jueves, 10 de diciembre de 2009

Obituario de Jordi Solé Tura - 2009

EL PAÍS
Fallece Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución
El político catalán destacó por su lucha antifranquista en las filas del PSUC y después pasó a militar en el PSC
ELPAÍS.com - Barcelona - 04/12/2009
Jordi Solé Tura ha fallecido esta mañana a los 79 años. Senador, miembro de la ponencia que se encargó de redactar la Constitución de 1978 y ministro de Cultura en uno de los Gobiernos de Felipe González, alternó la actividad política con la docente. Natural de Mollet del Vallès (Barcelona), destacó por su lucha antifranquista en las filas del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y después pasó a militar en el PSC. Apartado de la vida pública desde 2004, año en que le diagnosticaron Alzheimer, se hizo pública la enfermedad en diciembre de 2007, cuando su hijo, Albert Solé, anunció la realización de un documental, dirigido por él y titulado Bucarest. La memoria perdida que trataba de la misma y que fue premiado con un Goya.
El Gobierno catalán ha lamentado la muerte de Solé Tura y ha anunciado que instalará mañana y el domingo la capilla ardiente en el Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat, que le otorgó la Creu de Sant Jordi en 2007. La capilla ardiente se abrirá al público de 16 a 20 horas mañana y de 9 a 12 horas el domingo. Está previsto que esta tarde el presidente de la Generalitat, José Montilla, comparezca ante la prensa para leer un mensaje de condolencia y recordar su figura en la solemnidad de la galería gótica del Palau. El presidente de la Generalitat, José Montilla, expresó su "tristeza intensa y profunda" por la muerte de Jordi Solé Tura, padre de la Constitución Española de 1978 y ex ministro de Cultura con el PSOE, y anunció que la próxima semana propondrá a su Ejecutivo que le otorguen la Medalla de Oro de la Generalitat a título póstumo.
El fallecimiento se produce a escaso día y medio de que se celebre el 31 aniversario de la Carta Magna. El presidente del Congreso, José Bono, ha anunciado este mediodía el fallecimiento en la Cámara Baja, en el curso de la lectura ininterrumpida de la Constitución, de la que fue uno de los ponentes. Bono ha subrayado que la Transición "no se explica" sin la aportación del político catalán. El presidente de Caixa Catalunya y ex ministro del PSOE, Narcís Serra, destacó hoy la aportación del fallecido Solé Tura "a la sociedad democrática que hoy tenemos", y lamentó la enfermedad "muy cruel" que ha sufrido, el Alzheimer, por lo que remarcó la necesidad de seguir investigando sobre las enfermedades degenerativas.
El presidente del PP, Mariano Rajoy, envió hoy un telegrama de pésame a la familia de Jordi Solé Tura, en el que destaca su "compromiso con el valor del pluralismo político". "En nombre del PP y en el mío propio quiero transmitirles en estos dolorosos momentos nuestro más sincero pésame por el fallecimiento de Jordi Solé Tura, quien supo imprimir en la Carta Magna su abierto sentido de la convivencia democrática y su compromiso con el valor del pluralismo político", dice en el telegrama.
Otro padre de la Constitución, el ex dirigente de Convergència, Miquel Roca, subrayó hoy que Solé Tura, fallecido hoy en Barcelona, logró el consenso para elaborar la Carta Magna sin renunciar a sus ideales, ya que representaba a "la izquierda más progresista y la etapa más activa de la resistencia". Roca destacó que esa postura alejaba a Solé Tura del resto de ponentes, pese a lo cual dio "la contribución más positiva posible al diálogo y al entendimiento".
Dolor por la pérdida
El presidente de ICV y consejero catalán de Interior, Joan Saura, ha lamentado el fallecimiento del ex dirigente del PSC y del PSUC, que supone la "gran pérdida de un referente político" que intervino "decisivamente" en la Transición."Tristeza política y personal", ha dicho sentir Saura en un comunicado de la formación ecosocialista. En los mismos términos se ha pronunciado el coordinador general de Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), Jordi Miralles.
El secretario general adjunto de Convergència Democràtica (CDC), Felip Puig, ha expresado hoy su "dolor" por la muerte de Jordi Solé Tura, de quien ha destacado su "importante" trayectoria política en pos de la democracia en España. También lo ha hecho el PSC, cuyo presidente, Isidre Molas, ha destacado Solé Tura "será siempre un punto de referencia" para el partido.
El secretario general del Grupo Socialista en el Congreso, Eduardo Madina, ha indicado que el fallecimiento de Solé Tura convierte este viernes en "un día triste" y promete rendir tributo a la memoria de este ponente de la Constitución, a quien considera uno de los "arquitectos" de la España moderna. El titular catalán de Economía y Finanzas de la Generalitat, Antoni Castells (PSC), calificó de "pérdida muy grande" la muerte del ex ministro, a quien definió como un "gigante, referencia para todos y para todo". El presidente de Unió y secretario general de CiU, Josep Antoni Duran Lleida, ha destacado que el histórico dirigente del PSUC "siempre ha estado, como persona que era de principios y honesta, al servicio de la comunidad de Cataluña".
Tarea constitucional
La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, expresó hoy en nombre del Ejecutivo sus condolencias por el fallecimiento del ex ministro, uno de los padres de la Constitución, y destacó su "inestimable aportación" a la tarea constitucional y la transición democrática española.
El presidente del Parlamento catalán, Ernest Benach (ERC), consideró que el hoy fallecido Solé Tura es una "figura histórica" y uno de los protagonistas de los acuerdos de la Transición sobre los cuales se construyó la actual democracia. La presidenta del PP en Cataluña, Alícia Sánchez-Camacho, ha destacado hoy el "papel fundamental" de Jordi Solé Tura, "gran servidor público" por cuyo fallecimiento "Cataluña y España están de duelo".
El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, ha opinado que todos los demócratas de España deben estar agradecidos al hoy fallecido Jordi Solé Tura, y ha mostrado sus condolencias a sus familiares y amigos. Por su parte, el ponente de la Constitución Miquel Roca ha subrayado el consenso logrado para elaborar la Carta Magna sin renunciar a sus ideales, ya que representaba a "la izquierda más progresista y la etapa más activa de la resistencia".

Juan Bosch visto por Jose Luis Cebrian - 2009

EL PAÍS
REPORTAJE
Revolucionario a su modo
Juan Luis Cebrián evoca en Casa de América la figura del intelectual y político dominicano Juan Bosch
AURORA INTXAUSTI - Madrid - 04/12/2009
"Fue cualquier cosa menos un populista demagogo. Fue un demócrata de los pies a la cabeza. Un socialdemócrata a su estilo". Con estas palabras, Juan Luis Cebrián se refirió ayer al ex presidente dominicano Juan Bosch, al que conoció en 1967 en el diario Pueblo. En una conferencia dictada en Casa de América, con motivo del centenario del nacimiento de Juan Bosch, el consejero delegado del Grupo PRISA glosó su figura (1909-2001) en su doble faceta de intelectual comprometido y de activista porque, según explicó, "sólo desde esa visible dualidad de comportamiento puede entenderse el devenir político y personal de Juan Bosch, su contribución a la historia del continente latinoamericano, su legado como gobernante y su reflexión intelectual".

"Fue cualquier cosa menos un populista demagogo. Fue un demócrata"
Bosch, derrocado por un golpe militar, ha sufrido a lo largo de los años la manipulación de su figura. "Hay quienes sostienen que fue un revolucionario, y sin duda lo fue, pero a su manera. Se vio envuelto en repetidas conspiraciones para derrocar a Trujillo, pero estaba convencido de que las revoluciones devoran siempre a sus hijos y por ello buscó las vías democráticas para la transformación de la sociedad", resaltó Cebrián.
El académico aludió a la primera novela de Bosch, La Mañosa, considerada "la novela de las revoluciones", para explicar que su autor denunciaba en ella los horrores que los procesos revolucionarios habían desencadenado en la campiña dominicana.
Para Cebrián, el ex presidente dominicano ambicionaba el cambio sin violencia y por ello, explicó, "en ese sentido puede ser tachado de revolucionario por sus causas y por sus efectos, pero no por sus métodos, más parecidos a la ruptura pactada que tuvimos durante la Transición española". El académico sostiene que si Bosch se hubiese dejado arrastrar por el populismo "hoy estaríamos ante un mártir y no podríamos celebrar la lucidez de su análisis y su contribución a la concordia y a la causa de la paz". Bosch, según Cebrián, "trato de llevar adelante la modernización de la República Dominicana, frustrada por las fuerzas del imperialismo al uso, el militarismo de la época y la codicia de los poderosos".

jueves, 3 de diciembre de 2009

Obituario de Helmut Zilk - Alcalde socialdemocrata de Viena - 2008

OBITUARIO
Helmut Zilk, el alcalde que cambió el rostro de Viena
El político perdió la mano izquierda por un atentado xenófobo
EL PAÍS 25/10/2008
La capital de Austria está de luto: ayer, a los 81 años, murió Helmut Zilk, el popular alcalde de Viena entre 1984 y 1994, tras sufrir un fallo cardiaco en el hospital vienés Wilhelmine. Periodista y uno de los políticos más prestigiosos de la socialdemocracia austriaca, fue el gran artífice del cambio de rostro de la ciudad. Durante su gestión, vanguardista, arriesgada, fomentó numerosos programas de integración para extranjeros. Grupos xenófobos se lo cobraron: en diciembre de 1993, un atentado con carta bomba perpetrado por Franz Radl y Peter Binder, conocidos neonazis posteriormente enjuiciados, le dejó gravemente herido. Perdió gran parte de una mano.


El político, que conquistó también grandes simpatías en el extranjero, nació en Viena en 1927 y se afilió al Partido Socialdemócrata Austriaco (SPÖ) a los 23 años, en 1950. Cinco años más tarde comenzó su carrera como periodista en la radiotelevisión pública austriaca (ORF), donde llegó a ser director de programación. Como comunicador, tuvo una carrera exitosa: revolucionó el panorama mediático al moderar el primer debate sobre la anexión de Austria por la Alemania nazi y el papel de la república alpina en el Tercer Reich, un tema tabú en el país. En 1964 fue protagonista de otro hito al participar en un debate con periodistas checos que se convirtió en la primera conexión televisiva en directo y sin censura con un país de la Europa comunista.
Dejó el periodismo y se hizo político en 1979, cuando asumió la delegación de Cultura en el Ayuntamiento vienés. De allí pasó a ocupar el cargo de ministro de Cultura hasta que en 1984 regresó a la actividad municipal como alcalde de la capital. Fue un regidor querido, siempre tuvo cuotas de apoyo popular superior al 55%. Quizás, en parte, por las agallas que demostró tener. En 1985, por ejemplo, advirtió a sus funcionarios de que si no lograban crear carriles de bicicleta, él mismo saldría a la calle con un cubo de pintura para dibujarlos. Gracias a Helmut Zilk se permitieron las bicicletas en la célebre avenida del Ring. Gracias a él, también, Viena tiene metro.
Como alcalde, y muchas veces en contra de la línea de su propio partido, fomentó programas de inclusión para inmigrantes. Era conocido, además, su apoyo a la comunidad judía de Austria. Fue la razón que llevó a Radl y Binder a enviarle una carta bomba a su domicilio la noche del 5 de diciembre de 1993. Zilk, que acababa de llegar de un viaje, y desconocía que el grupo xenófobo llevaba a cabo una oleada de atentados en la ciudad, abrió el sobre y resultó gravemente herido. Tuvo que ser intervenido de urgencia y se le amputó la mayor parte de una mano, la izquierda.
Casado en tres ocasiones -la última vez con Dagmar Koller, una conocida estrella de la música en Austria-, Helmut Zilk fue acusado en 1998 de haber colaborado con los servicios secretos checos entre 1959 y 1965. Según el periódico alemán Süddeutsche Zeitung, Zilk vendía información sobre los vínculos entre la oposición anticomunista de Checoslovaquia y los disidentes en el exilio durante aquellos años de represión que culminaron en 1968 con la Primavera de Praga. Él siempre lo negó.

Los limites del socialismo - Norbert Lesser - 1995

EL PAÍS
TRIBUNA: NORBERT LESER
Los límites del socialismo
NORBERT LESER 02/10/1995
Tanto Austria como España tienen Gobiernos socialdemócratas -Austria un Gobierno de coalición con predominio socialista, España un Gobierno socialista en minoría- y jefes de Gobierno cuyos mejores momentos ya pasaron, que, tras una serie de éxitos, han sufrido diversas derrotas y aún les esperan otras incluso mayores, y que aun así siguen aferrándose al poder y luchan por la supervivencia. Sin embargo, poco tiene que ver este intento de prolongar y afirmarse en el poder con el socialismo, y sí, en cambio, con un poder que no se cede voluntariamente a pesar de haber cumplido su deber histórico. En el fondo, los representantes del socialismo en España y en Austria son "Gorbachovs en miniatura" -no en lo que se refiere a su talla histórica-, sino en lo que se refiere a su función histórica- cuando creen que pueden reformar un sistema que en realidad ya se sobrevivió y con el que lo único que realmente se puede hacer es administrarlo hasta que se termine, un sistema que ya no sabe dar impulsos nuevos a la sociedad. Y cuando, además, no creen siquiera en la posibilidad de una reforma, en el sentido de los antiguos ideales socialistas, sólo son tecnócratas y gestores y se les mide solamente en el éxito o fracaso de su gestión.El gran liberal europeo Ralf Dahrendorf- -nombrado lord en Gran Bretaña- calificó los años setenta como la era socialdemócrata", una era en la que Bruno Kreisky cosechó sus éxitos gracias a su rumbo hacia el Estado de bienestar en Austria, lo mismo que les ocurrió a muchos de sus colegas en otros países. A principios de los ochenta, en cambio, ese mismo Dahrendorf hablaba ya del fin de la era socialdemócrata.

Y le da la razón lo que sucede tanto en España como en Austria, a pesar de que en ambos países aún son Gobiernos socialistas los que están en el poder. ¿Es únicamente el desgaste propio del poder el que ha llevado a esta pérdida de la función y de los electores de la socialdemocracia? El típico desgaste del poder que, a la larga, sufren todos los gobernantes no es motivo suficiente para explicar esa pérdida paralela de la confianza y la sustancia de la socialdemocracia en países tan diferentes como Francia, España y Austria.
No se trata simplemente de la normal vuelta del péndulo del poder que se produce constantemente en las democracias, sino de errores específicos del socialismo que, a pesar de su fundamento democrático, y teniendo en cuenta todas las diferencias, tiene ciertas cosas en común con el comunismo real socialista que son las causas de su perdición. Se puede aplicar al socialismo democrático lo que comprobó científicamente el gran economista austríaco Ludwig von Mises en los años veinte: que el socialismo, como concepcion económica, es irrealizable y conduce a un callejón sin salida, el burocratismo. Aunque tiene gran mérito, y es indispensable la transformación del capitalismo y del Estado puramente liberal en un Estado del bienestar, cuyo motor ha sido la socialdemocracia, al socialismo de cualquier índole le ha sido vedado el triunfo real de constituir una alternativa económica al capitalismo y por razones estructurales también le será vedado en el futuro, dados los pésimos resultados de la sustitución del empresario por el planificador y burócrata. La economía austriaca nos da constantes ejemplos de la ineficacia de las alternativas socialistas: la industria nacionalizada, -antaño niña mimada y orgullo de la socialdemocracia- ha registrado grandes pérdidas y ahora hay que proceder a su privatización.
Y eso no es todo: el socialismo no sólo perjudica la economía, cuando intenta transferir el principio democrático a la economía, también sufre la estructura burocrática que la ata internamente y la deja incapacitada para introducir reformas y, en cambio, provoca una propensión a la corrupción. Incluso antes de la I Guerra Mundial, el sociólogo italo-alemán Robert Michels -quien, igual que yo y bajo la impresión de los hechos sobrecogedores, se convirtió de teórico en crítico del socialismo- investigó la estructura de la socialdemocracia, que ha cambiado poco durante estos decenios, y llegó a la conclusión de que el reinado del funcionariado y secretariado dentro del partido ejerce una atracción casi irresistible para aventureros y caracteres parasitarios, y convierte en plagas las buenas obras del socialismo. El socialismo es un paso transitorio necesario y positivo en cualquier sociedad moderna, pero conduce al estancamiento en el momento que dura demasiado y se aplica, con demasiada intensidad. Una vez que el socialismo ha dado los impulsos necesarios a la sociedad, ya ha dado todo lo que puede dar y no dispone de medios correctores para combatir los defectos en sus propias filas. El socialismo bajo Bruno Kreisky fue, durante una década, una era de modernización para Austria, pero también tuvo su precio y sus lados negativos, que ha de sufrir precisamente la población trabajadora, causando el alejamiento de los mismos de la socialdemocracia.
Bajo estas circunstancias es realmente extraño que el SPÖ (partido socialista austríaco) siga siendo el partido más votado en Austria, si bien ahora representa solamente un tercio de los electores. Ello probablemente se deba a que los conservadores, el Österreichische Volkspartei (partido popular austríaco) -formación con la que la socialdemocracia ha formado el Gobierno de coalición-, sufren aún más los cambios sociológicos y el retroceso del sector agrario de la economía, y también los procesos espirituales, como la decadencia de la autoridad y la pérdida de confianza en la Iglesia católica.
Estas circunstancias y otras más impiden, de momento, que Austria se despida de la socialdemocracia tal como ha ocurrido en Francia y como parece insinuarse en España. Lo que ocurre es que el partido popular de Austria ha sacado consecuencias personales de este proceso de merma que lo dejó, en las últimas elecciones, con sólo el 27% de los votos, y ha puesto un hombre nuevo en su cima: Wolfgang Schüssel, nombrado también ministro de Asuntos Exteriores, quien -con un nuevo equipo de gobierno- tiene una posibilidad real de consolidar a los conservadores y de acosar a los socialistas.
Naturalmente, tanto el SPÖ Como el ÖVP tienen que enfrentarse a una competencia que no hay que subestimar. El presidente del partido liberal de Austria, Jörg Haider, quien transformó el partido en movimiento,ha conseguido transformar este partido -hace diez años una fuerza política débil y que sólo servía para ayudar al SPÖ a conseguir su mayoría- en una fuerza política considerable, con aproximadamente un millón de electores. El movimiento de Haider, que propaga una "Tercera República" y, en su concepción constitucional, una mezcla entre el sistema presidencial francés con fuertes elementos plebiscitarios según el modelo suizo, es una fuerza populista de derechas, conscientemente antisocialista, que no se puede simplemente calificar de fascista o de extrema derecha a pesar de que hay algunas fronteras difusas entre determinados liberales y neonazis o nazis de la vieja guardia. A Jörg Haider, una personalidad muy dinámica, pero nada melindrosa, sobre todo en el trato con su propia gente, a pesar de toda la demagogia que hay qué reprocharle, se le debería reconocer como mérito el haber marginado a la extrema derecha y haber llevado a vías parlamentarias reglamentarias el considerable potencial de la derecha existente en Austria. A pesar de ello y debido a su socialización y asociación a ciertas organizaciones estudiantiles, Haider tiene una postura nada clara respecto al pasado austriaco y la "nación austriaca" -en la que cree la mayoría, ante todo, de los jóvenes austriacos-, y una tendencia "nacional-alemana", la que podría ser causa de problemas de identidad y de la formación de un bloque alemán en la Unión Europea, en caso de que el Movimiento Liberal llegue a formar parte del Gobierno. Últimamente, sin embargo, Haider ha dejado entrever que quiere acabar con las tendencias pangermanistas y dar una orientación claramente austríaca a su partido. Por lo demás, Haider es muy hábil aprovechando la decepción generalizada sobre la Unión Europea, a la que Austria se adhirió a principios de este año. Una coalición con el Movimiento Liberal vendría acompañada, por tanto, de serios riesgos -si bien se trata de una alternativa democrática legítima a la, gran coalición-. Pero tampoco escasearían los problemas en una coalición rojo-verde de izquierdas, ya que, al igual que existen fronteras difusas en el Movimiento Liberal hacia el margen derecho, hay conexiones de este tipo también en los verdes hacia los grupos de extrema izquierda y anarquistas.
Por tanto, es más incierto que nunca el futuro político de Austria después de las próximas elecciones, que tendrán lugar en 1998 o incluso antes, y refleja un proceso de polarización que no se limita a Austria y no coincide con los límites tradicionales de los partidos: entre un bloque izquierdista-emancipatorio y otro conservador-autoritario de derechas. Y de nuevo podría producirse un hecho que ya mencionó el gran dramaturgo alemán y austríaco de elección, Friedrich Hebbel, calificando a Austria de "ese mundo pequeño donde el mundo grande se ensaya".
Norbert Leser es profesor de Filosofía Social de la Universidad de Viena.

Entrevista a Alfred Gusenbauer - Socialdemocrata Austriaco - 2000

EL MUNDO
VOCES DEL MILENIO / ALFRED GUSENBAUER
«Felipe González, Mitterrand y Papandreu cometieron el error de desconectar de la sociedad»
LOS SOCIALDEMOCRATAS AUSTRIACOS (SPOE) ENTRONIZARON AYER EN SU CONGRESO AL PRESIDENTE MAS JOVEN DE SU HISTORIA. ESTE BRILLANTE POLITOLOGO APRENDIO CON LOS GRANDES DESDE LA VICEPRESIDENCIA DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA. EL SPOE QUIERE RECUPERAR ASI EL PODER PERDIDO EN OCTUBRE, POR PRIMERA VEZ DESDE LA GUERRA MUNDIAL.
ANA ROMERO
Cargo: PRESIDENTE DEL PARTIDO SOCIALDEMOCRATA AUSTRIACO Y CANDIDATO A CANCILLER / 40 AÑOS / Formación: POLITICAS, FILOSOFIA Y DERECHO / Credo: SOCIALDEMOCRACIA MODERNA / Aficiones: JUGAR CON SU HIJA / Sueño: SER CANCILLER
VIENA.- Abre la puerta sin llamar y se planta, muy decidido, ante los siete oscuros retratos de sus antecesores. Ahí se dispone Alfred Gusenbauer, todo tieso, a dejarse fotografiar para la Historia.
Presencia la escena, cual convidado de piedra, el ex canciller (presidente) Viktor Klima, en cuyo despacho hemos irrumpido. El apuesto Klima, el dirigente al que este jovenzuelo con pinta de Jerry Lewis acaba de destronar como líder del Partido Socialdemócrata (SPOE, en sus siglas alemanas), todavía trabaja aquí. La entrada ha sido abrupta, y una se queda rezagada en el umbral de la amplia estancia. A Klima, que esboza una sonrisa, no parece importarle: «¡Es estupendo ver de qué forma tan saludable se produce el cambio!».
Una le comenta al nuevo líder de la oposición austriaca que en la sede del PSOE, en la madrileña calle de Ferraz, nunca sucedió algo así. «Yo le dije a Klima que si querían que encabezara el partido, que me lo pidieran, que yo no iba a ir a los barones (sic) regionales a rogarles», explica Gusenbauer, un brillante ex monaguillo católico que a los 21 años dirigía las Juventudes Socialistas, a los 29 llegó a la vicepresidencia de la Internacional Socialista y ayer, a los 40 recién cumplidos, fue nombrado presidente del SPOE y candidato a la presidencia del Gobierno. «También le dije que necesitaba manos libres, que no podía adquirir ningún compromiso como condición para ser elegido, que exigía una elección incondicional».
Así de directo es el presidente más joven de un histórico partido que el pasado octubre se estrelló al negarse a gobernar junto al extremista Jörg Haider. Por primera vez desde la II Guerra Mundial, los socialdemócratas cedieron el Gobierno a la derecha de Wolfgang Schlüssel. Para sacarlos del anquilosamiento que da medio siglo de poder, ha llegado Gusenbauer, una especie de niño milagro que estuvo a punto de morir al nacer, con 56 centímetros de largo y cinco kilos de peso. «¡Desde entonces tengo unas enormes ganas de vivir!», señala este hombre campechano que creció en la minúscula localidad de Ypps, al borde del Danubio, con tan sólo 6.000 habitantes.
«Siempre he querido ser presidente del partido y canciller de Austria. Desde niño», continúa. «A los siete u ocho años ya contestaba así. Nunca me ha interesado ganar dinero, tener propiedades, no he querido malgastar mi vida trabajando para alguien. Siempre me ha interesado la sociedad. Sé que suena a broma, pero puede usted preguntar a mis compañeros, siempre dije que lo conseguiría en el año 2000».
Por España siente Gusenbauer debilidad. Habla español, como su pareja, Eva, que es intérprete de nuestro idioma, y casi no le queda una sola ciudad española que visitar. Uno de sus mejores amigos es Ricard Torrell, coordinador internacional del PSOE. Del valle de lágrimas en el que están instalados sus colegas españoles está bien informado: «El problema es que las cosas en el PSOE no se están moviendo. Pero la oportunidad puede surgir si ese inmovilismo provoca el disgusto de la gente y esto conduce a una solución radical. Tienen cierto tiempo hasta el congreso de julio, pero cuanto más tarde este comité de 12 apóstoles (sic) en tomar las decisiones adecuadas, más crecerá el malestar. Pero no está todo perdido, a pesar de lo mal que pintan las cosas».
«Conozco a Felipe González desde hace mucho tiempo. En 1987, en una cena en Valencia, le expliqué que el PSOE era un partido muy macho (sic) y que tenía que incluir a más mujeres. El parecía un poco confundido y Carmen Romero me daba la razón», agrega mientras incluye al ex presidente del Gobierno español en esa lista de grandes líderes de la Internacional Socialista con los que tuvo ocasión de trabajar: Bruno Kreisky, Willy Brandt, François Miterrand y «dos personas intelectualmente impresionantes», Jacques Delors y Andreas Papandreu. «Me sentaba en el presidium a escuchar a estos pesos pesados de la política», recuerda. «Porque una cosa es lo que dicen al público, y otra cuando discuten entre ellos. Ahí es donde se descubría su potencial intelectual y político».
-Cuesta trabajo entender cómo gente tan inteligente como Felipe González, Mitterrand o Papandreu pudo enfangarse tanto.
-El problema, muy triste, es el mayor error que pueden cometer aquéllos que se convierten en líderes, el mayor peligro. Es lo que les pasó a ellos [Felipe González, Mitterrand, Papandreu], que desconectaron de la sociedad, se olvidaron de lo que estaba pasando a su alrededor. Confiaron en los equipos que les rodeaban al 100%. Pero en estos equipos había gente que no era de fiar. Uno no puede controlarlo todo, eso es simplemente imposible.
-¿Cómo han de ser los socialdemócratas hoy en día? Complicado, ¿no?.
-¡La vida es complicada, pero eso la hace interesante! En estos tiempos de globalización económica se genera mucha riqueza, y un partido socialdemócrata moderno no debe de oponerse a este hecho. Lo que tiene que hacer es esforzarse en crear condiciones humanas para este cambio, pero a nivel europeo y global, porque a efectos económicos, el Estado-nación ha dejado de existir. Nuestro futuro pasa por la fortificación de las instituciones europeas. A pesar de las diferencias entre Europa y Estados Unidos, como por ejemplo el modelo social, no tenemos más remedio que mirarlos. A largo plazo, nuestro sistema europeo es más sostenible que el norteamericano. Para entender esto hay que fijarse en el alto porcentaje de personas que quedan al margen del enorme desarrollo económico en Estados Unidos, o el empleo de inmigrantes para sustituir a esos norteamericanos que no consiguen integrarse en el sistema.
-¿Y cómo se crean esas condiciones humanas?
-En los años 60, lo revolucionario era obtener un título universitario. Ahora, el individuo necesita varias oportunidades a lo largo de toda su vida. Pero por muchas oportunidades que se den, hay una parte de la sociedad que nunca logrará integrarse. Y el Estado ha de garantizarle las condiciones mínimas de existencia que le permitan mantener su dignidad. Este nuevo equilibrio entre la sociedad de oportunidades y la justicia social es el reto fundamental de las sociedades desarrolladas en Europa y fuera de ella.
A pesar de los problemas que Haider le ha traído a su partido, está de acuerdo Gusenbauer con lo que en Europa empieza a ser un secreto a voces: «Las sanciones de la Unión Europea contra Austria están teniendo un efecto contraproducente, porque están ayudando al Gobierno a desarrollar una cierta conexión con la gente».
«Además, esta cuestión se superpone a todo el debate político y por ello todas las decisiones domésticas que se están llevando a cabo están pasando desapercibidas, los recortes sociales, las privatizaciones, la reforma de las pensiones. Son medidas muy impopulares contra las que no se está reaccionando, porque hay una causa prima que son las sanciones», concluye.
De momento, dice que Tony Blair ha entendido bien esta explicación, que él mismo le ofreció. Los alemanes siempre lo supieron: «Europa se está dando cuenta de que las medidas contra Austria tienen un efecto contraproducente, y esa especie de concurso que se estableció para sancionarnos está decayendo».
-En ese concurso que menciona, España estuvo en la avanzadilla.
-Los españoles tenían dos razones para apoyar las sanciones: antes de las elecciones generales, lo último que quería Aznar es que se pudiese sugerir que tenía relación con este partido de extrema derecha en Austria. En segundo lugar, está claro que el Gobierno español, por motivos que todos conocemos, quería alienarse con el francés. Antonio Guterres se lo explicó muy bien a Schlüssel en Bruselas: la pelota está en el tejado austriaco, porque nadie le prohíbe a Haider que cambie, que se abstenga de hacer afirmaciones racistas, por ejemplo. Dentro de unaño y medio se puede comprobar si ha cambiado, y entonces se podrá volver a hablar.
-¿Cree que el FPOE (partido de Haider) tiene voluntad de cambio?
-De momento, el partido está completamente controlado por Haider. Hay que ver si algunos se intentan separar de él y crear su propia base de poder dentro del partido. La gente que está en el Gobierno no pinta nada.
-¿Es Haider un nazi, un peligro, o una broma de mal gusto?.
-Es un político con mucho talento, sin duda. Es, principalmente, un populista que trata de sacar votos de debajo de las piedras, con los medios que haga falta. Para él no hay límites: por obtener más votos, hará lo que sea. Su agitación política no tiene límites éticos, democráticos o culturales. Si cree que puede obtener votos haciendo un comentario racista en una convención en Viena, lo hará. Además, tiene un fuerte background familiar nazi. El tenía una relación muy estrecha con su padre, que fue un oficial nazi. En el fondo de su corazón, nunca desconectó con su padre o con la generación que colaboró con el nazismo. Así que yo diría que él no es nazi, pero que tiene un problema para disasociarse del pasado nazi de su familia.
Gusenbauer fue elegido ayer presidente, pero trabaja como tal desde febrero, de ahí la dualidad de despachos. En abril, conmocionó al país haciendo algo absolutamente novedoso: entonar un mea culpa porque su partido también aceptó incluir en sus filas a ex nazis. «Fue difícil, pero era necesario. Lo hice porque si Haider, por ejemplo, se refiere a la adecuada política de empleo realizada por el régimen nazi, gente como yo piensa enseguida en trabajos forzados, campos de concentración y Holocausto», explica. «Pero otros piensan en pleno empleo y la construcción de autopistas, porque después de 1945 nunca ha habido una revisión sólida y fundamental de lo que ocurrió aquí entre 1938 y 1945. Por vergüenza, porque la gente no quería hablar sobre ello».
«Porque cientos de miles de austriacos fueron miembros del Partido Nazi, y después de 1945 prefirieron olvidarse. Pero entre 1934 y 1938 tuvimos el régimen austrofascista, que era fundamentalmente democristiano y autoritario, muy parecido al de Mussolini en Italia», continúa. «Es una historia compleja, complicada para los austriacos y por ello, después de 1945, se quiso evitar las divisiones de antes de la guerra. Se pensó que la unidad nacional estaba en peligro, especialmente porque entre 1945 y 1955 Austria estuvo ocupada por las fuerzas aliadas, y el Este del país estaba ocupada por el Ejército Rojo, lo que podía suponer la división del país como Alemania».
En los periódicos austriacos saltan las historias escandalosas, como la del doctor Gross, alto cargo del mismo hospital donde en la época nazi mandó matar a niños: «Creo que 55 años después de la guerra, tenemos que iniciar un debate nacional sobre lo que ocurrió, y en qué condiciones. Es fundamental para la higiene política de nuestro país. Esto es una reponsabilidad que tiene nuestra generación».
-Claro que para usted es más fácil, porque su familia no estuvo relacionada con el nazismo.
-No, porque nuestra generación no debe de adoptar una categoría moral y juzgar a nuestros padres y abuelos, ver si actuaron bien o mal. El ejercicio pretende entender por qué ocurrieron ciertas cosas y en qué circunstancias políticas, para extraer conclusiones de cara al futuro. Para saber qué condiciones políticas hemos de evitar. Dentro de mi partido hubo gente que se opuso porque pensaba que había cosas más importantes que hacer. En realidad, el SPOE fue el menos afectado. Pero tras la guerra, compitieron por hacerse con los votos de esos ex nazis, unos 600.000. Todos, incluido mi partido.
Antes de ser elegido presidente, tuvo tiempo Gusenbauer, como buen austriaco, de irse de vacaciones a Mallorca. El resto del tiempo, excepto los desayunos con su hija Selina, dice que lo dedica a trabajar: «Si quieres ser el líder, tienes que tener visión y una enorme fuerza de voluntad. Tiene que ser la idea de tu vida. Yo, desde el principio quise ser esto. La mayor suerte que puedes tener en la vida es que puedas hacer lo que siempre quisiste hacer».

Kreusky, ejemplo de la socialdemocracia europea - 1989

El PAÍS

PERFIL
Kreisky, ejemplo de la socialdemocracia europea
03/01/1983
Bruno Kreisky, jefe del Gobierno austriaco desde 1970 y presidente del Partido Socialista de aquel país (SPOE), es el artífice de la estabilidad económica y las transformaciones sociales que ha vivido Austria en los últimos doce años que llevan en el poder los socialistas, partido que cuenta con unos 700.000 afiliados aproximadamente y 95 escaños en el Parlamento.A punto de cumplir los 72 años, el viejo Bruno personifica la integridad moral y la continuidad al frente de la nación. Las opiniones del canciller Bruno Kreisky, a quien le gusta manifestarse sobre casi todo, dan lugar a enconadas polémicas en ocasiones, pero los autriacos le quieren y le respetan. Cada día de 8 a 8.30 horas el jefe del Gobierno contesta personalmente a las preguntas telefónicas de los ciudadanos, desde la mesa de desayuno de su casa.

La gestión del Gobierno socialdemócrata en los últimos doce años ha hecho que Austria se tome como ejemplo y modelo entre otros partidos de la Internacional Socialista, en un contexto internacional de inestabilidad económica y desempleo. Dos son los principales motivos de orgullo en el haber de los socialistas austriacos: tener uno de los porcentajes de desempleo mas bajos del mundo, calculado en un 3,6% en el último año, y una inflación situada entre un 5,5 y un 6,5%, inferior a la de la mayoría de los países industrializados.
Uno de los pilares básicos de la estabilidad austríaca es el consenso social -la Sozial Partnerschaft- entre empresarios y sindicatos. Este consenso, que regula precios y salarios, ha convertido a Austria en un país donde el tiempo de huelga anual por habitante era de tres minutos en 1980. En la esfera internacional, la neutralidad de Austria y las opiniones mantenidas sobre distintos conflictos por Kreisky, antiguo ministro de Relaciones Exteriores, no goza de la comprensión de todos sus compatriotas, pero ha dado prestigio y respeto a su país en los foros internacionales.
Bruno Kreisky practica una política independiente de los bloques, ha condenado enérgicamente la intervención soviética en Afganistan, ha criticado las sanciones económicas de Estados Unidos contra Polonia y el Este y judio como es, ha arremetido con dureza contra la política del Gobierno israelí de Beguin. La pasada semana, Kreisky se reunió en Palma de Mallorca con Yassir Arafat, dirigente de la OLP, organización que Austria fue de los primeros países en reconocer.

Obituario de Hans Matthofer - Socialdemocrata Aleman - 2009

EL PAÍS
OBITUARIO: 'IN MEMÓRIAM'
Hans Matthöfer, un socialdemócrata ejemplar
IGNACIO SOTELO 17/11/2009

El 15 domingo de noviembre falleció, a los 84 años, Hans Matthöfer. Lo comunicaba el recién elegido presidente del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Sigmar Gabriel, justo al finalizar un congreso que ha intentado recuperar la socialdemocracia que él encarnó de manera ejemplar.
Nacido en Bochum, hijo de un obrero que trabajaba en una acerería, aunque en la gran crisis de los años treinta con largos periodos de desempleo que marcaron su niñez, así nos lo cuenta en los recuerdos de los años juveniles que publicó en 2006. Estudió Económicas, superando las pruebas de acceso a la Universidad para mayores de 25 años. Siguiendo los pasos del padre, desde muy joven se afilia al SPD y al sindicato del metal, donde empieza a trabajar al terminar la carrera, llegando a secretario de educación de IG Metall. En 1961 es elegido diputado, escaño que conserva hasta 1987. Willy Brandt lo hace secretario de Estado y Helmut Schmidt en 1974 ministro de Investigación y Tecnología. Al año, la oposición conservadora pide su dimisión por haber llamado al Gobierno de Pinochet una "banda de criminales". En 1978 es nombrado ministro de Hacienda, cargo que ocupa hasta 1982. En estos años de rápido aumento del desempleo, convencido de que el crecimiento a largo plazo exige unas finanzas equilibradas, en la línea del canciller Schmidt, se niega a apuntalar el Estado de bienestar incrementando la deuda pública. Esto produjo una ruptura con los sindicatos que ha tenido consecuencias funestas para el movimiento obrero.
Dos políticas esenciales
Matthöfer pensaba que la política socialdemócrata no debe oponerse a la razón económica, sino centrarse en dos puntos en los que ha insistido a lo largo de su vida: humanización del trabajo y consolidación, en la medida de lo posible incluso ampliación de la cogestión. Una política de empleo necesita de la presencia obrera en los consejos de administración que canalicen las inversiones hacia el empleo, pero también de una política razonable de equilibrio presupuestario.
Los españoles tenemos que estarle especialmente agradecidos. Su labor en el sindicato y sus primeros años de diputado coincidieron con la llegada masiva de inmigrantes españoles. Destacó por su afán de organizar a los españoles con el fin de educarlos a participar en sindicatos libres y en partidos democráticos de clase, a la vez que ayudó cuanto pudo a la oposición democrática que empezaba a emerger en el interior, hasta el punto de que en su grupo parlamentario se le conocía como "el diputado por Barcelona".
Hoy me domina un recuerdo. El del ministro de Hacienda esperando en el andén de la estación de Francfort. Ante mi extrañeza de encontrarlo entre la gente, me aclara que para llegar a Bonn el tren era mucho más práctico que el coche oficial. Desde entonces no he podido fiarme del político que cambia de vida cuando llega a ministro. Y una sensación de culpa. Solía mandarme sus libros; hace unos meses recibí una biografía suya que coloqué en el montón de los que esperan lectura. Hoy al abrirlo descubro que estaba dedicado por él, y se ha muerto sin que yo diera señales de vida. Me duele en especial porque en estos últimos 20 años ya había sufrido lo olvidadizos y hasta desagradecidos que podemos ser los españoles.
Sotelo es catedrático de Sociología en excedencia.
IGNACIO SOTELO

Frente a la crisis, socialdemocracia - Jesus Caldera - 2008

PÚBLICO
Las crisis, aunque dolorosas, suelen ofrecer una oportunidad para el cambio. Y ésta es profunda. No estamos sólo ante una crisis del sistema financiero; estamos ante una crisis de todo el sistema, del modelo de desarrollo económico. Por ello debemos aprovechar esta oportunidad para promover un cambio de paradigma, una globalización distinta que no sólo se guíe por los principios de efectividad, sino también de justicia, solidaridad y responsabilidad ante los ciudadanos.
Y lo importante no es cambiar, sino cambiar a mejor, lo que implica detectar las causas de esta situación para después encontrar las mejores soluciones. Y ni unas (las causas) ni otras (las soluciones) son ajenas a la ideología, como quieren algunos hacernos ver. Detrás de la crisis no hay errores de orden técnico, sino una determinada concepción neoconservadora y neoliberal del mundo: la no regulación. De este modo, se ha tratado de imponer como necesidad económica lo que tan sólo era una preferencia ideológica: los mercados funcionan mejor sin regulación alguna, sin la intervención de los poderes públicos.
Porque, ¿qué es lo que ha pasado? Se dejó de regular. El Sr. Greenspan, presidente de la reserva federal norteamericana, lo dejó muy claro: “No hay nada en la regulación federal (gubernamental) per se que la haga superior a la autorregulación del mercado”, afirmó, y hoy sufrimos las consecuencias.
Desregulación, pues, financiera: productos, como los derivados y los hedge funds al margen de cualquier supervisión. Pero no sólo hubo esta clase de desregulación. Este fenómeno no se circunscribió a la economía y a los mercados: también se extendió a la política. Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional decidió prohibir las guerras de agresión. El uso de la fuerza debería autorizarse por Naciones Unidas e ir dirigido a misiones de paz o humanitarias. Esta regulación molestaba las posiciones neoconservadoras y decidieron ignorarla, promoviendo la invasión y ocupación de Irak al margen de las normas de regulación internacional. En materia medioambiental ocurrió otro tanto: las reglas trabajosamente alcanzadas en Kioto fueron ignoradas. Su protocolo (regulación internacional dirigida a conseguir un mundo sostenible) de nuevo fue ignorado. Y así, las fuerzas del mercado, sin que nadie les pusiera ningún freno, acabaron provocando estas crisis: financiera, política, de seguridad, ambiental.
El resultado de esta política neocon desde un punto de vista ético, incluso diría desde un punto de vista humano, no ha podido ser más regresivo. Un mundo más desigual, menos cohesionado, más injusto. En los países donde se ha aplicado esta doctrina con más intensidad, como Estados Unidos, los ricos han visto aumentada su riqueza, mientras la clase media perdía poder adquisitivo y los trabajadores calidad en los servicios públicos y en la protección social.
El crack financiero nos ha demostrado que su modelo no sólo era injusto en términos de valores, sino también ineficaz en términos económicos. No es que su modelo fuera insolidario; es que, además de ello, nos ha conducido a la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
¿Y ahora qué? Creo que la mejor respuesta está en los valores socialdemócratas. Seguramente no es preciso “refundar el capitalismo” como pomposamente se ha dicho. Basta con aplicar sensatamente criterios de economía social de mercado. Un modelo basado en la economía real y productiva, no en la deslumbrante riqueza financiera (las más de las veces irreal. En Estados Unidos, el mercado de derivados ha crecido de 106 trillones de dólares en 2002 a 531 trillones en 2008, al principio de la crisis, ¡5 veces en menos de 6 años!). Un modelo basado en inversiones duraderas y sostenibles, en la paz social, en la formación de los trabajadores, en la intervención del Estado allí donde se necesita, en el reparto de la riqueza, en la solidaridad, en la cohesión social. Habrá que innovar, por supuesto, e introducir fórmulas que mejoren el sistema, pero el modelo ya existe. Se llama modelo socialdemócrata.
Y las mejoras que se deben introducir, si queremos que sean útiles, tendrán que profundizar en dicho modelo. Para empezar, en el enfoque. No podemos afrontar esta situación circunscribiendo la respuesta exclusivamente a la crisis financiera, porque ésta no es el único fallo de mercado al que nos enfrentamos. Junto a ella, el mundo afronta una catástrofe medioambiental de dimensiones planetarias y una crisis alimentaria que se cobra miles de vidas al día. Por tanto, la respuesta ha de ser global, y debe abarcar el impulso de políticas que permitan alcanzar los objetivos del Milenio, la reducción de gases contaminantes o la apertura del comercio a los países en vías de desarrollo a través de la Ronda de Doha.Además, deberemos aplicar valores socialdemócratas también en lo que respecta, en concreto, a la respuesta a la crisis financiera, que ha de estar basada en una nueva arquitectura financiera internacional basada en el activismo del Estado, la transparencia, la proporcionalidad entre el riesgo y el beneficio, la correlación entre el beneficio individual y colectivo y la seguridad en los mercados.
A los gestores de Wall Street y sus pares (y a sus ideólogos) debemos condenarlos éticamente, sí, por su avaricia y afán de lucro interminables en un mundo con tantas desigualdades y pobreza, pero sobre todo, debemos condenarlos por su incompetencia y desastrosa gestión económica que nos ha llevado a la peor crisis desde 1929. El neoliberalismo tuvo su oportunidad; demos ahora la oportunidad a los ciudadanos.
Jesús Caldera es Secretario Federal de Ideas y Programas del PSOE

Politicas de izquierda, gobiernos de derecha - Antonio Estella - 2009

EL PAÍS
TRIBUNA: ANTONIO ESTELLA
Políticas de izquierda, gobiernos de derecha
Es paradójico que la derecha gane las elecciones europeas tras naufragar el neoliberalismo. Y que gobierne tantos países aplicando políticas socialdemócratas. El centro-izquierda debe retomar la bandera del cambio
ANTONIO ESTELLA 09/06/2009
A nadie le ha pasado desapercibido: la derecha ha ganado las elecciones al Parlamento Europeo y, sin embargo, se ha producido el derrumbamiento del programa que la sustentaba, el neoliberalismo. Además, en la mayor parte de las capitales europeas gobiernan partidos de derechas (las excepciones serían España, Portugal, Austria, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia y Eslovenia, más el moribundo Gobierno laborista de Reino Unido), pero todos ellos están aplicando para salir de la crisis recetas más propias de la socialdemocracia (del neo-keynesianismo). O sea, la derecha domina en Europa la política, pero la izquierda domina las políticas.

En Europa es difícil encontrar partidos socialdemócratas con una agenda de cambio propia
La izquierda reformista no debe esperar a que alguien asuma sus ideas y haga el trabajo por ella
¿Qué es lo que explica esta aparente paradoja? ¿Cómo es posible que estemos en una situación en la que, a pesar de que el paradigma ideológico y programático que empieza a dominar sea más cercano a la socialdemocracia, la derecha esté en el poder? ¿Confía la gente más en la derecha para aplicar recetas socialdemócratas?
Indudablemente, las coyunturas específicas en las que se encuentran determinados partidos socialdemócratas pueden tener que ver en la explicación de esta situación. Así ocurriría con el caso francés y con el caso italiano, por ejemplo. El Partido Socialista Francés se encuentra inmerso en una lucha fratricida desde que Lionel Jospin fue descabalgado de su dirección. Por su parte, la izquierda italiana, a pesar de la relativa mejora que ha experimentado en estas elecciones europeas, sigue fuera de juego, incapaz de unirse y de encontrar un líder que no sea fagocitado por el concurso de egos que todavía se practica en ese lado del espectro ideológico italiano. De todas, la situación en Italia es la más preocupante: puede que la Primera República haya muerto, pero desde luego la Segunda República no ha nacido todavía.
La coyuntura importa, desde luego, pero no lo explica todo. En otros países la izquierda tiene los deberes aproximadamente hechos: está unida, y con líderes relativamente solventes, a pesar de lo cual la gente sigue prefiriendo a la derecha, no consciente (o quizá sí) de la disonancia que implica votar por partidos conservadores al tiempo que les exige la aplicación de recetas más propias del centro-izquierda. Alemania sería el más claro exponente de esta situación.
Existen, por tanto, corrientes más de fondo, explicaciones más estructurales sobre lo que está pasando. Exploraré las dos que me parecen más sugerentes. Primero, la idea de que, a pesar de lo que podamos pensar, existe en realidad una gran dosis de convergencia política entre partidos, lo que da pie a la emergencia de los llamados policy regimes. Y segundo, y en ese contexto, la facilidad con la que algunos partidos de izquierda han asumido programas de corte neoliberal.
En un estudio seminal de capital importancia para la comprensión de la evolución de la socialdemocracia en Europa, Adam Przeworski sostuvo en 2001 lo siguiente: "Todo el mundo asume que los objetivos y las políticas de un Gobierno difieren necesariamente de los que perseguiría el partido de la oposición si éste llegara al poder. Sin embargo, lo que se observa que ocurre en la práctica es que Gobiernos de derechas continúan implementando las políticas de sus predecesores de izquierdas, y viceversa". Dos son los ejemplos que da Przeworski. Así, el Gobierno danés de centro-derecha se embarcó entre 1968 y 1971 en un programa de subidas de impuestos y del gasto público de tal calibre que incluso hizo palidecer las políticas que en este terreno desarrollaron sus predecesores de izquierda. De la misma manera, los Gobiernos de Blair adoptaron muchas políticas neoliberales que habían probado los Gobiernos conservadores de Thatcher.
Por tanto, la historia de cómo se conforma el desarrollo de las políticas adquiere el siguiente aspecto. Un partido llega al gobierno con un determinado programa. Lo aplica. Algunas partes de ese programa no son muy exitosas, pero otras sí. Con el tiempo, ese partido es descabalgado del poder por la oposición. Aunque el partido de la oposición gana las elecciones con un programa diferente al que estaba aplicando el Gobierno, una vez en el poder, sigue desarrollando las políticas con las que el otro partido tenía éxito. Y no sólo las gestiona, sino que, como en el caso danés, puede incluso darles una vuelta de tuerca más, llevarlas hacia un estadio de evolución superior. La moraleja es clara: si quieres seguir manteniéndote en el poder, haz lo que tu competidor hacía de manera exitosa y, si puedes, mejóralo.
La conclusión que arroja esta moraleja en parte es triste para la socialdemocracia y en parte no. Lo es en el sentido de que invita a dejar de lado el programa máximo, cualquiera que éste sea, de la socialdemocracia. Y no lo es en el sentido de que establece de manera muy clara las condiciones a partir de las cuales la socialdemocracia puede dejar de ser antílope y convertirse en pantera.
En efecto, lo que el recuento anterior viene a decir es que la democracia es una constricción fundamental con la que debe jugar la socialdemocracia. Una vez que aceptas la democracia, sólo puedes pretender desarrollar políticas que gocen del apoyo mayoritario. Intentar desarrollar tu programa máximo será por tanto suicida si éste no recibe el respaldo de la mayor parte de la gente. Más que la revolución, la socialdemocracia tiene que tender hacia el reformismo. Éste es el camino más sabio si quiere sobrevivir. Y eso explica, en parte, que en muchos países haya asumido con tanta facilidad el neoliberalismo. Como en Reino Unido.
Pero que el margen para la innovación política sea muy reducido no significa que sea inexistente. Existen momentos en que los políticos, todos ellos, pero también los socialdemócratas, pueden dejar de ser antílopes, y dejar de estar simplemente atentos a los cambios en la mayoría, y convertirse en panteras, intentando conformar dichas mayorías, al convencerlas de que un cambio es necesario y de que son ellos precisamente los que están en mejores condiciones para liderarlo.
Esas condiciones son fundamentalmente tres: primero, que se den las circunstancias que permitan abrir una ventana de oportunidad para proponer una nueva política; segundo, que la gente acepte esa innovación, y tercero, que el que propone la innovación tenga buena suerte.
La intuición que hay detrás de esta idea es que cuando los votantes no saben qué pensar de una nueva política, se fijarán en la innovación en tanto en cuanto piensen que el partido que la propone es un partido responsable y que el statu quo no es positivo. Además, pensarán que el partido que propone el cambio es responsable si ese partido está convencido de que es necesario un cambio y aparece ante los ojos de la gente como más preocupado por el bienestar general que por la supervivencia política. Paradójicamente, el hecho de que haya desarrollado políticas más propias del otro bando en el pasado le ayudará a ganar reputación ante el electorado. Existe un límite, sin embargo: el partido socialdemócrata en cuestión tendrá muy difícil convencer a la gente de que no ha hecho electoralismo si en el pasado compró por completo la agenda de su competidor. El ejemplo británico re-emerge aquí de nuevo.
Por tanto, los partidos socialdemócratas que se han mantenido fieles a sus señas de identidad y que tienen una agenda específica de cambio tendrán muchas mejores perspectivas para que en el futuro la gente vuelva a acudir a ellos para la implementación de políticas socialdemócratas. En Europa es posible encontrar muchos partidos socialdemócratas que han sido aproximadamente fieles a sus señas de identidad. Es más difícil, sin embargo, encontrar partidos socialdemócratas que de verdad tengan una agenda de cambio propia, estén íntimamente convencidos de ella, y dispuestos, teniendo en cuenta las constricciones existentes, a desarrollarla.
Por tanto, para eliminar la disonancia que supone que sea la derecha y no la izquierda la que aplique en medio de las crisis políticas socialdemócratas, la izquierda tiene que preguntarse cuáles son sus objetivos y su plan para llevarlos a cabo, y no esperar a que alguien haga el trabajo por ella. En otras palabras, lo realmente importante en este ámbito de estrecho margen para la innovación política será establecer el tono: es decir, quién innova y quién copia al que innova.
Antonio Estella es profesor de Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.

La hora de la socialdemocracia - Antonio Estella - 2008

EL PAÍS
TRIBUNA: ANTONIO ESTELLA
La hora de la socialdemocracia
ANTONIO ESTELLA 17/11/2008

Esta crisis mundial ya ha tenido efectos que van mucho más allá del terreno económico. En el fondo, lo que ha puesto de manifiesto es que estamos ante un cambio de paradigma, ante todo un cambio de modelo ideológico. La crisis no sólo ha puesto en cuestión el neoliberalismo, sino también su compañero, el neoconservadurismo. Pero al hundimiento del paradigma neoliberal y neoconservador no le ha sucedido, todavía al menos, el surgimiento de un nuevo modelo que sirva de marco de referencia para poder mirar hacia el futuro con algo más de seguridad.

El vacío dejado por el fracaso 'neocon' y neoliberal no ha sido aún llenado por ideas de centro-izquierda
La igualdad no es un mero instrumento, es un fin en sí mismo
Sin embargo, antes de dejarnos llevar por el miedo al horror vacui, quizá deberíamos plantearnos la situación actual como lo que creo que en realidad es: una gran oportunidad para la emergencia de un nuevo consenso planetario de tipo socialdemócrata. Ahí cabría encajar, entre otras cosas, la presencia española en la cumbre de Washington del pasado fin de semana, junto a países gobernados por el centroizquierda como Reino Unido y Brasil.
Se abre una ventana de oportunidad para que la socialdemocracia dé un paso hacia adelante y asuma el desafío de ofrecer un nuevo eje alrededor del cual hacer girar la actuación futura de los actores políticos en este todavía incipiente siglo XXI. Existe material suficiente para afrontar ese reto: no faltan excelentes pensadores en la órbita de la socialdemocracia, ni tampoco excelentes ideas. Lo que probablemente falta es introducir un poco de orden en el debate en curso, fijar prioridades, analizar cómo las ideas pueden traspasar la siempre espesa frontera del mundo académico y científico para llegar a la "plaza pública", de tal manera que los ciudadanos se carguen de argumentos cuando quieran defender visiones próximas al paradigma de la socialdemocracia.
Es decir, a la socialdemocracia le falta hacer aquello que tan bien ha hecho el neoliberalismo hasta la fecha, aunque sin olvidar que una de sus fallas más importantes ha sido su inusitada tendencia a vender humo. No se trata por tanto de crear imagen, al menos no solamente; se trata de dar contenido y luego ver cómo se puede traducir ese contenido en un lenguaje fácilmente accesible para todos. Al menos en este caso, el orden de los factores sí que altera el producto. La primera recomendación sería no empezar la casa por el tejado.
Yendo a los contenidos, habría que empezar, precisamente, por revisar las ideas socialdemócratas en relación con las virtudes del mercado. Lo que estamos viendo en los últimos meses muestra, más que demuestra, que quizá la socialdemocracia haya "arrojado al bebé junto con el agua de la bañera", por emplear la gráfica expresión inglesa, al haber renunciado a algunos de los postulados originales de su ideología, abrazando, conmás intensidad quizá de la debida, al mercado.
El abrazo al que me refiero tiene además fecha de inicio: noviembre de 1989, año en el que cae el Muro de Berlín. En ese momento deja de estar de moda que la socialdemocracia hable de intervención de los mercados. De golpe y porrazo, lo antiguo era ser intervencionista, lo moderno era el mercado. El mercado se convierte en una especie de mantra budista para la socialdemocracia, tan ocupada como estaba por evitar ser tachada de rancia y anticuada. Pero es probable que en ese proceso haya acabado siendo más papista que el propio papa. Afrontémoslo con valentía: en determinados ámbitos económicos (subrayo para que se me entienda bien: en determinados ámbitos económicos) no basta con regular y supervisar la acción de los agentes económicos. En algunos sectores, es la participación directa del Estado lo único que puede dar una mayor dosis de seguridad de que se atenderá al interés general. Cuando el Estado deja de ser protagonista directo de la actividad económica, y se convierte en un mero espectador, pierde información sobre lo que está ocurriendo en el mercado, así como capacidad de corrección de sus fallos. Es esa implicación en determinados ámbitos económicos lo que puede dar herramientas para equilibrar los problemas de asimetría de información y de capacidad de actuación, lo que puede en definitiva dar mayores garantías (nunca plena seguridad) de que las cosas se harán como deben hacerse.
El segundo reto es volver a situar el principio de igualdad en el mismo corazón de la socialdemocracia, en sus valores, y en su discurso político. Creo que la forma en la que a veces se ha resuelto la tensión existente entre igualdad y libertad no ha sido la más adecuada. El "soy socialista a fuer de liberal" de Indalecio Prieto parece haberse interpretado por algunos en el sentido de que el principio de igualdad funciona fundamentalmente como instrumento para alcanzar el verdadero fin de la socialdemocracia, que es conseguir mayores cotas de libertad. Sin embargo, la igualdad no puede ser siempre y únicamente una herramienta al servicio de otros valores superiores, y en particular de la libertad. Es en muchas ocasiones un fin en sí mismo, un digno objetivo a alcanzar per se y en nombre de la socialdemocracia. Lo es, también, en un sentido económico. Porque de igual manera que nos parece legítimo repartir por igual los costes de una crisis económica, nos debería parecer legítimo repartir de forma mucho más igualitaria sus beneficios, y para ello los ciudadanos tendrían que poder participar, en pie de igualdad, en la toma de decisiones económicas que pueden ser trascendentales para sus vidas.
El tercer eje sobre el que debería reflexionarse es cómo abordar el problema del pragmatismo. Estoy persuadido de que se presta un flaco servicio a la socialdemocracia cuando se dice aquello de "no soy un dogmático de mi ideología, soy un pragmático". Evidentemente, no hay que ser dogmático, pero tampoco avergonzarse de tener una determinada visión democrática del mundo. Y la socialdemocracia gana la batalla cuando es capaz de situarse en el plano de los valores. Esto, que parece un mero eslogan político, tiene su explicación. Como recuerda Barack Obama en La Audacia de la Esperanza, cuando nos volvemos pragmáticos dejamos de argumentar; cuando dejamos de argumentar, nos volvemos perezosos, y cuando nos volvemos perezosos, somos incapaces de ofrecer respuestas a los desafíos que vienen desde otros paradigmas valorativos o ideológicos. Lo hemos visto en la revisión de los consensos básicos a la que nos ha sometido la derecha neoconservadora en buena parte del mundo, por ejemplo en España y Estados Unidos. Como la socialdemocracia ha dejado de pensar, de argumentar y de elaborar a partir de sus propios valores, como se ha vuelto "pragmática", ha tenido dificultades para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos de nuestro tiempo. Quizá haya llegado el momento de ponerse a ello.
Antonio Estella es profesor de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid.

¿Donde falla la socialdemocracia? - Fernando Skornik - 2008

PÚBLICO
¿DONDE FALLA LA SOCIALDEMOCRACIA?
FERNANDO SCORNIK GERSTEIN
Uno de los hechos más llamativos de la Europa contemporánea es que los Partidos Social-Demócratas -que dicen ser los representantes de los intereses de la clase trabajadora y de las grandes mayorías populares- suelen perder las elecciones a favor de las fuerzas conservadoras, para muestras lo sucedido recientemente en Francia e Italia. En España mismo el Partido Popular obtuvo un gran número de votos, no todos, por supuesto, de la burguesía.
Esto, que es sin duda una singular contradicción: los supuesto beneficiarios votan en contra de los que supuestamente los benefician debe llamar a la reflexión a los líderes social-demócratas. ¿Dónde está el fallo? ¿qué es lo que hace mal –o quizás mejor dicho, no hace– la social democracia?
La respuesta es obvia: los gobiernos socialistas –herederos de una cierta tradición anticapitalista y noveles desembarcados en el libre mercado– no aciertan a corregir los mecanismos que en la economía capitalista general exclusión, pobreza einjusticia. Son proclives a proponer remedios “sociales”, pero nunca van a las causas.
Fred Harrison, el economista británico fundador del Grupo de Fulham, señala en su reciente libro La Bala de Plata (The Silver Bullet) las verdaderas causas a las que habría que dirigirse. “En la economía capitalista la mayor parte de los problemas sociales y económicos surgen del hecho de que el mecanismo de precios está legal e institucionalmente impedido para funcionar de una manera eficiente y justa. Específicamente, el problema está localizado en el sistema de precios públicos -los impuestos del gobierno- que es una manera oculta de redistribuir ingresos del pobre hacia el rico (o viceversa)
“Así es como sucede”, sostiene Harrison. Y añade esta sugerente conclusión: “Todos pagan impuestos al consumir bienes y servicios, cuando se llevan a cabo transacciones en los mercados de capital, o cuando se devengan sueldos y salarios. El ingreso fiscal es recaudado por el gobierno y gran parte del mismo se utiliza para financiar infraestructura y servicios que elevan la productividad de la economía. Esto debería ser una buena noticia para todo el mundo. Pero, en realidad, son malas noticias, porque las ganancias netas se cristalizan en el valor de la tierra”.
La tierra –añadiríamos nosotros– es un bien cuya oferta es inelástica. Todos los bienes producidos por el hombre bajan de precio con la competencia: los automóviles, los televisores, los teléfonos, los ordenadores. Pero la tierra en lugar de bajar con el progreso social sube. Lógicamente, hay recesiones, pero siempre son pasajeras. Lo cierto es que esa parte del valor económico, creado por el progreso social, se la quedan los dueños de la tierra, incluyendo los propietarios de viviendas. De esta manera, los impuestos de todos, incluso de aquellos que no son dueños de su vivienda u otra tierra, se utilizan para producir valor que es capturado por los relativamente ricos, que poseen tierra y en la mayor parte de las veces, sólo la que está debajo de sus viviendas. En otras palabras, el rico efectivamente recupera lo que pagó en impuestos.
En definitiva, cuanto más rica es una persona, cuantas más propiedades tiene una empresa, más dinero recuperan de los impuestos que pagan a través del incremento en valor del suelo sobre el cual están construidas sus propiedades. Lo que aumenta de valor es el suelo, no la construcción que se amortiza con el tiempo. Dos casas exactamente iguales, una ubicada en el barrio de Salamanca y otra en Parla, tiene valores muy distintos. El mayor valor de la casa en el centro de Madrid es la renta del suelo capitalizada. El ciudadano de a pie mira el precio y dice “la propiedad ha aumentado”. Por supuesto es así, pero lo que se ha incrementado es el valor del sitio, es decir de la tierra. Y cuanto más crece y progresa la sociedad, más aumenta este valor, en perjuicio de los que no tienen acceso a la propiedad y de las generaciones futuras.
Este es el círculo infernal de la economía capitalista, que permite el progreso inherente a la iniciativa privada, pero que automáticamente genera pobreza y exclusión. Los ricos son cada vez más ricos, pero el sistema es una máquina de producción de pobreza.
¿Cómo combatir esto? Por supuesto, no es sencillo, porque en cierta forma los pequeños propietarios –que también ven aumentar el valor de sus propiedades– son aliados de los grandes propietarios. Lo primero, sin duda, es reconocer el problema, cosa que hasta ahora la social democracia no ha hecho, salvo en algunos países escandinavos (Dinamarca, Finlandia). Lo segundo, abrir el debate ante la opinión pública, para lograr así el apoyo social necesario para promover gradualmente las reformas en el sistema impositivo necesarias para que la financiación del Estado se base en parte importante en la captura del valor social de la tierra –la plusvalía– abandonando paulatinamente la imposición indirecta, verdadera loza sobre la cabeza de los menor favorecidos.
Lo más difícil es el verdadero coste político que tiene toda reforma del régimen impositivo sobre la propiedad inmobiliaria. Por ello esclarecer a la opinión pública es imprescindible, porque si no se sigue dicho camino - llegará un tiempo en el cual el precio por no hacer lo correcto también será demasiado alto.
Sería bueno que Jesús Caldera, encargado por el Presidente del Gobierno de “exportar pensamiento progresista”, meditara sobre esto.
Fernando Scornik Gerstein es Presidente de la International Union for Land Taxation and Free Trade y miembro del Grupo de Fulham en el Reino Unido

La socialdemocracia y la crisis - Ludolfo Paramio - 2009

PÚBLICO
LA SOCIALDEMOCRACIA Y LA CRISIS
LUDOLFO PARAMIO
Tras el retroceso del SPD en las últimas elecciones alemanas, y con el laborismo británico enfrentado a unas perspectivas electorales muy negativas, se puede decir que los gobiernos que más representan a la socialdemocracia en la Unión Europea son los de España, Grecia y Portugal. Una situación no muy distinta de la de los años ochenta, cuando en el sur de Europa gobernaban Felipe González, Andreas Papandreu y –entre 1983 y 1985– Mario Soares. Pero con dos importantes diferencias: la primera es que entonces también gobernaba François Mitterrand en Francia y en Italia lo hacía Bettino Craxi –entre 1983 y 1987– dentro del llamado pentapartito.
La segunda diferencia es más llamativa. En los años ochenta comenzaba el ciclo conservador, impulsado en Europa por Margaret Thatcher, con el ascenso de la idea del mercado como único regulador social y la ofensiva contra cualquier intervención pública en la marcha de la economía. Ahora, en cambio, la crisis económica iniciada en 2007 y la recesión de 2008 se podrían interpretar como un punto de inflexión que cerraría ese ciclo conservador. Todos los gobiernos son de nuevo keynesianos –comenzando por Estados Unidos, ya desde los meses finales de Bush– y casi nadie, excepto Aznar, discute la necesidad de regular los mercados a la vista del desastre provocado por el sistema financiero.
Resulta bastante paradójico que de nuevo la socialdemocracia esté confinada en el sur de Europa, en unos momentos en que sus planteamientos resultan claramente más verosímiles que los de la derecha neoliberal y tras el desastre al que estos han conducido. Pero no hay que esforzarse mucho para entender por qué es así. Por una parte, los ciudadanos no votan sobre ideas, sino sobre personas y gobiernos. Por otra, cada país posee su propio ciclo político, que depende de su historia y de la fuerza y credibilidad de sus partidos.
Las ideas de la socialdemocracia alemana, por ejemplo, pueden ser las más adecuadas para la época que se ha abierto con la crisis, pero los ciudadanos han apoyado a Angela Merkel por su gestión moderada y su política económica y social. Los socialdemócratas, pese a que como parte de la coalición de Gobierno podrían atribuirse esos méritos, han pagado ahora la factura de sus electores tradicionales a consecuencia de los recortes sociales del Gobierno de Gerhard Schröeder. Si Merkel hubiera gobernado en solitario con un programa neoliberal las cosas habrían sido probablemente distintas: el temor a que así fuera explica los apretados resultados de 2005.
En Italia es más enigmática la incapacidad del centro izquierda para hacer frente al fenómeno Berlusconi, pero es obvio que este cuenta con una base social corporativista y con la poderosa fuerza de la Iglesia, aunque sus escándalos lo estén debilitando. En Francia, el Partido Socialista no ha podido superar la crisis interna provocada por la derrota de Lionel Jospin en 2002, cuando fue superado en voto por Le Pen. Su desconcierto ha sido utilizado hábilmente por Sarkozy, que ha cooptado a algunas de sus figuras y, desde el comienzo de la crisis, no ha tenido ningún escrúpulo en adoptar políticas keynesianas e intervencionistas.
Más singular es el caso británico. Gordon Brown encabezó la respuesta internacional ante la crisis financiera, pero los electores parecen decididos a responsabilizarle de esta, por la buena razón de que el laborismo respaldó la misma liberalización financiera que ha provocado la crisis. Si a eso sumamos los 12 años que este partido viene gobernando, su posible derrota sería consecuencia del deseo de cambio por parte de los electores. Otra cosa es saber lo que sucederá si triunfa Cameron y pretende llevar a la práctica su política de austeridad en un contexto de recesión: no parece una buena idea.
Seguramente hay otro factor que no podemos ignorar. La opinión pública ha cambiado hacia la derecha durante el ciclo conservador y tardará en tomar conciencia de que con la crisis se ha venido abajo el supuesto sentido común que ha reinado estos años a la hora de decidir las políticas y de valorar a los políticos. La crisis actual tiene componentes nuevas y no se puede aplicar la ortodoxia económica de años pasados, lo que resulta evidente a la vista de la forma en que las economías desarrolladas han aceptado que unos déficits muy altos son el precio a pagar para salir de la recesión. Pero la derecha y sus medios eluden cualquier debate de fondo. En España ni siquiera parece haber una polémica sobre la doble estrategia de Sarkozy de bajar los impuestos y mantener el gasto, aunque se pueda prever un déficit descomunal.
Aún más llamativa es la insistencia de los mismos medios en señalar la mala situación de la economía española en la crisis, y en ignorar la apuesta central del Gobierno español frente a ella: mantener el gasto social para impedir que el peso de la crisis caiga sobre los parados y sobre las rentas más bajas. Porque se critica la forma en que el Gobierno toma las decisiones –la famosa improvisación– o se insiste en que Zapatero se resistió a reconocer la gravedad de la crisis, pero no se discute la cuestión de fondo: si se debe apostar por una recuperación más rápida reduciendo los impuestos y el gasto social o si se debe mantener este y evitar que el déficit se dispare manteniendo –o incrementando moderadamente– los impuestos.
En este sentido, la socialdemocracia como movimiento político no sólo tiene que superar los problemas internos de los partidos que la componen, sino que enfrentarse una vez más al viejo problema que señalara Keynes –la inercia de las ideas económicas superadas–, en un nuevo contexto social de conservadurismo.
Ludolfo Paramio es miembro del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y del Instituto Universitario Ortega y Gasset (Madrid)

Libro - La socialdemocracia - Ludolfo Paramio - 2009

BLOG DE JOSE ANDRES TORRES MORA - Presentador del Libro
El 29 de octubre, en la sede de la Fundación Ortega y Gasset, presenté junto a Ignacio Sánchez Cuenca y Amparo Estrada el libro de Ludolfo Paramio La socialdemocracia, publicado por la Editorial Catarata. Lo recomiendo vivamente. Lo que sigue es el texto de mi intervención.
Qué raro es todo. Aquí estoy yo presentando un libro de mi admirado Paramio. Es verdad que es un libro pequeño. Ochenta y cinco páginas. Pero si en 1923 György Lukács me hubiera llamado para presentar su Historia y conciencia de clase, yo no hubiera estado más impresionado.
En la vida, primero uno es lo que hace, pero después uno hace lo que es. Paramio ha hecho un libro luminoso, inteligente y honesto. Un libro exquisitamente respetuoso con el lector o lectora. Hasta en su tamaño. Paramio dice en él lo que tiene que decir, y lo dice con las palabras justas. Se ve que Paramio ha hecho un cálculo, un cálculo sobre dónde está el punto de equilibrio entre la inteligencia del lector y el tiempo de que dispone, y Paramio ha encontrado ese punto de equilibrio: es imposible explicar mejor qué es la socialdemocracia en menos tiempo.
Leyendo sus páginas han pasado por mi memoria los debates a los que he asistido y en los que he participado en mis treinta y dos años de militancia en el PSOE. Qué inútiles parecen ahora la mayor parte de ellos, y a la luz de esa constatación uno se pregunta ¿cuántos de los debates que ahora sostenemos serán igual de inútiles que aquéllos? Me acuerdo de cuando el término socialdemócrata casi nos resultaba ofensivo, porque nosotros éramos y seguimos siendo socialistas. Uno se pregunta ahora, qué sentido tenía aquello, ¿es que los hospitales socialistas iban a curar más que los hospitales socialdemócratas, o las escuelas iban a enseñar más, o las pensiones iban a ser más altas? Tantas discusiones en las agrupaciones para descubrir finalmente que los dos términos son sinónimos.
Por no hablar del abandono del marxismo, menudo susto me llevé el día que leí las declaraciones de Felipe en Barcelona. Casi no me atreví a entrar en clase para no encontrarme a los comunistas. Recuerdo ahora las discusiones que a finales de los setenta sostenía con ellos en las aulas y el bar de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología, discusiones que yo zanjaba buscando paz diciendo que nosotros éramos reformistas sin reformas y los comunistas revolucionarios sin revoluciones. Ahora nosotros somos reformistas con reformas, y muchos de aquellos radicales de izquierda son rabiosos neocon. Ya no son comunistas, pero treinta años después siguen igual de radicales, igual de pesados, e igual de enemigos de la socialdemocracia.
Pero que nadie se confunda, Paramio trata en su libro de los debates verdaderamente importantes. No es un libro de declaraciones de unos y otros. Es un libro en el que se aprende. Me gusta la perspectiva que Paramio ha elegido a la hora de escribir su libro, la mezcla sutil de razones económicas y sociológicas que explican las condiciones del éxito de la socialdemocracia. ¡Qué paradoja! ¡Cuánto le debe el movimiento socialista a los señores Taylor y Ford!, ¡cuánto a sus fábricas gigantescas, a sus aburridas y alienantes cadenas de montaje! Al final, del socialismo democrático se podría decir, con aquel verso de Ángel González, que es “el éxito de todos los fracasos”
El éxito de todos los fracasos y también el fracaso de todos los éxitos. Paramio cuenta, con esa claridad pasmosa con que él piensa, cómo de pronto todo se alía en contra de lo que parecía un círculo virtuoso de bienestar y democracia, el encadenamiento del mayo del sesenta y ocho con la posterior reacción de los sindicatos comunistas y de la izquierda tradicional, la guerra de Yom Kippur y la consecuente subida de los precios del petróleo, van a producir un cataclismo considerable en el mundo de la socialdemocracia.
Yo vi cambiar ante mis ojos ese mundo. Cuando a comienzos de los setenta mi familia se instaló en Málaga capital, había en la ciudad más de una decena de grandes empresas industriales. Eres mi vida y mi muerte, dice la copla, y eso era la fábrica para la clase obrera, la vida y la muerte al mismo tiempo. La fábrica organizaba a los trabajadores para el capital, para su explotación; pero también para sí mismos, para su defensa. En el ordenado mundo fordista, las fábricas eran como barrios y los barrios eran como pueblos, con su particular identidad.
Lenin lo supo ver medio siglo antes. Y con él toda la izquierda (y toda la derecha). Lo fastidiado es que el capitalismo ha mutado organizativamente, y la izquierda no. En las fábricas, el taylorismo fue sustituido por el toyotismo; luego los gestores del capitalismo adelgazaron las fábricas, las hicieron esbeltas decían, externalizando partes de la producción, finalmente las deslocalizaron. También la vida en los barrios cambió. Desaparecido el viejo orden, la gente necesita encontrar sentido. En muchos lugares las casas del pueblo han sido sustituidas por iglesias protestantes. No hace mucho vi una en la Barriada de la Luz en Málaga en la que había un letrero grande que decía “Dios está aquí” y debajo, en la puerta, ponía martes y jueves de 12 a 14 y de 20 a 22 horas. Hasta Dios tiene trabajo a tiempo parcial y jornada partida en nuestros barrios. La antigua comunidad obrera se ha dispersado. Cuando Thatcher dijo que la sociedad no existía, sabía lo que decía y lo que hacía.
No es que añore una vuelta al taylorismo, y nunca me gustó el leninismo, y además creo que si la derecha neoliberal ha tenido éxito, es porque hay algo en su oferta que atrae poderosamente. El cruce de la crítica antiautoritaria de los sesentayochistas con la desconfianza hacia el Estado del liberalismo clásico, ha dado lugar a una promesa de libertad que el neoliberalismo no puede cumplir, pero que la gente quiere ver cumplida. Si uno puede resistir económicamente, es más probable que aguante como autónomo a que se someta a la condición de asalariado, bajo la disciplina de un capataz. Por más que el mercado sea más duro que el peor capataz en tantas ocasiones. Pero la sensación de no tener dueño no es comparable con ninguna otra. Por eso creo que nuestro principal desafío teórico en la actualidad no es la igualdad, en eso ganamos claramente, sino convencer a la ciudadanía de que nuestro ideal de libertad es más exigente que el de los liberales.
Por más que los tecnócratas, leninistas de izquierdas o leninistas de derechas, se empeñen, no nos volverán a estabular fácilmente en sus burocracias organizativas, sean para la producción o para el activismo político. No hay un Lenin del toyotismo, igual que sí lo hubo para el taylorismo o el fordismo. Si le preguntáis a un responsable de organización sobre cuál es su teoría de la organización y dice que ninguna, es que es leninista pero no lo sabe. Sigue separando pensamiento y acción, como en la vieja fábrica fordista. Pero el Lenin del toyotismo tendrá que volver a unificar pensamiento y acción, la izquierda deberá nutrirse cada vez más de ciudadanos y ciudadanas que de militantes.
Dice Paramio que la izquierda europea tiene un déficit de liderazgo. No sólo la izquierda diría yo. No es un problema de personas, sino de ideas. Los dirigentes de la izquierda en toda Europa deberemos cambiar nuestra forma de hacer política o la izquierda deberá cambiar de dirigentes. Es fácil pedir sacrificios cuando crees que la Historia milita en tus filas. Es fácil pedir fe ciega en el mando cuando piensas que tu causa es una verdad científica. Entonces la gente, tus propios compañeros, son sólo instrumentos, números. Pero la Historia no milita en las filas de ningún partido y la política no trata de verdades científicas y necesarias, sino de la libertad y de la incertidumbre. Cuando comprendes eso, entonces comprendes también el valor de cada acto de sacrificio o de disciplina que pides a los demás. Entonces sabes apreciar el valor de lo que libremente te entregan tus iguales. Los dirigentes políticos, de la izquierda o de la derecha, da lo mismo, deberemos ser conscientes de que los militantes de los partidos no son ni soldados espartanos ni obreros fordistas, sino ciudadanos. Esa es la revolución del liderazgo que necesitamos.
Paramio analiza en su libro las consecuencias políticas de la actual crisis económica. Como todos nosotros, él piensa que esta es una oportunidad para el socialismo democrático. Pero como suele decir la que fue mi secretaria general provincial en Málaga, Marisa Bustinduy: ahora vas y te caes en lo más llano. Es lo más llano porque ya no tenemos que demostrar los errores y peligros de la arquitectura neoliberal, nos basta con mostrar sus ruinas. Y, sin embargo, escuchando a los neoliberales me viene a la memoria aquella frase de Groucho Marx en la que le decía a una sorprendida dama: “señora ¿a quién va a creer, a sus propios ojos o a mí?”.
Cuando ante nuestros ojos se nos presenta una crisis con miles de empresas quebradas y millones de personas en el paro, los neoliberales exigen con tanta premura y contundencia el reconocimiento de la crisis de la economía como niegan la crisis de su teoría económica. Cínicamente son ellos los que nos piden explicaciones y los que exigen al gobierno un plan. Hoy creen en el plan, ayer en el mercado, siempre en su riqueza y su poder.
Por eso me gustan especialmente las páginas finales del libro, en las que emerge el Paramio político, el que consciente de todas las dificultades nos convoca al combate contra la derecha rabiosa. ¿No es eso lo que decía Weber de un político? Alguien que, cuando los demás lo dan todo por perdido, dice: “y sin embargo”. Y sin embargo nos queda la política, nos dice Paramio.
Al final, en este momento difícil para la socialdemocracia cuyo desenlace no está escrito, después de haber estudiado el terreno a la luz de esta brillante bengala que ha escrito Paramio, sólo nos queda adentrarnos en la oscuridad del combate, armados de nuestro coraje cívico, ese en el que Paramio también ha sido mi maestro.

¿Hasta cuando globalización? - Ludolfo Paramio - 2001

EL PAIS
¿Hasta cuándo la globalización?
Ludolfo Paramio (profesor de investigación en la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC)
25 de julio de 2001. Artículo publicado en el diario EL PAÍS
En medio del debate sobre la globalización resulta un poco llamativo que casi nadie plantee la posibilidad de que ésta no vaya a durar para siempre. Como es bien sabido, a finales del siglo pasado, a la sombra del patrón oro, se produjo un importante proceso de globalización de la economía mundial, en el doble sentido de la libre circulación de capitales y de la liberalización y el auge del comercio internacional. Tras la crisis del 29, sin embargo, las reglas de juego cambiaron espectacularmente, y ahora se diría que vivimos una experiencia sin precedentes históricos. Pero si se produjo aquella fase de globalización, y tuvo un final, tendría sentido reflexionar sobre un posible fin de la actual.
Es más: hay una honrosa tradición sociológica, que arranca de Weber, para la cual la expansión de la lógica del mercado socava las bases sociales del propio desarrollo capitalista. Aunque esta tradición suele llevar a la denuncia del hedonismo, de la pérdida del sentido del ahorro y del sacrificio, o de la disolución de los valores familiares en la sociedad actual -a la manera de Bell, y últimamente, del más tosco Francis Fukuyama-, también incorpora razonamientos más ligados a la historia económica, como el trabajo aún reciente (1997) de Dani Rodrik, ¿Ha ido demasiado lejos la globalización?, o la obra clásica de Karl Polanyi, La gran transformación (1943).
El problema sería saber si, como razonaba Polanyi, cada ciclo de expansión del mercado (de globalización) termina provocando una reacción pendular en sentido contrario. Pero los políticos no hablan de estas cosas: no sólo no se les paga por hacer filosofía de la historia, sino que poner en duda el futuro de la globalización es probablemente lo más arriesgado que puede hacer un gobernante -o aspirante a serlo-, con la posible excepción de dejarse fotografiar en compañía de narcotraficantes. Pues implica falta de fe en el mercado y, por tanto, escasa voluntad de defender su lógica ante presiones políticas o de otro tipo. Los políticos ya han aprendido que deben cuidarse muy mucho no ya de hacer, sino de decir algo que pueda provocar la desconfianza de los mercados.
También es normal que no manifiesten dudas sobre el futuro de la globalización sus enemigos declarados: para enfrentarse a una poderosa imagen del mal es preciso descartar toda sospecha sobre su fragilidad. Pero el mundo está lleno de gente que contempla con preocupación los aspectos negativos o las insuficiencias del actual proceso de globalización, gente consciente de que desde 1995 se han ido acumulando experiencias un tanto desalentadoras para quienes en la década anterior confiaban en que las nuevas reglas de juego, tras los inevitables dolores de parto, estaban dando a luz un modelo de prosperidad y crecimiento para todos.
¿Por qué quienes mantienen posiciones críticas sobre la globalización hablan o escriben como si ésta fuera ya un hecho definitivo e irreversible? Probablemente, porque piensan que contra la globalización vivimos mejor: que un cambio de modelo tendría costes demasiado altos incluso para los países o los sectores sociales a los que ahora consideramos como perdedores en la globalización. Y en segundo lugar, porque es difícil imaginar ese cambio si no es a través de una crisis catastrófica, y a nadie le gusta que le tomen por chiflado anunciando catástrofes que no se producen, y menos por gafe, si la catástrofe tuviera lugar.
Lo que es peor: una catástrofe económica capaz de poner fin a la actual globalización debería ser capaz de cambiar la orientación global de la política económica norteamericana. Mientras ésta no se modifique -como lo hizo en los años treinta, primero con el proteccionismo y luego con el mantenimiento de los precios- es imposible imaginar un cambio real en las reglas de juego de la economía. Pero si hay algo de peor gusto que predecir catástrofes es precisamente especular con crisis irreversibles de la economía de Estados Unidos. Muchos recordamos aún los chistes de la guerra fría y el economista soviético, enviado a Nueva York para estudiar la agonía del capitalismo norteamericano, que regresaba a Moscú suspirando por llegar a tener una muerte así.
Sucede, sin embargo, que la economía globalizada está en estos momentos en serios aprietos, que no son precisamente consecuencia de las protestas sociales. Japón continúa en su sendero de estancamiento y recesión, y el parón de las economías norteamericana y europea se sigue agravando, pese a los voluntariosos mensajes de calma y esperanza que transmiten Washington y el Ecofin. Pero de momento sólo se puede anunciar al apocalipsis para América Latina, como ha hecho Rudi Dornbusch (Financial Times, 10 de julio), sin mayores consideraciones sobre el posible impacto de su opinión en la muy delicada situación de la economía argentina y sus efectos colaterales en la región.
Lo más dramático de la situación presente es, quizá, la figura del actual presidente de Estados Unidos. No por el hecho de que sea un conservador: como señalaba un ya antiguo artículo, puede ser necesario un Nixon para establecer relaciones con China, puede que determinados giros de política sólo los pueda emprender un gobernante conservador. Pero probablemente no este gobernante, demasiado condicionado por los grandes intereses económicos y demasiado ignorante sobre el funcionamiento de la economía global.
Sería magnífico equivocarse, pero se puede temer que, como ya le sucedió a su padre ante la recesión de 1991, George W. Bush no haga nada y no se plantee siquiera la posibilidad de una estrategia alternativa para la coordinación de la economía global, incluyendo una reforma profunda de la arquitectura financiera internacional. Si la oposición a la globalización ha ido creciendo cuando las cosas iban razonablemente bien en Europa y Estados Unidos, hay que imaginar lo que puede suceder si las esperanzas de despegue se evaporan en América Latina, el sureste asiático vuelve al borde de la crisis y Europa y Estados Unidos se aproximan al estancamiento.

Izquierda Latinoamericana segun Gilles Bataillon - 2009

CRÍTICA
Entrevista a Gilles Bataillon
“La izquierda latinoamericana se corrió hacia el centro”
El sociólogo francés, experto en procesos revolucionarios de la región, asegura que la guerrilla “ya no existirá como la conocimos”.
“Las izquierdas latinoamericanas se han vuelto socialdemócratas”, “la guerrilla como vía para tomar el poder ya no existirá como la conocimos” y hoy en la región hay un nuevo período marcado por “toda una reflexión sobre la democracia, la libertad y la igualdad”. Esto aseguró el sociólogo francés Gilles Bataillon, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, quien visitó Buenos Aires para dar un seminario en el Centro Franco-Argentino sobre las experiencias revolucionarias en la región, tema en el que se especializa. Guerrillas. Las maneras en que las corrientes alternativas pretenden acceder al poder en América Latina pueden ser divididas en dos grandes momentos para Bataillon. En un primer período, “el uso de la violencia era un recurso normal”, tal como señaló el politólogo estadounidense Charles Anderson. “Esta estrategia puede incluir huelgas, pero también acciones armadas de toma de edificios, bloqueos de rutas, asesinatos, hasta que al final se negocia una nueva distribución del poder”, relata el francés y sitúa en ese marco a la Revolución cubana.Hoy, cuando la guerrilla ya no es una alternativa viable de toma del poder, surge el otro momento: “Con el derrumbe del bloque soviético y la pérdida de las elecciones por parte de los sandinistas en el 90, en Nicaragua, esta vía aparece condenada y América Latina se vuelve el teatro de las revoluciones democráticas”, asegura.El Che Guevara. Bataillon dio hace unos años una conferencia que tituló “El Che Guevara, entre Sarmiento y Lenin”, en la que aseguró que la teoría del revolucionario argentino era “un sarmientismo radicalizado” basado en la premisa de que “un pequeño grupo con una fe ciega en su jefe puede mover montañas y un foco extiende la revolución a todo un país”. Para el teórico francés, esto niega la posibilidad de que otros grupos subalternos logren organizarse, reivindiquen otra cultura y puedan ir en contra del sistema. “La idea es que un grupo autoproclamado de libertadores sacará a países de su yugo imperial y los llevará a una sociedad justa y socialista. A mi parecer, es el Facundo modernizado”.Las urnas. Hoy el modelo cubano dejó de ser el ejemplo a imitar para las izquierdas regionales. Por el contrario, dice el sociólogo, la actualidad muestra izquierdas más democráticas y moderadas: “Algo que se ve de manera obvia en Brasil, Uruguay y Chile”, pero que también está “en los experimentos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Lugo en Paraguay, gobiernos más radicales que acceden al poder por una vía totalmente diferente a la castrista: llegan por las urnas y se consolidan a través de ellas”.Por eso, Bataillon sostiene que la democratización de América Latina genera que los partidos radicales de izquierda se conviertan en socialdemócratas. “Y mucho más que esto”, aseguró en esta entrevista, porque aparece toda una nueva reflexión en la región “sobre la democracia, la libertad y la igualdad”. Como ejemplo, el francés cita la experiencia de Alfonsín en la Argentina, del socialismo en Chile y del Partido de los Trabajadores en Brasil.“Antes la democracia era tildada de oligarca, se la veía como el gobierno de las elites”, afirmó y situó un replanteo claro a fines de los 70 y principios de los 80 cuando la institución del sufragio comienza a ser valorada al modo de lo que Tocqueville denominó “un hecho social total”. Según Bataillon, eso marca “una igualdad social y política de la gente que sabe que tiene derecho a tener derechos”.Y eso se hace evidente, incluso, en la manera en que los movimientos contestatarios sociales plantean sus reclamos: “Se organizan alrededor de la idea de que la democracia debe cumplir sus promesas y que lo puede hacer dentro del marco de los derechos humanos, que también son sociales y no sólo políticos”.

El gobierno de Daniel Ortega según Daniel Bataillon - 2009

EL PAÍS
ENTREVISTA
"Daniel Ortega entiende Nicaragua como si fuera su finca"
El sociólogo francés Gilles Bataillon analiza la situación del país centroamericano
ANTÍA CASTEDO - Madrid - 03/02/2009

Gilles Bataillon, director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, y uno de los grandes expertos en sandinismo, confiesa que se decepcionó "muy pronto" con la revolución contra el dictador Anastasio Somoza en 1979, y que Daniel Ortega, presidente del país en la actualidad (también lo fue en el período 1985-1990) y jefe de esa revolución, "no tiene nada de democrático". Su único mérito, opina Bataillon, fue "aceptar su derrota electoral en 1990", lo que significó la llegada al poder de Violeta Chamorro. Ortega entiende Nicaragua "como si fuera su finca", al igual que el ex presidente Arnaldo Alemán, de la Alianza Partido Liberal Constitucionalista (APLC), procesado por la justicia por delitos de corrupción. "Son dos rivales políticos que se parecen muchísimo", afirma el sociólogo francés, cuyo libro, Génesis de las Luchas Intestinas en América Central (1960-1983), acaba de publicar la editorial Fondo de Cultura Económica en España. Esta tarde, Bataillon ha dado una conferencia en la Casa de América de Madrid bajo el título Nicaragua: momento crítico.
Pregunta. El título de su conferencia es Nicaragua: momento crítico. ¿Cuál es la situación en Nicaragua?
Respuesta. Ortega llega al poder en 2006 a través de un pacto con Arnoldo Alemán (presidente en el período 1997-2001) para cambiar la ley electoral, lo que le permitió vetar una segunda ronda en la que la oposición podría haberse unido y haberle plantado cara al partido de Ortega, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL). A cambio, Ortega daba protección a Alemán [condenado a 20 años de cárcel en 2003 por blanqueo de dinero y saqueo de 250 millones de dólares -unos 160 millones de euros- de las arcas del Estado] para no ir a la cárcel y cumplir un arresto domiciliario. Además, Alemán apoyaba a Ortega en el Parlamento para que nunca se le retire la inmunidad parlamentaria que lo protege de las acusaciones de su hijastra, Zoiloamérica Narváez, por haber sido violada repetidamente por Ortega. ¡Y fue la misma juez la que condenó a Alemán y la que cerró el caso contra Ortega por violar a su hijastra! Ortega y Alemán son dos rivales políticos que se parecen muchísimo.
El segundo momento de este pacto fue el fraude que cometió el FSNL en las elecciones municipales de noviembre de 2008. Unas elecciones plagadas de irregularidades que la Corte Suprema de Justicia y el Consejo Supremo Electoral han declarado válidas, con el apoyo del APLC. A cambio, Alemán ha quedado libre de toda acusación, es más, su caso se ha cerrado. Ahora queda aprobar el cambio constitucional que permita la reelección indefinida del presidente.
P. Pero esas elecciones las denunció toda la oposición, incluso los liberales.
R. Sí, el que más se benefició del pacto fue Alemán, pero hubo liberales de su partido muy perjudicados por el fraude, políticos que perdieron alcaldías que habían ganado o que podían haber ganado si no se hubieran falsificado o robado las papeletas.
P. Entre ellos, Eduardo Montealegre, [opositor del APLC contra Ortega en 1996] candidato a la alcaldía de la capital, Managua.
R. Montealegre es el político liberal que más se opone a la alianza entre Arnoldo Alemán y Daniel Ortega porque cree que es perjudicial para el partido y para su país. Es de los pocos liberales que tuvo la valentía de desafiar a Alemán.
P. ¿Y lo hizo por convicción democrática, por sus propios intereses, o por una combinación de ambos?
R. No conozco tan bien su figura, pero siempre intervienen motivos personales y de ambición, lo mismo ocurre en el Partido Socialista Francés, no creo que sea diferente en Nicaragua. Los dos grandes caudillos de la política nicaragüense [Ortega y Alemán] no tienen nada de democrático, salvo el gesto de Ortega de aceptar su derrota en las elecciones de 1990 contra Violeta Chamorro. Ortega entiende Nicaragua como si fuera su finca. Pero la sociedad nicaragüense tiene nuevas expectativas democráticas, y la mejor prueba de esto para mí es Montealegre, así como las protestas tanto del lado sandinista como de los liberales y conservadores contra el fraude electoral y el pacto. Otra prueba clarísima es la emergencia del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), fundado a iniciativa del escritor Sergio Ramírez [vicepresidente de Nicaragua entre 1984 y 1990], Dora María Téllez y otros opositores internos al FSLN, o Gioconda Belli, que abogan por opciones socialdemócratas y critican duramente el régimen de Ortega.
P. ¿Qué relevancia tiene el apoyo del presidente venezolano, Hugo Chávez, a Ortega?
R. El sueño dorado de Chávez es ser el líder de la revolución bolivariana en el continente, bajo la tutela inevitable de Fidel Castro, pero cuando muera Fidel bajo su tutela exclusiva. Pero la alianza de Chávez con Ortega es una alianza cara para Venezuela, y Ortega es el aliado más difícil que tiene Chávez en la región, el niño malcriado. Esto es un desastre para Chávez, a quien lo que le interesa es asegurar su permanencia en el poder, y a pesar de todas las declaraciones que puede hacer de amistad con Ortega, Chávez practica la realpolitik.
P. Pero los fondos venezolanos fluyen en Nicaragua.
R. A pesar de eso, Ortega ha sido incapaz de controlar el aumento de los precios de los productos de la canasta básica, o de hacer que bajase el precio del petróleo cuando lo hizo en todo el mundo. El dinero que invierte a través de los Consejos del Poder Ciudadano [organismos paraestatales coordinados por la primera dama, Rosario Murillo], no ha mejorado ni la educación pública, ni la escuela pública, ni las carreteras. Sólo hay mejoras de tipo clientelar gracias a la ayuda de Chávez que, por cierto, no aparece en los presupuestos, y es una de las críticas de la oposición, que se fiscalice la ayuda de la cooperación venezolana, dónde va, cómo se utiliza.
P. ¿Cuál es la situación de la prensa?
R. La libertad de prensa está amenazada a través de actos de intimidación, como lo que ocurrió en septiembre contra el periodista independiente Carlos Fernando Chamorro, al que incluso acusaron de narcotráfico. Si al final retrocedieron en este caso es porque hubo mucho apoyo internacional, de gente como Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, que obligó a Ortega a rectificar.
P. ¿Considera entonces relevante el papel de la comunidad internacional?
R. Importantísimo. Por ejemplo, los diarios en español, como EL PAÍS, tienen una función de vigilancia esencial. La desgracia de Ortega o Alemán es que no viven en Kazajstán, sino en Nicaragua, América Latina, y cualquier cosa que hacen o dicen llega a la opinión pública. El papel de la prensa me parece fundamental.