supuesto, que la de los anarquistas, aunque resultaba inoperante por las divisiones internas", dice el autor de La guerra no ha terminado. El exilio español en Francia, 19441-953.
Pero fue Francia el país donde se acabó sumando un gran número de exiliados, y con ello de socialistas, tras las emigraciones registradas antes de los años 30, tras la Guerra Civil, después de la Segunda Guerra Mundial y durante los años 50, 60 y 70. Según apunta Cervera, pese a una militancia difícil, debido al riesgo de estigmatización por "comunismo" en el contexto de Guerra Fría, las divisiones internas y la anulación del antifranquismo español en Francia por parte de un ejecutivo galo pragmático en sus relaciones con Franco, la proximidad geográfica francesa facilitó que el PSOE pudiera renacer en el Congreso de Suresnes, en 1974. "El exilio y la mayor parte de los socialistas estaban en Francia, especialmente en el sur, donde se reagruparon para, en el momento en que cayera el régimen de Franco, poder tener un papel protagonista", agrega el historiador.
Actualmente, los socialistas españoles en París, como los que están en el resto de Francia, van dejando atrás las etapas más oscuras del pasado y suman en sus filas jóvenes que aterrizaron en territorio galo gracias a Europa. Prueba de ello es que el actual secretario general de la agrupación parisiense, Agustín Tizón, sea un joven de 33 años al que es recurrente oírle decir que llegó a París con "una beca Erasmus" y que no ha pasado por "todo" lo vivido por sus compañeros de militancia.
La celebración del siglo de vida del PSOE-París llenó de ciudadanos españoles la sala de eventos de la sede del PS francés, siendo Anne Hidalgo, nacida en Andalucía, hija de inmigrantes españoles pero, sobre todo, teniente alcalde de la capital de Francia, uno de las pocos ciudadanos galos presentes en el acto. Según calificó Moreno a Hidalgo, ella es un "agente doble", dado su compromiso con los partidos socialistas situados a ambos lados de los Pirineos.
La ex secretaria nacional del PS para los medios de comunicación y la cultura intervino en la sede de su partido para recordar, como ya hizo en declaraciones a este semanario en 2006, que los socialistas españoles son "un ejemplo" para el principal partido de la oposición en Francia. Aunque en España "el gobierno sea socialista, el partido tiene su papel de encuentro y, como me dijo Zapatero en 2006 en el marco de la final de la Liga de Campeones de Europa de fútbol, que fue en París y que ganamos, él tiene una relación muy fuerte con su partido. Este es un tema del que tenemos que tomar ejemplo en el PS cuando volvamos al poder", puntualizó Hidalgo levantando aplausos con su alusión a la victoria del equipo del jefe del Gobierno español, el Barcelona, por 2-1 ante el Arsenal en la final de la 'Champions' de hace tres años. "Estamos muy orgullosos del PSOE y del Gobierno de España. Para nosotros, las victorias de Zapatero, en 2004 y en 2008, y su política, valiente en una situación difícil de crisis económica mundial, hacen que haya en Europa un socialdemócrata que está llevando a su país con los valores que también son los nuestros, como son los derechos de los trabajadores", agregó.
Pajín también estuvo en París para devolver la visita que Hidalgo hizo a Madrid el pasado mes de octubre, en un nuevo gesto de acercamiento entre PS y PSOE con el que se pretende tener "una agenda común entre las direcciones" de ambos partidos, según explicó Pajín en declaraciones a la prensa tras el acto en la sede de la calle Solférino. "Esa agenda, la de los valores progresistas, en un momento de crisis como el actual es más importante que nunca", aseveró Pajín, volcada en la actividad política del presente, pero sin dar la espalda al pasado. •

Recuperación del escritor socialista vasco Tomas Meabe - 1979

EL PAÍS
Recuperación del escritor socialista vasco Tomás Meabe
Un retrato suyo ha sido instalado en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
16/10/1979

Ayer, 15 de octubre, se cumplió el centenario del nacimiento de Tomás Meabe, poeta y escritor socialista vasco a quien Indalecio Prieto consideró «el más original y profundo» de su generación, prematuramente desaparecido, a la vuelta de su tercer exilio, cuando acababa de cumplir 36 años. Aquellos a quienes más fustigó en vida -y que son los mismos que acaban de desterrar de las calles de Galdácano, de donde era oriundo por vía materna, a Miguel de Unamuno- quisieran ahora retrasar al máximo el retorno del compatriota del que renegaron. Ignoran que el exiliado se marcha siempre en redondo, de forma que, como diría Jorge Oteiza, el otro gran proscrito vasco, «al irse, está ya volviendo». Escribe desde Bilbao Patxo Unzueta.
Hay que comenzar por reconocer, sin embargo, que Tomás Meabe se ganó a pulso su lugar en las tinieblas exteriores: traicionó su fe, haciéndose un anticlerical militante; traicionó a su clase, abrazando la causa del socialismo; y traicionó sus primeras convicciones nacionalistas, para convertirse en uno de los más agudos críticos de la ideología en que, casi desde niño, le había iniciado el propio Sabino Arana.
Discípulo de Sabino Arana
Tomás Meabe, cuarto hijo de un antiguo marino convertido en próspero hombre de negocios, nació en el seno de una familia altamente representativa del medio en que -en contra del tenaz mito ruralista de la historiografía nacionalista- iba a desarrollarse el primer núcleo aranista: un medio urbano, de clase media alta, con cierta instrucción y profundamente clerical. El padre de Tomás, Santiago, figuró entre los primeros adeptos de Sabino Arana, y ya en 1899 fue uno de los cinco concejales nacionalistas del Ayuntamiento de Bilbao. Sus hijos varones, José, Santiago y Tomás, formaron parte, casi desde la niñez, del círculo de íntimos de los hermanos Luis y Sabino de Arana. Este último, al comprobar la inteligencia del joven Meabe, le encargó estudiar en profundidad las doctrinas socialistas, para mejor refutarlas. Tomás, junto con su amigo Pepe Madinabeitia, se lanzó con entusiasmo a la tarea. Ya en el instituto, según recuerda Luis Araquistain, el grupo de íntimos, entre los que también figuraban los hermanos Ramiro y Gustavo de Maeztu, «burlaban la vigilancia del profesor de Geometría para leer voluminosos tomos literarios».Madinabeitia le puso en contacto con la novela realista francesa y rusa. Hacia fin de siglo leyó El manifiesto comunista, que le impresionó profundamente. Estas malas lecturas -como sentenciaría poco después Sabino Arana- arruinaron su fe nacionalista, de la que acabó renegando en 1902, por considerarla incompatible con la defensa de las clases trabajadoras. Cuando la noticia llegó al fundador del PNV, éste exclamó ante varios amigos: «Por que no fuera verdad, me dejaría cortar las dos piernas.»
Indalecio Prieto ha contado cómo se produjo la adscripción de Meabe al Partido Socialista. Con motivo de la victoria de los socialdemócratas en las elecciones alemanas, se celebraba una cena en los jardines del restaurante Chinostra. Prieto descubrió en un rincón del local a José Madinabeitia y Tomás Meabe, y al día siguiente publicó un suelto en El Liberal saludando la presencia de ambos en un acto socialista. El revuelo que se organizó en los círculos nacionalistas, y la intransigencia que en ellos descubrió Tomás a raíz de esta noticia, precipitó las cosas, pidiendo poco después oficialmente la entrada en el partido.
Aunque ya en marzo de ese año Tomás polemizó agriamente con Sabino, cuando éste fue detenido le visitó en la cárcel y le regaló varios libros socialistas, entre ellos el tomo primero de El capital. Arana devolvió inmediatamente este libro a Meabe. Pese a las polémicas, este último conservó siempre un gran cariño por el que fuera su primer maestro político, y dejó escrita su opinión de que, «de haber vivido más años, Sabino Arana hubiera evolucionado y quizá hoy sería un sincero socialista».
De hecho, eso pasó con su propio hermano, Santiago Meabe, director del periódico nacionalista La Patria en la época en que Tomás dirigía La Lucha de Clases. Las polémicas entre ambos periódicos y ambos hermanos fueron continuas, siguiéndolas incluso en la cárcel de Larrinaga, donde, por sus artículos contra el Gobierno de Madrid, ambos coincidieron en más de una ocasión.
Meabe fue lo más opuesto a un doctrinario: «El socialismo es simplemente una vida dignamente humana», había escrito en 1903. Las amarguras de su vida -minada desde muy pronto por la tuberculosis- no le hicieron perder nunca su esperanza en los demás ni su fe en la palabra humana. Pese a que el tono apasionado que imprimía a sus escritos le valieron el recelo, primero, y el desprecio, después, de su medio, nunca renunció a intentar persuadir de sus ideas a cuantos le rodeaban. Lo mismo que interpelaba a Dios, tomaba en serio a todos sus contradictorios y les exigía argumentos, nuevos argumentos, para que, si podían, le convencieran, como él intentaba convencerles a ellos. En septiembre de 1902 se dirigió a los nacionalistas exigiéndoles ser más consecuentes con sus planteamientos: «Si aceptáis el capital, habréis dado muerte a la patria. ¿Os atrevéis a fundarla sin capital? Hacedlo y entonces hablaremos.»
Meabe no combatía el aranismo por ninguna reacción antivasca, sino por lo que «toda la patriotería andante -vasquismo, catalanismo, españolismo- tiene de irracionalismo», escribía en abril de 1903. Es el desprecio a los obreros inmigrantes que adivinaba tras el nacionalismo clerical de Sabino, y no su amor a Euskadi, lo que provocó la indignación del antiguo discípulo del fundador. Esta es quizá la razón de que, recientemente -y sin duda exageradamente-, se haya querido ver en Meabe un precursor del moderno «nacionalismo revolucionario». En el número 53 de Zutik, órgano de ETA, correspondiente a septiembre de 1971, se citó a Tomás Meabe como «representante, junto con el pintor Aurelio Arteta, de un incipiente patriotismo socialista».
Meabe siempre escribió deprisa, sin otra preocupación que la de hacerse entender con claridad. Pero esa misma característica es la que, como en Baroja («mi estilo consiste en hacerme entender lo más rápidamente posible»), define un poderoso y muy personal estilo literario. Para el poeta bilbaíno Gregorio Sanjuan, «se trata quizá del escritor mejor dotado de cuantos ha dado Vizcaya». Prieto pensaba de él que, «de no haberle consumido en plena juventud la tuberculosis, hubiera superado a Unamuno y Baroja».
Decir la verdad
Pero la grandeza de Meabe está en la relación profunda entre lo que dice y lo que hace. Pocas veces vida y obra de un autor han formado un todo tan homogéneo. «En este momento en que tanto me hablan ustedes de mi porvenir», había escrito a sus padres cuando acababa apenas de salir de la adolescencia, «no hay para mí deber más grande que el de ser sincero, y siempre diré, padre mío, la verdad en la cual creo. No veo mejor porvenir que este. Si la verdad y el esfuerzo que hago por ella no me aprovecha a mí, a alguien le aprovechará algún día, tal vez a un hijo mío, tal vez a un hijo de algún enemigo mío, de los que me persiguen y encarcelan.»El decir lo que pensaba y ser fiel a lo que decía le valió la cárcel, el exilio, el aislamiento de los suyos -lo que afectó profundamente a su sensibilidad-, la miseria y, finalmente, la tuberculosis y la muerte.
Al año de ingresar en las filas socialistas sufrió su primer destierro, en Londres. Un año después, de nuevo emprendió la ruta del exilio, instalándose en París, donde subsistió penosamente a base de traducciones de Platón, Petronio y otros clásicos. El 13 de abril de 1908, de nuevo en el exilio, murió su padre. Al recibir la noticia, remitió al ministro de Justicia, marqués de Figueroa, un telegrama con el siguiente texto: «Voy a cerrar los ojos de mi padre, que acaba de morir. Después de que haya cumplido ese deber, puede usted ordenar mi detención.» Tras cumplir lo que consideraba su deber de hijo, Meabe embarcó clandestinamente en el Kattalin, que le devolvió, tres días después de su llegada a Bilbao, a su destierro de Hendaya.
Para entonces, junto a los cientos de artículos polémicos en la prensa socialista de Bilbao, Eibar y Madrid, había escrito miles de versos, fábulas, poemas en prosa, dos obras de teatro incompletas... Una gran parte de ese material se perdería, y otra parte sería destruido por el propio autor poco antes de su muerte.
Peregrinación final
Minado ya por la tuberculosis, comenzó, a partir de 1911, y poco después de casarse con Julia Irutetagoyena, su peregrinaje en busca de un clima menos adverso que el de Bilbao. Poco antes de morir llamaría a su mal «la enfermedad socialista»: «Si se descubriese mañana un remedio contra la tuberculosis», escribió, «pronto triunfaría el socialismo.» De sus últimos meses queda constancia directa a través de sus Apuntes de un moribundo, escalofriante y sereno descenso hacia la muerte, a la que alude repetidamente como «la abortadora», y cuya presencia llega casi a palparse materialmente en algunas de sus últimas páginas.En El Escorial, agotado -describe cómo necesitó un cuarto de hora para subir diez peldaños, haciendo como que leía el periódico para que los empleados del hotel no notasen que era un tísico-, recorrió, acompañado por su mujer y su hijo, de tres años, varias pensiones y hoteles, de los que fue despedido en cuanto se descubrió su estado.
La intervención de Indalecio Prieto, que en función de improvisado marchante de arte recogió y vendió obras de pintores amigos de Meabe, como Arteta, Maeztu, los Arrúe, sirvió para recaudar los fondos necesarios para trasladar al enfermo de una vieja pensión, de la plaza de las Cuarenta Fanegas, a otra más confortable de la calle Ponzano.
Allí escribió sus últimos consejos a su hijo y las recomendaciones a Julia, su mujer, para cuando él muriese.

lunes, 16 de agosto de 2010

Por un nuevo impulso progresista del proyecto europeo - 2010

EL IMPARCIAL
Javier Zamora Bonilla


El manifiesto “Pour une relance progressiste du projet européen” (“Por un nuevo impulso progresista del proyecto europeo”) se publicó hace un mes en Le Monde y creo que no ha tenido apenas repercusión en la opinión pública española. Lo firman Martine Aubry, como secretaria del Partido socialista francés, y Sigmar Gabriel, presidente del Partido social-demócrata alemán.
Surgió de la reunión que el pasado 16 de junio celebraron los responsables de los partidos socialistas europeos, en la cual los franceses y alemanes —ambos en la oposición en sus respectivos países— presentaron una proposición para “una salida progresista de la crisis”. Desconozco si porque no se llegó a un acuerdo general o porque no se buscó o por cualquier otro motivo, el Partido socialista francés y el Partido social-demócrata alemán decidieron hacer un manifiesto común para reforzar la coordinación de las políticas económicas y sociales de la Unión europea.
La declaración señala algunas cuestiones obvias con las que es difícil no estar de acuerdo, como que el crecimiento económico durable de la UE necesita del equilibrio entre la competitividad de las exportaciones y la demanda interna, o que es necesario un equilibrio de las balanzas de pagos corrientes de los países de la UE y que, para conseguirlo, los Estados exportadores deben reforzar su demanda interna y los Estados en los que las importaciones superan a las exportaciones deben mejorar su competitividad.
Según el manifiesto, Europa, gobernada desde hace años por una mayoría conservadora y liberal, se hunde en la crisis y no ha sabido responder a la misma porque sus gobernantes no quisieron en su día establecer una regulación financiera e intervinieron tardígradamente en la crisis griega. A los firmantes, el plan de austeridad aprobado durante la presidencia española (a la que no se hace mención) no propone ninguna estrategia activa para salir de la crisis y de este modo se están creando las condiciones de una recesión continental, agravada porque los mecanismos de solidaridad europeos son frágiles.
Aubry y Gabriel plantean como solución recuperar el “motor franco-alemán”, que en su opinión no está funcionando, y proponen una estrategia basada en cuatro puntos:
1) Regular los mercados financieros y luchar contra la especulación, siguiendo el ejemplo de Obama, con reglas prudentes, aplicables a los bancos, un marco claro para los productos derivados, una mejor regulación de las operaciones de venta al descubierto y una mejora de la independencia y transparencia de las agencias de evaluación, creando una agencia europea. A esto habría que añadir una regulación comercial, que se basaría en un pacto europeo sobre el comercio exterior, el cual tuviese en cuenta normas sociales y medioambientales.
2) Una tasa sobre las transacciones financieras de los bancos y de otros establecimientos financieros, que nutriera los presupuestos públicos.
3) Que el equilibrio presupuestario acompañe la vuelta al crecimiento, pero que no le preceda.
4) Políticas fiscales más eficaces para una mejor coordinación europea, que pongan fin a la competencia fiscal y social que mina Europa y desemboquen en un verdadero gobierno económico de la UE, para lo que entienden que son necesarios una base común y un umbral mínimo del impuesto sobre sociedades. Estas medidas deberían ir acompañadas de un pacto social de progreso que, sin aspirar a la uniformidad, permitiese la instauración de un salario mínimo, teniendo en cuenta la realidad económica y social de cada país, y la fijación de unos gastos cuantificados en educación.
El manifiesto termina con una enfática afirmación de que los dos partidos firmantes tienen “la determinación de estar a la vanguardia de este nuevo proyecto progresista”.Hasta aquí lo que el manifiesto dice. Ahora, el comentario. Respecto a la forma, llama la atención que no se contara con otros partidos socialistas europeos, quizá porque algunas de las afirmaciones sobre la culpabilidad de la crisis casan mal con países como Gran Bretaña, donde el gabinete laborista acabada de césar tras largos años dirigiendo el gobierno, o España, donde Zapatero afronta su segunda legislatura. Resulta todavía más curiosa su ausencia en dicho manifiesto cuando en ese momento era precisamente Zapatero —que, si me permiten la broma veraniega, va siendo cada vez más Rodríguez— quien ocupaba la presidencia de turno de la Unión, pero en Europa uno de los países que mejor simboliza la crisis económica actual es España, por sus datos de paro. Sólo hay que salir y escuchar. Zapatero era, sin duda, una mala compañía para las afirmaciones sobre la crisis que hacen Aubry y Gabriel.
Respecto al fondo, hay también mucho que decir, aunque necesariamente tenga que hacerse de forma esquemática. Los socialistas franceses y alemanes se equivocan si creen que la Unión ampliada puede responder ya sólo a las necesidades y querencias del eje franco-alemán, aunque su impulso y coordinación sea absolutamente necesario, así que es un error y una oportunidad perdida no haber intentado hacer un análisis más complejo de la crisis y haber integrado en su propuesta a todos los socialistas europeos, asumiendo las propias responsabilidades del socialismo europeo en la crisis. En el fondo, es un manifiesto dirigido a la opinión pública francesa y alemana, no a la europea. Critican en el mismo las tendencias nacionalistas antieuropeas que resurgen, pero el propio manifiesto es una muestra de que Aubry y Gabriel están más interesados en sus propias políticas internas y en hacer oposición a Sarkozy y a Merkel que en la verdadera construcción de un ideario socialista europeo.
Por otro lado, aunque es evidente que en el espacio de dos páginas no se puede exponer una política gubernamental, el grado de imprecisión y generalidad del manifiesto es tal que se desvirtúa a sí mismo. Pongamos algunos ejemplos: Aubry y Gabriel plantean la necesidad de un pacto europeo sobre el comercio exterior basado en normas sociales y medioambientales. Es una propuesta razonable y, en mi modesta opinión, una vía por la que hay que avanzar urgentemente, pero ¿se puede imponer a China o a India o a Corea unas condiciones que encarecerían fuertemente los precios? Primero, no lo aceptaría, y, segundo, Europa no podría asumir ahora mismo el coste de esas políticas ¿En qué medida algunos países en desarrollo podrían avanzar si Europa decidiera cerrar sus fronteras a productos que no cumplieran unos mínimos sociales y medioambientales en su producción? El objetivo es muy deseable y hay, sin duda, que favorecer con acuerdos internacionales la mejora de las condiciones de trabajo y de producción de muchos países, pero el planteamiento tiene que ser bastante más complejo y teniendo en cuenta numerosos factores.
Otro ejemplo: Aubry y Gabriel parecen querer imponer un impuesto común sobre los beneficios empresariales para evitar la competencia desleal —es expresión que no emplean— entre los distintos países europeos, pero su iniciativa encubre un intento, a la postre seguramente infructuoso, de evitar la deslocalización de fábricas de Francia y Alemania en beneficio de otros países recientemente adheridos a la Unión. Apenas se dice nada, en cambio, sobre la necesidad de construir una verdadera sociedad del conocimiento, más allá de afirmaciones genéricas a la competitividad y a los gastos en educación, que es realmente el camino que la Unión debe emprender, para lo que hace falta una verdadera política común de I+D+i que nos permita competir con Estados Unidos, China, India...
La socialdemocracia es un pilar básico de la Europa que se ha construido tras la gran catástrofe que fue la Segunda Guerra Mundial. El ideario socialdemócrata de avant-guerre, corregido por la asunción de los principios esenciales del liberalismo y perfilado frente al socialismo dictatorial soviético y de otros países, ha impregnado todas las políticas europeas del último medio siglo. El postrero intento de actualización del mimo fue la “tercera vía” de Giddens, que no iba mucho más allá de reconocer razonablemente los límites del Estado en algunos ámbitos de la economía o, lo que es lo mismo, la necesidad de una mayor asunción por parte de los partidos socialistas de la economía de libre mercado. La crisis económica ha mostrado el fracaso de ciertas políticas liberales y ha hecho necesaria la intervención del Estado para salvar la economía de varios países. Sin ella, es difícil saber hasta qué fondo hubiéramos llegado. Así que Estado y mercado parecen condenados ha seguir jugando una partida en la que es difícil encontrar el justo medio. Los hechos parecen dar la razón a la socialdemocracia, pero ésta, contraria y contrariadamente, presenta un gran desconcierto porque prefiere seguir con retóricas vetustas. ¡Ideas, ideas!, es lo que falta, y un poso y reposo de su historia.

Un socialdemócrata - 2010

EL PAÍS
LUIS DANIEL IZPIZUA
Un socialdemócrata
LUIS DANIEL IZPIZUA 12/08/2010
El pasado viernes falleció Tony Judt, historiador británico, y judío. Días antes leía yo una reseña crítica de Richard Sennett a su último libro, Ill fares the land, al que consideraba su posible testamento. Un par de días después me sorprendió que esa predicción se hubiera cumplido de forma tan apresurada. Judt padecía esclerosis lateral amiotrófica desde septiembre de 2008. En cuestión de meses quedó paralizado del cuello para abajo, lo que no le impidió seguir escribiendo e incluso pronunciar alguna conferencia: su último libro es fruto de una de esas conferencias, leída el pasado octubre en la Universidad de Nueva York. La referencia a su origen judío no es caprichosa. Activo sionista de izquierda en su juventud, lo que le llevó a Israel a trabajar en un kibutz, su defensa posterior de un Estado israelí único, binacional, judeo-palestino y su crítica al Estado judío etno-religioso como un anacronismo le ganaron las antipatías del establishment judío: una programada intervención suya en el Consulado polaco de Manhattan en 2006 fue cancelada por presiones, al parecer, de la Anti-Defamation League y del American Jewish Committee.
Tony Judt era un disidente, en opinión de Richard Sennett "el disidente más grande de nuestra época". Estudioso de la historia del socialismo francés, su denuncia de la actitud condescendiente con el estalinismo de los intelectuales de izquierda franceses, a la que tachó de cobardía moral, tuvo una gran repercusión en el mundo intelectual. Él se definía como un socialdemócrata universalista y lo fue hasta el final, tratando de hallar nuevas propuestas para una ideología en horas bajas. En el posfacio a su libro Sobre el olvidado siglo XX plantea algunos de los retos a los que se enfrenta ya la izquierda, entre ellos el lugar y la concepción del Estado.
Crítico del Estado poderoso, por su propensión a la represión totalitaria de personas, instituciones y prácticas sociales, su defensa del Estado se basa en dos argumentos principales. El primero de ellos es que "el Estado es el único capaz de determinar con razonable imparcialidad entre demandas, intereses y bienes en conflicto". El segundo, y creo que más importante, es que en una época necesitada de instituciones intermedias "el propio Estado es también una institución intermedia", la única que puede interponerse eficazmente entre las fuerzas del mercado y la capacidad de desplazamiento del capital y el individuo inerme. Lo que le critica a la izquierda actual es el uso "conservador" que pretende de esa instancia intermedia, esto es, "conservar privilegios en nombre del sector más amplio posible de votantes bien organizados", a costa de considerar marginal lo que es hoy gravemente fundamental: "Hombres y mujeres con empleo precario, inmigrantes con derechos civiles parciales, jóvenes sin perspectiva de empleo a largo plazo, los cada vez más numerosos sin techo..." Su trayectoria intelectual es todo un estímulo.

Fallece Tony Judt, el historiador mas lúcido de la socialdemocracia - 2010

PÚBLICO
Fallece Tony Judt, el historiador más lúcido de la socialdemocracia
El autor de 'Posguerra' muere a los 62 años
ANTONIO LAFUENTE NUEVA YORK 09/08/2010 00:00 Actualizado: 09/08/2010 07:52

Tony Judt, considerado uno de los historiadores más lúcidos y que mejor ha contado la Europa de posguerra, murió en Nueva York a los 62 años a consecuencia de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le fue detectada en 2008.
Catedrático de historia en la Universidad de Nueva York, en la que ingresó en 1987 tras pasar por la de California y Oxford, Judt es el autor de Posguerra (Taurus, 2006); obra que abarca el devenir europeo tras la Segunda Guerra Mundial y que tiene, según la necrológica hecha por el diario The New York Times, "el ritmo de una novela de misterio y el alcance de una enciclopedia".
Nacido el 2 de enero de 1948 en Londres, de padres judíos, se unió a una organización juvenil sionista de izquierdas y pasó varios veranos trabajando en los kibutz de Israel. Tras ser voluntario en la Guerra de los Seis Días perdió su fe en el sionismo llegó a decir que un Estado judío era "un anacronismo" y se mostró partidario de acabar el conflicto palestino-israelí con la creación de un único Estado para ambos pueblos. Esa posición le originó problemas con los líderes del judaísmo estadounidense, que lo censuraron en conferencias y publicaciones.
Judt era descrito como un historiador "con una especial habilidad para ver el pasado en el presente"
Después de la Guerra de los Seis Días y tras graduarse en Historia en Cambridge, se fue a estudiar a la Escuela Normal Superior de París para regresar a la Universidad británica y obtener el doctorado en 1972 con una disertación sobre el resurgimiento del Partido Socialista francés tras la Primera Guerra Mundial. Ese escrito fue seguido por varias obras, que culminaron en la década de 1990 en un par de ensayos en los que sometió a una feroz crítica a intelectuales como Jean Paul Sartre y en los que aplaudió a liberales como Raymond Aron y Albert Camus por haberse atrevido a criticar la Unión Soviética y las revoluciones en el Tercer Mundo.
Sin embargo, "socialdemócrata universal" confeso, en sus últimos años ha dado muchos argumentos para el rearme del progresismo europeo al mostrar la necesidad de una izquierda antiautoritaria que defienda el papel de lo público y del Estado, características que llevaron, precisamente, la prosperidad a Europa tras la II Guerra Mundial.
Judt, descrito como un historiador "con una especial habilidad para ver el pasado en el presente", trabajó hasta el último momento a pesar de quedar completamente paralizado por la ELA, enfermedad que definió como "encarcelamiento progresivo sin posibilidad de libertad condicional".
En un intercambio de correos electrónicos con Público en enero de este año, el historiador mostró que era muy consciente del poco tiempo de vida que le quedaba: "La esperanza de vida normal es de entre uno y tres años tras el diagnóstico. A mí me la diagnosticaron en septiembre de 2008".

viernes, 6 de agosto de 2010

La izquierda madrileña homenajea a las trece rosas - 2010

EL PAÍS
La izquierda madrileña homenajea a las Trece Rosas
D. M. P. / AGENCIAS - Madrid - 06/08/2010
Este año el aniversario del fusilamiento de las Trece Rosas, hace 71 años, ha contado con un homenaje conjunto por parte de los representantes políticos de la izquierda madrileña, tras el desencuentro del año pasado, donde Partido Comunista y PSM organizaron sendos actos de conmemoración por separado.
El año pasado el PCE y el PSM celebraron actos por separado
En el cementerio de la Almudena, frente a la placa conmemorativa que luce la tapia donde el 5 de agosto de 1939 las 13 jóvenes republicanas, siete de ellas menores de edad, fueron fusiladas junto a 43 compañeros más, se concentraron ayer un grupo de unas 200 personas. El acto encabezado por el secretario general del PCM, Daniel Morcillo, y por el vicepresidente del Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid, y presidente de la Fundación 13 Rosas, José Cepeda, giró en torno a una ofrenda floral en memoria de las ejecutadas durante el régimen franquista. Además, contó con la intervención de miembros del PCE y Concha Carretero, compañera de celda de las Trece Rosas y afiliada a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en el que militaban la mayor parte de las fallecidas.
Dada esta filiación política, los actos de homenaje tradicionalmente aglutinaban a socialistas y comunistas. Nexo que se vio reforzado desde el nacimiento en 2005 de la Fundación Trece Rosas, vinculada al PSOE, y que desde ese año organizaba de manera conjunta los homenajes con el Partido Comunista de Madrid.
El año pasado, con motivo del 70º aniversario y la inauguración de una nueva placa conmemorativa, fue la primera edición en que se sucedieron dos actos escalonados. Uno a las 10 de la mañana por parte de los socialistas, con la presencia de la secretaria de organización, Leire Pajín, y el secretario general del PSM, Tomás Gómez, y otro a las 11, en nombre del Partido Comunista. El motivo del desencuentro fue la colocación de una nueva placa conmemorativa que además de recoger el nombre de las trece asesinadas aparecía firmada en exclusiva por la Fundación.
Una vez superadas las desavenencias, los organizadores han vuelto a rendir homenaje de manera conjunta a estas jóvenes víctimas de la represión franquista, con la recuperación de la memoria histórica como eje central. José Cepeda ensalzó "el trabajo que tanto el PCE como el conjunto de la izquierda lleva desarrollando para defender algo tan importante como la memoria. La veterana militante de las JSU rememoró, visiblemente emocionada, una promesa que se hizo al salir de la carcel: "Trabajar para que estos luchadores quedaran en el lugar que les corresponde y donde se merecen".

¿De veras está en crisis la izquierda? - 2010

EL PAÍS
TRIBUNA: JUAN FERNANDO LÓPEZ AGUILAR
¿De veras está en crisis la izquierda?
JUAN FERNANDO LÓPEZ AGUILAR 28/07/2010
La cuarta presidencia española de la UE se ha desenvuelto en el contexto más difícil que se pueda recordar desde la puesta en marcha de la construcción europea: tiempo de transición en el marco de una crisis que arrancó en un crash financiero y trascendió a la economía real para causar un tremendo impacto social, destruir millones de puestos de trabajo en toda Europa y ensañarse con España. Pero esta crisis ha impreso también su propio carácter político, con una redefinición del mapa de poder en Europa en que muchos entrevén una sequía de ideas y de credibilidad de la socialdemocracia. Su más directa expresión sería el declive de la participación. No solo en las elecciones al Parlamento Europeo sino en las nacionales, cada vez más ciudadanos desdeñan las urnas desde el escepticismo, el cinismo o el desprecio a la política. Pero también porque hemos visto, elección tras elección, emerger un populismo conservador que propugna respuestas simples (pero equivocadas y por ello inútiles, cuando no directamente estúpidas) a los problemas más complejos, y aboga por el regreso a lo local frente a las incertidumbres y el vértigo a la globalización.
Hay un gran contraste entre la lucidez de los análisis de la izquierda y el pesimismo de su voluntad
La derecha espera que los progresistas se desencanten y deserten de las urnas
Para la izquierda europea, la deriva antipolítica de esta dimensión de la crisis reviste especial gravedad. Primero, porque ninguno de los desafíos del tiempo que nos toca vivir puede ser acometido a escala meramente local, ni siquiera nacional: el envejecimiento y estancamiento demográfico; el suministro energético y su sostenibilidad; la corrección de la desigualdad en origen y la erradicación de la pobreza y el hambre, son asuntos que requieren, hoy más que nunca, de estrategias y de actores globalmente relevantes. Pero también, y sobre todo, porque no puede aceptarse desde la resignación que la izquierda parezca ahora menos viva que antes, de modo que se escuche y se lea con insistencia acerca de una incontestada hegemonía de la derecha en el manejo de una crisis sin precedentes y del dominio del recetario y conductas de la "revolución conservadora".
Tanto para contestar esta impresión extendida como para actuar desde una ofensiva progresista, lo primero es constatar en positivo la aportación socialdemócrata: los estímulos fiscales y el posterior mecanismo europeo de estabilidad financiera tuvieron su formulación primera en los socialistas europeos, obligados a recordar que la austeridad nunca ha sido un fin en sí, como tampoco la razón última de ser de la lucha contra el déficit: lo es la facilitación del crecimiento y el empleo para la refinanciación de la política social. Por su parte, el déficit no es en sí el peor mal cuando ha ayudado a sostener el gasto social y la inversión, no digamos ya el "rescate" de lasentidades financieras y sectores productivos a punto de derrumbarse. El proyecto de la izquierda no se agota en el neokeynesismo de la demanda, sino que comprende también tanto la redistribución de las oportunidades de prosperidad como la aseguración de la equidad intergeneracional, transnacional y global.
El horizonte sigue siendo, ahí es nada, plantar cara a quienes pretenden que la Unión Europea se deslice hacia un parque temático de prestaciones sociales, para que sea más justa y siga siendo sostenible.
Nada en este debate le resulta ajeno a España, tampoco, por supuesto, el riesgo del populismo y abandono de las urnas al rebufo de una ola de descrédito de la política.
Reafirmando la vocación reformista del proyecto socialista, el presidente del Gobierno sentó las bases de una respuesta progresista y proactiva ante la crisis en su comparecencia ante el Congreso en diciembre de 2009, con la iniciativa conocida como Estrategia de Economía Sostenible: más formación e innovación; energías renovables, ecoindustrias, biotecnologías, TICs y servicios sociales avanzados. Es ahora parte de un proyecto de reformas -productivas, energéticas, educativas, laborales y de garantía de las prestaciones sociales- provisto de largo aliento y requerido sin duda de sacrificios compartidos, con alcance más allá y por encima de cualquier señalamiento electoral en 2011 y 2012.
Precisamente porque bregamos en medio de tan duras pruebas, es hora de que la izquierda aprenda de una vez a madurar el tránsito de sus estados de ánimo, de sus problemas de autoestima y de confianza en sí misma, dejando atrás la tentación de argüir el derrotismo y la habitual autocrítica como bula para la inacción. El progresismo europeo no padece ninguna crisis de inteligencia colectiva. Lejos de eso, llama la atención el contraste entre la lucidez de sus análisis y el pesimismo de su voluntad, algo mucho más peligroso y dañino para sus propios intereses que el clásico pesimismo de la inteligencia.
Y es importante recordarlo en España, donde es un hecho que la derecha ha renunciado a proponer, reagrupar y liderar las respuestas ante la ciudadanía desde un compromiso de país.
El proyecto de la derecha no pasa por ilusionar ni por ofrecer esperanza: hoy se limita a explotar el malestar generado por los daños de la crisis. Su estrategia no es crecer ni ganar nuevos apoyos, sino esperar a que una parte de la ciudadanía progresista desista de la política y deserte de las urnas. Distintamente, la respuesta progresista pasa, sí, por apuntar la salida de este bache y por exprimir y explicar las inaplazables lecciones de tan ingrata experiencia para que nuestra economía no vuelva a extraviarse de nuevo en los errores del pasado. Pero también por afirmar: en esta crisis, aún más que antes, "¡es la política, estúpido!". Y esto requiere voluntad -nada de pesimismo-, coraje y determinación para plantear, impulsar y conducir las reformas y estrategias que preserven la política y la responsabilidad de los Gobiernos frente a la irracionalidad de los llamados "mercados" especulativos, mediante las necesarias alianzas sociales, sindicales, intelectuales y cívicas.
No saldremos de esta si no es remando juntos, en Europa y desde Europa, actuando localmente y pensando globalmente. Pero que nadie se engañe: la izquierda europea debe asumir como un deber no solo su contribución a la recuperación y generación de empleo, sino a la preservación de la confianza en la política como espacio de debate y decisión en democracia; esa misma política de la que solo los muy ricos, y los que no se complican con los escrúpulos que hacen del espacio público un lugar habitable, pueden permitirse el lujo de prescindir o despreciar.
Juan F. López Aguilar es presidente de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo.

El reformismo de hoy - José Blanco - 2010

EL PAÍS
TRIBUNA: JOSÉ BLANCO
El reformismo de hoy
JOSÉ BLANCO 13/07/2010
Se puede decir que en el código genético de la socialdemocracia se encontraba el reformismo. De hecho, inició su singladura, hace ya más de un siglo, cuestionando el dogma dominante entre aquellos que conformaban el movimiento obrero y aceptando lo que hasta entonces había sido su mayor enemigo: el capitalismo.
La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
Pensiones, mercado de trabajo, sistema financiero y sector energético son los cambios a emprender
La burbuja inmobiliaria fue la principal herencia económica del PP
La socialdemocracia apostó por reforma frente a revolución. Y lo hizo porque adquirió la conciencia de que a través de la reforma del capitalismo se podían alinear los beneficios del mercado con la equidad y el progreso social. Desde entonces, esa visión, que posteriormente dio lugar a la economía social de mercado, ha aportado décadas de gran prosperidad a toda Europa y un amplio espacio para la consecución de grandes conquistas sociales.
Esta combinación de actitud crítica y reforma nos ha de acompañar siempre, porque siempre será necesaria para el progreso de las sociedades.
Y lo es porque la sociedad está en continuo proceso de transformación: el poder económico se desplaza a oriente, las nuevas tecnologías alteran las viejas estructuras empresariales, el desafío del cambio climático condiciona el uso de la energía y el envejecimiento de la población nos obliga a replantear el sistema de pensiones para garantizar la sostenibilidad del Estado de bienestar.
Y por si fuera poco, esta crisis tan profunda, tan compleja, tan cambiante, sin ser la causa de las reformas, sí que se ha convertido en un síntoma que ha puesto luz a la necesidad de corregir nuestros desequilibrios.
Una necesidad de cambio profundo que exige el espíritu reformista que ha demostrado el Partido Socialista desde el principio de nuestra democracia.
Porque fueron cambios profundos la implantación del Estado de bienestar, con la universalización de la educación, la sanidad y las pensiones. O la incorporación a Europa y la reconversión industrial, que acometieron los Gobiernos de Felipe González.
Y también lo han sido, en el campo de los derechos de ciudadanía con más nitidez, pero también en el campo económico, las transformaciones llevadas a cabo por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Basta señalar reformas globales que atañen a la base del modelo de crecimiento como la Ley de Economía Sostenible, y sectoriales, como la reforma de la Ley del Suelo, la reestructuración del sistema financiero, en especial de nuestras cajas de ahorro, o como las que se están desarrollando referidas al sistema aeroportuario y portuario.
Esta agenda de cambio contrasta con lo que hicieron los Gobiernos presididos por Aznar. Aquellos Gobiernos básicamente se limitaron a rematar el proceso de consolidación fiscal que había iniciado el ministro Solbes en1993 y para ello acometieron un proceso de privatizaciones, sin una regulación que fomentase la competencia, haciendo que la esencia de la transformación empresarial de aquel Gobierno fuese privatizar, sin liberalizar.
Más allá de este proceso hay muy poco que añadir a sus reformas.
En realidad, el gran legado del Gobierno conservador fue implantar una ley del suelo que contribuyó a alimentar una burbuja inmobiliaria, a la que bautizaron como milagro económico; considerar unos ingresos fiscales coyunturales como estructurales y gestionar una coyuntura irrepetible, caracterizada por una generosa entrada de fondos europeos, bajos tipos de interés y abundante fuerza laboral inmigrante de bajo coste.
Esa fue la herencia recibida del Partido Popular: una economía de apariencia saludable, con cifras positivas de crecimiento, pero que había agudizado hasta el extremo sus desequilibrios y debilidades estructurales.
Cuando llegó José Luis Rodríguez Zapatero al poder trató de corregir este legado económico con una intensa apuesta por capitalizar nuestra economía, triplicando la inversión pública en Investigación y Desarrollo y duplicando el gasto en educación y en modernizar nuestras infraestructuras de transporte.
Además de las políticas de inversión, se abordaron cambios regulatorios esenciales, como la reforma del sistema de defensa de la competencia, o la liberalización en el sector servicios que estamos llevando a cabo.
Y ahora es el momento de emplear toda esta capacidad reformista para resolver los grandes desequilibrios estructurales de nuestra economía.
Y se debe hacer desde el conocimiento de nuestra realidad, sin falsas ideas preconcebidas. Porque cuando hablamos de nuestro problema de deuda debemos de saber que no es tanto su tamaño, que por cierto es en dos tercios privada, como su naturaleza.
Esta realidad la cuantifica acertadamente un reciente informe de la Comisión Europea que señala que el 75% del incremento de los ingresos fiscales entre 1995 y 2006 era de naturaleza transitoria y claramente vinculado a un insostenible boom del mercado inmobiliario.
Y es en este apartado donde se debe hacer un necesario ejercicio de autocrítica. Porque pese a haber sido el único Gobierno de la democracia que ha conseguido tres superávits presupuestarios, no se evaluó adecuadamente hasta qué punto nuestra economía estaba viviendo por encima de sus posibilidades.
La economía española se alimentó de una gran cantidad de crédito exterior que sirvió para inflar una burbuja inmobiliaria, que a su vez generaba abundantes ingresos para las arcas públicas de marcado carácter coyuntural.
Por tanto, debemos situar en el pinchazo de burbuja inmobiliaria la explicación a la mayor parte de nuestro déficit presente, y no en las políticas de estímulo del Gobierno.
Un déficit con un importante peso estructural que nos obliga a encontrar un nuevo equilibrio entre ingresos y gastos de las administraciones públicas.
Equilibrio que afrontaremos desde principios socialdemócratas, conscientes de que la mayor traición que podríamos a hacer al modelo social de mercado es dejarlo inalterado y esperar a que se hunda por su propio peso.
Sabemos que precisamente uno de los mayores éxitos de nuestro Estado de bienestar ha sido el aumento de la esperanza de vida. Y sabemos también que sobre ese éxito se esconde uno de sus mayores desafíos: la sostenibilidad del sistema de pensiones y del sistema sanitario.
Por eso no podemos ignorar el reto demográfico y es necesario abordar la reforma de nuestro sistema de pensiones contando con el consenso de los grupos políticos, al igual que se acordó con todas las Comunidades Autónomas un pacto para promover la sostenibilidad del sistema nacional de sanidad.
Pero todo intento de reforzar nuestro Estado de bienestar sería inútil si no se abordan las reformas necesarias para incrementar la competitividad de la economía. Reformas centrales como la del mercado de trabajo, sobre la que los grupos políticos tienen la oportunidad de señalar sus aportaciones en el trámite parlamentario, y reformas para acelerar la necesaria reestructuración de nuestro sistema financiero o la estrategia energética en los próximos 25 años.
Reformas que faciliten la vocación emprendedora, que premien el trabajo bien hecho, que fomenten la competencia. Reformas para que nuestro sistema de protección social sea sostenible y lograr un equilibrio más justo y eficiente entre la red de protección global, los servicios públicos y los incentivos individuales.
Este es el camino que se debe seguir, porque no nos consolamos con la explicación maniquea de que los mercados se imponen a los Estados. Pretender que lo que funcionó en el pasado pueda ser solución en el futuro, ignorando los cambios que operan en el mundo, solo puede conducir a la melancolía y la resignación.
La mejor forma de ganar la batalla a la injusticia social, al desempleo, al deterioro del medio ambiente, es acelerar el ritmo de las reformas.
Porque un progresista deja de serlo cuando deja de cuestionar sus propios dogmas, cuando abandona su voluntad reformista de la sociedad y cuando se limita solamente a defender las conquistas del pasado.
José Blanco es vicesecretario general del PSOE y ministro de Fomento.

Hacia una nueva refundación de la socialdemocracia - 2010

REVISTA LA FACTORIA
Hacia una nueva refundación de la socialdemocraciaJosé María Zufiaur
El fracaso de la izquierda europea y, especialmente, de la socialdemocracia, ya que es el componente inmensamente mayoritario de la misma, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, en un momento en que todos los gobiernos volvían a las recetas keynesianas para hacer frente a la crisis financiera del capitalismo, dio un primer aviso de lo que estaba pasando. Su marginación de los Gobiernos nacionales de los Estados miembros de la UE -23 sobre 27 están dominados por la derecha- había sido ya la segunda constatación de su propia crisis. Y la impotencia de la izquierda europea para dar a la crisis financiera y económica -una vez evitada, al menos de momento, con el dinero de los contribuyentes la quiebra del sistema financiero- una respuesta diferente a la de los recortes presupuestarios, la reducción de los derechos sociales y la disminución de las rentas del trabajo para seguir manteniendo las del capital -una respuesta conservadora que, precisamente, a quienes más está afectando es a los gobiernos socialdemócratas del sur de Europa (Grecia, Portugal y España)- ha puesto definitivamente en el centro del debate la necesaria refundación de la socialdemocracia y de la izquierda en su conjunto.
Si la izquierda ha llegado a esta situación, es porque ha sido incapaz de adaptar su programa, sus métodos de acción y de organización a los cambios que se han producido en el capitalismo. Pero, también, porque la socialdemocracia predica una cosa y hace otra.

Capitalismo global; izquierda nacional
Mientras que el capitalismo se ha hecho global la izquierda sigue, básicamente, anclada en los ámbitos nacionales.
A partir de los años setenta del pasado siglo, hemos ido pasando paulatinamente de un capitalismo industrial y nacional a un capitalismo globalizado y de hegemonía financiera. Los mercados, las empresas, la producción se han globalizado y el capitalismo financiero se ha convertido en hegemónico en la actividad económica. Las tecnologías de la información y la comunicación han hecho posible la fragmentación de la producción y la deslocalización de las empresas. La transmutación de las antiguas potencias comunistas, la ex Unión Soviética y China, hacia el capitalismo más total, además de la emergencia de otros países al comercio mundial, han puesto en concurrencia a los trabajadores occidentales con los asalariados de los países del Sur. Este desfase entre el ámbito de actuación del capitalismo y el de partidos y sindicatos de la izquierda supone una contradicción fundamental que ha sido nítidamente enunciada por el nuevo Presidente del SPD alemán, Signar Gabriel: “Las soluciones a todos los grandes problemas a los que estamos confrontados son internacionales, mientras que las respuestas que somos capaces de dar son, en lo esencial, nacionales”.
En el campo de las ideas, el liberalismo y el ultraliberalismo económico han vuelto con enorme fuerza en los años 80, y más aún tras la caída del comunismo en los años 90, imponiéndose como ideología dominante, de tal manera que la relaciones de fuerza en el terreno económico, social, político, ideológico sobre las que reposaba el compromiso socialdemócrata posterior a la segunda guerra mundial se ha roto en beneficio del poder económico y en detrimento de los trabajadores y de los Estados nacionales. El capital ha impuesto rentabilidades rápidas y de: al menos, un 15% para los accionistas; el debilitamiento del derecho del trabajo; y la progresiva reducción del Estado social. Ha ido imponiendo el modelo anglosajón de capitalismo en detrimento del modelo de capitalismo renano y escandinavo y, al hilo de la crisis, se apresta a darle un golpe de gracia al modelo social europeo.

La decepción de los más débiles
Frente a esta situación, la socialdemocracia y el socialismo han ido adaptando, en un principio, su ideología y los programas de acción a distintas formas de “social liberalismo” en España, de “terceras vías” en el Reino Unido y en Alemania, de neo-social-democracia en los países nórdicos, de social-estatismo en Francia. Unas políticas que han sido defensivas en el ámbito económico y social y ofensivas en el campo de los derechos individuales. Sin embargo, al final tales políticas no han podido evitar la distribución de la riqueza a favor de las rentas del capital y en contra de las del trabajo, un aumento de las desigualdades desconocida en Europa desde los años cuarenta, el incremento de los trabajadores pobres, las altas tasas de paro, el gran aumento de la precariedad del trabajo, el debilitamiento y la degradación de los servicios públicos.
De tal manera, que los partidos mayoritarios de la izquierda han ido sufriendo una progresiva desafección de los sectores más profundos de su electorado. La crisis de la socialdemocracia es, más que un triunfo de los postulados de la derecha, una crisis de confianza y de decepción de la parte socialmente más vulnerable de su electorado. Durante un tiempo, ello ha sido compensado por el miedo a las medidas que podía adoptar la derecha desde el poder. Pero las escasas diferencias de las políticas de gobierno en el terreno económico, que condiciona la social, y el desarme social que produce la realización de políticas de derechas por la izquierda, parece estar anulando dicho efecto en la mayoría de los países europeos.

Predicar y dar trigo
La falta de credibilidad del proyecto socialdemócrata, además, proviene de la disociación entre los valores que predica y las políticas que practica. Defiende la igualdad, pero, en la práctica, sólo se centra en la no discriminación, especialmente la de género, manteniendo, en cambio, posiciones totalmente contradictorias en otros campos esenciales para la igualdad, como la política fiscal -esencial para mantener servicios, de calidad, básicos para la comunidad -, la distribución de la riqueza -que depende, en primera instancia, del poder de los trabajadores, debilitado reforma tras reforma en no pocas ocasiones realizadas por la propia izquierda-, la enseñanza pública y gratuita para todos -erosionada por la reducción del gasto público y el los conciertos favorables a la enseñanza privada-, los recortes de la protección social, especialmente de las pensiones públicas al tiempo que se subvencionan las privadas, la incorporación de la gestión privada en la gestión de la sanidad pública.
La izquierda mayoritaria sigue, por otra parte, sin asumir en todas sus consecuencias el desafío medioambiental. Al tiempo que ha dejado de colocar en el centro de su proyecto el valor del trabajo. Hoy, en nombre del empleo, se puede hacer cualquier cosa con el trabajo. Los programas socialistas y socialdemócratas recogen muchas más referencias a los emprendedores, a la productividad o la competitividad, a la responsabilidad social de las empresas, que a la defensa de la dignidad del trabajo. Cuando, a lo largo de la historia, el elemento central mediante el cual la izquierda ha domesticado al mercado ha sido, precisamente, el de otorgar al trabajo derechos y protecciones sociales.
De otro lado, la socialdemocracia dice una cosa y hace muchas veces otra. Por, ejemplo, poco o nada tienen que ver las posiciones que ha adoptado el Partido Socialista Europeo, liderado por Poul Rasmussen, en el Manifiesto de las elecciones europeas de 2009 o recientemente sobre las medidas a adoptar frente a la crisis, con las políticas que llevan a cabo los partidos socialistas y socialdemócratas allá donde gobiernan.

Las dos refundaciones anteriores
No estamos, por todo ello, ante un problema de política de comunicación, sino de contenidos de las políticas, ni de cambio de circunstancias, sino de elementos definitorios del actual capitalismo. Estamos ante la necesidad de refundación de la izquierda para mantener lo esencial de su razón de ser: hacer que cada vez más gente pueda participar en el saber, en el tener y en el poder.
La primera refundación de la socialdemocracia se produjo en los años 1920 en los que, como reacción a la deriva totalitaria de la revolución de octubre de 1917, se afirma como fuerza democrática y reformista. La segunda tuvo lugar en los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando rompe con el dogma marxista de la colectivización de los medios de producción y de cambio, y reivindica el papel del mercado, de la economía mixta, regulada por el poder público y la negociación colectiva, y el papel del Estado, regulador y protector frente a los riesgos sociales. Seguramente, estamos ante la necesidad de una refundación de no menores dimensiones. Refundación que, probablemente, tendrá que articularse en torno a la defensa de un desarrollo sostenible, la recuperación del valor del trabajo, la justicia social como elemento central de la nueva sociedad y la primacía de los intereses de las personas en el nuevo orden mundial.
José María Zufiaur.Consejero del Comité Económico y Social Europeo en representación de la UGT de España.