sábado, 31 de octubre de 2009

Hacia un nuevo consenso e "tercera via" de Joseph Stiglitz - 2001


HACIA UN NUEVO CONSENSO DE 'TERCERA VÍA'
Artículo de JOSEPH STIGLITZ en "El País" del 9 de mayo de 2001
Joseph Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Stanford, ex presidente del Consejo de Asesores Económicos del ex presidente Clinton y vicepresidente del Banco Mundial. © Project Syndicate.
El siglo que acaba de terminar fue duro con las ideologías simplistas, tanto de derechas como de izquierdas. El socialismo tuvo su juicio y fue declarado deficiente. El gran experimento comunista está prácticamente acabado (excepto en unos cuantos focos de resistencia, como Cuba y Corea del Norte). La ideología de la derecha, representada por el Consenso de Washington de fundamentalismo neoliberal de mercado, no tuvo mucho más éxito, a pesar de que sus fallos pasen a menudo desapercibidos.
El último medio siglo ha demostrado que, aunque el desarrollo es posible, no resulta inevitable. Los países que tuvieron más éxito -los del este de Asia- siguieron políticas claramente diferentes de las del Consenso de Washington. Antes de la crisis financiera de 1997, el este de Asia experimentó tres décadas no sólo de crecimiento sin precedentes, sino también de reducciones sin precedentes de la pobreza.
De estos éxitos surgió una nueva perspectiva: una 'tercera vía' entre el socialismo y el fundamentalismo de mercado. Irónicamente, Estados Unidos, durante mucho tiempo partidario del fundamentalismo de mercado, evolucionó siguiendo su propia 'tercera vía'. La industria estadounidense creció tras los muros arancelarios. Desde la primera línea telegráfica entre Washington y Baltimore, construida por el Gobierno Federal en 1842, hasta la moderna Internet, desde la ampliación de los servicios agrícolas en el siglo XIX hasta la investigación militar del XX y el XXI, se fomentaron nuevas industrias mediante una política industrial discreta y de orientación mercantil.
Naturalmente, no hay una única 'tercera vía' válida para todos los países y situaciones, sino multitud de ellas adaptadas a las circunstancias sociales, políticas y económicas de cada país. Aun así, estas 'terceras vías' tienen mucho en común:
- Adoptan un planteamiento compensado entre el Estado y los mercados, reconociendo que ambos son importantes y complementarios. Por separado, cada uno puede tener problemas. Los fallos del mercado son un hecho, pero también lo son los del Estado. Las ideologías neoliberales dan por sentado que los mercados son perfectos, que la información es perfecta y otras muchas cosas que ni siquiera las economías de mercado de mayor rendimiento pueden satisfacer.
- Aunque a los liberales les preocupa el gobierno excesivo, la debilidad del gobierno impide el crecimiento, porque los Estados débiles no pueden proporcionar ley y orden, ni hacer que se respeten los contratos, y no pueden garantizar un sistema bancario seguro y sólido. Al fin y al cabo, fue la falta de regulación -la liberalización de los mercados de capitales y financieros potenciada en el este de Asia por el FMI y la Hacienda estadounidense- lo que condujo a la crisis financiera de 1997. La cuestión no debería haber sido cómo liberalizar rápidamente, sino cómo establecer el marco regulador adecuado.
- Reconociendo estos límites, la política pública debería esforzarse en mejorar los mercados y el Gobierno. Una experiencia interesante de mi época en la Casa Blanca de Clinton fue la de ayudar a encabezar la iniciativa Reinventar el Gobierno del vicepresidente Gore, en la que se desarrollaron técnicas y políticas para aumentar la eficiencia, la eficacia y la capacidad de respuesta de los organismos oficiales. Hoy en día, prácticamente en todas las dimensiones -desde la respuesta a las preguntas telefónicas hasta el coste de las transacciones- la administración de la seguridad social estadounidense es mejor que la de cualquier aseguradora privada.
- La igualdad es importante, y debería ser un objetivo político explícito. Las antiguas teorías enseñaban la economía de arrastre: que la mejor forma de ayudar a los pobres es 'hacer crecer la economía'. El crecimiento requiere desigualdad, se decía, porque los ricos ahorran más y hacen una mejor labor de inversión. De hecho, es posible que los pobres no se beneficien del crecimiento -o que tengan que esperar demasiado-, a no ser que éste vaya acompañado de políticas contra la pobreza. El crecimiento a largo plazo en el este de Asia ha demostrado que las políticas igualitarias favorecen el crecimiento. Indonesia pone de manifiesto el peligro que supone hacer caso omiso de estos problemas. Las políticas inspiradas por el FMI en Indonesia desembocaron en una depresión masiva, y después en la eliminación de las subvenciones de alimentos y combustible, precisamente en el momento en que el desempleo se disparaba y los salarios reales se desplomaban. Las revueltas que siguieron eran predecibles, y se habían previsto. Compasión aparte, era una mala política económica. Recuperarse de la devastación, la evasión de capitales y la erosión de la confianza resultantes llevará años. La economía nunca se puede separar de los asuntos sociales y políticos.
Puede que estos preceptos de la 'tercera vía' carezcan de sentido común elemental. Sin embargo, el sentido común está a menudo ausente a la hora de establecer políticas. Aunque la teoría económica y la evidencia que subyacen tras estos preceptos se desarrollaron a lo largo de los últimos 25 años, siguen siendo objeto de discusión. Quizá ya no sea 'políticamente correcto' hacer caso omiso de los pobres, y pocos hoy en día defienden abiertamente la economía de arrastre. ¡Pero no se dejen engañar! Los mismos que promovieron el Consenso de Washington nos traen ahora el 'Consenso de Washington Plus', que presta atención de boquilla a la educación, especialmente de las niñas. Los mismos que defendieron el 'arrastre' afirman ahora que 'el crecimiento es necesario y casi suficiente para reducir la pobreza'.
Tras la nueva retórica se agazapan las mismas políticas neoliberales e irreflexivas de liberalización y privatización. La liberalización y la privatización realizadas de la forma adecuada, como parte de la 'tercera vía', pueden ayudar a los pobres. Si se hacen de manera mecánica, por ideología, aumentan la pobreza y la desigualdad, y obstaculizan el crecimiento.
¿Ha proporcionado la privatización crecimiento a Rusia, por ejemplo? Unos cuantos oligarcas han cosechado miles de millones, pero lo han hecho vendiendo activos, más que creando riqueza. La liberalización del mercado de capitales en Rusia condujo a una vasta fuga de capitales, no al prometido flujo de inversiones. El Estado regalaba las joyas de la nación, pero no podía pagar a los jubilados sus míseras pensiones.
Según lo establecido por los 'programas de ajuste estructural' del FMI, se suponía que la liberalización trasladaría a los trabajadores de puestos de baja productividad a otros de alta productividad. Sin embargo, en demasiados países, lo que hacía era trasladarlos a puestos de productividad cero: el desempleo. Ésta no es una receta para el crecimiento, sino para aumentar la pobreza. ¿Cómo podría haber sido de otra forma si las políticas del FMI conducían al establecimiento de tipos de interés del 10%, el 20% o superiores, con los que la creación de empleo se vería obstaculizada incluso en el mejor entorno empresarial, por no hablar del entorno en los países en vías de desarrollo? Los problemas de la privatización del ferrocarril en el Reino Unido y de la liberalización de la electricidad en California han puesto al descubierto los peligros que suponen las políticas neoliberales, incluso en las mejores circunstancias Ha llegado la hora de establecer un nuevo consenso de 'tercera vía', más allá del pensamiento único neoliberal de Washington: una visión equilibrada de los mercados y el Gobierno, una negativa a confundir los medios (como la privatización y la liberalización) con los fines, y una concepción más amplia de esos fines (no un PIB mayor, no un aumento de las rentas de unos pocos, sino el establecimiento de un crecimiento democrático, equitativo y sostenido).

Horizonte de la nueva izquierda española, de Diego López Garrido - 2001


HORIZONTE DE LA NUEVA IZQUIERDA ESPAÑOLA
Artículo de DIEGO LÓPEZ GARRIDO en "El País" del 11 de abril de 2001
Diego López Garrido es diputado del Grupo Socialista y secretario general de Nueva Izquierda.
Con un breve comentario al final(L. B.-B.)
En ningún país de la Unión Europea hay un dominio político tan amplio e intenso de la derecha y centro derecha como en España. Es verdad que la mayoría absoluta del PP está siendo manejada torpemente, y la sucesión de Aznar es un factor desestabilizador cada día más fuerte. No obstante, su mayoría se nota en todos los ámbitos, no sólo en el de las instituciones políticas, sino en el económico -a través de una potente red de influencias en las compañías privatizadas- y muy particularmente en el campo mediático, aprovechando de modo implacable el insólito modelo gubernamental de la TV y radio españolas, que no solamente permite un poder sobre RTVE, sino también sobre las televisiones privadas y las concesiones de radios. Esa influencia se extiende además a la prensa nacional o a la descapitalizada prensa regional, con enorme dependencia de la publicidad que nace en las instituciones.
Los destellos centristas del Gobierno (pensiones) son cada vez menos frecuentes, y una corriente cultural insolidaria o elitista avanza en el pensamiento social y en cuestiones claves de futuro, como la inmigración o la educación o las inseguras relaciones laborales.
Donde menos se proyecta este Gobierno es en Europa, enfrentado a un medio ambiente de gobiernos progresistas. Aznar no ha encontrado el modo de salir del aislamiento que le entregó en brazos de algunas maniobras británicas. Su gran esperanza es el triunfo de Berlusconi el 13 de mayo, lo que, unido a los resultados de la izquierda en las municipales francesas últimas, podría suscitar en la derecha del sur de Europa un atisbo de cambio de tendencia.
Este es el panorama que tiene delante la izquierda española, en el que todos tienen méritos y deméritos. La mayoría absoluta del PP es mérito de éste en cuanto ha logrado la agrupación en una sola propuesta política, -salvo parcialmente en Cataluña y Euskadi- de todo el espectro conservador, sobre la base de mensajes elementales, mediáticamente amplificados y eficaces. Sin embargo, esa mayoría se ha nutrido del agotamiento del viejo proyecto socialista, y de una pérdida de referentes sociales de éste, que ha conducido a una fragmentación, por tanto desmovilización, del electorado progresista. Por eso, el horizonte de la izquierda española pasa por algo que siempre hemos enfatizado: convergencia, renovación y cercanía de los ciudadanos.
Hoy, el desafío de la 'causa común' y de la unidad de la izquierda sigue presente, aunque a través de una confluencia política que la haga creíble. Eso está siendo posible entre el Partido Socialista y Nueva Izquierda, porque hace años que comparten políticas, aunque tengan orígenes culturales y vinculaciones sindicales y sociales diferentes. Es aún difícil entre IU y PSOE. Faltan algunos pasos para que la tradición comunista -declinante por razones histórica obvias- y la socialista se encuentren en un proyecto común. Lo que es claro es que ese proyecto tiene como espacio eje el del socialismo democrático, que es el que en España y en Europa ha liderado -y puede y debe liderar en el futuro- las alternativas de gobierno progresistas.
En consecuencia, es el Partido Socialista quien tiene la responsabilidad de relevar a la derecha en el poder. A estas alturas hay algo nítido: sólo lo hará si culmina la renovación que recibió un fuerte impulso de credibilidad el 35º Congreso, que clausura una etapa y abre otra que asume pero pretende superar el pasado.
El Partido Socialista tiene un reto: ser visto como un nuevo Partido Socialista. Si no es así, no será un proyecto ganador, porque no logrará construir la alternativa que la izquierda española aún no ha configurado. Esa renovación tiene una dimensión orgánica, la del pluralismo, el debate y la democracia interna, que va a abordar la Conferencia Política del PSOE del 21 de julio, y que quizá sea la más compleja; pero también tiene una dimensión externa: reconstruir la mayoría social de progreso que se rompió en 1996.
El PSOE tuvo una razón social en 1982, que era consolidar la democracia después de un golpe de Estado, integrar a España en Europa, y edificar un Estado de Bienestar homologable al europeo. En un contexto de desplome del centro derecha, el pueblo español le dió 202 diputados y diputadas al PSOE para hacerlo.
En la actual coyuntura, cuando aquella misión se cumplió, se le pide otra cosa al Partido Socialista: que dé respuesta a la globalización sin reglas y sin crecimiento sostenible, a la quiebra de la cultura del Estado de Bienestar y a la ruptura de la cohesión de nuestra sociedad. Lo primero requiere una estrecha alianza supranacional para hacer una Europa social y política, mediante una Constitución que dé a esta Europa una legitimidad europea de la que carece y sin la cual podemos caer, como advierte Jürgen Habermas, en la desintegración, en la renacionalización involutiva (lo que ya empieza a pasar a consecuencia de las vacas locas o la fiebre aftosa, expresión del fracaso de un determinado modelo agrícola).
De la izquierda -por tanto del nuevo Partido Socialista- se espera asimismo que recupere y modernice el vigor del Estado de Bienestar, protector y prestacional -que la derecha ha ido debilitando en tantos campos, seguridad, vivienda, sanidad, educación, administraciones públicas- y que cohesione y profundice el Estado autonómico, siendo capaz de implicar en esa acción a los nacionalistas democráticos.
Y, sobre todo, el nuevo Partido Socialista necesita recomponer, sobre bases diferentes, la alianza social progresista que permita cambiar el Gobierno español. No es nada sencillo, porque la sociedad del siglo XXI tiene poca relación con la de 1982. Es una sociedad en la que los factores de dispersión y de contradicción de intereses se han potenciado. ¿Qué tienen que ver las inquietudes de las clases urbanas emergentes ligadas a la Nueva Economía con los jóvenes abstencionistas que no ven claro ni su futuro, ni su trabajo, ni su ubicación en la escala social, o con los millones de rostros de la exclusión, como los llama el Informe de la Fundación Encuentro sobre la sociedad española en 2001: desde los niños de familias pobres desestructuradas hasta las personas mayores dependientes, desde inmigrantes irregulares a parados de larga duración sin cobertura, desde personas con minusvalías a mujeres y niños sometidos a violencia doméstica, desde madres solas jóvenes y de rentas bajas a habitantes de barrios marginales y zonas rurales deprimidas, desde población analfabeta a drogodependientes?.
¿Cómo unir a quien más necesita la igualdad y la libertad?. Pero la razón de la izquierda es ésa; agrupar a la sociedad civil en torno a una política ofensiva por la cohesión, la igualdad de sexos, la no discriminación, la modernización, la protección frente a la sociedad de riesgo, haciendo posible un pacto entre Estado y sociedad, en el que ésta tiene que asumir importantes tareas de vertebración asociativa y de servicios, y aquél de redistribución, justicia y regulación.
En cada país europeo, después de dilatados periodos de gobierno de derecha, los progresistas y la izquierda, en especial la socialista, han elaborado su propio modo de hacer el camino. En el Reino Unido, la tercera vía de Blair, aun con irregularidades, ha potenciado una interesante política para la sociedad del conocimiento. En Francia, la izquierda plural dirigida por Jospin ha desarrollado la política social posiblemente más a la izquierda de Europa. En Alemania, Schröeder ha logrado consolidar una política de componente europeísta con los Verdes. Cada uno responde a lo más característico de su momento, y sus elementos sociales específicos. En España, la alternativa de los progresistas a un Gobierno que comienza a experimentar una constante erosión social pasa por un socialismo democrático que apueste sin reservas por ser una nueva izquierda unitaria y plural .

La izquierda: dialogar con la gente, de Nicolas Sartorius - 2000

LA IZQUIERDA: DIALOGAR CON LA GENTE
Artículo de NICOLÁS SARTORIUS en "El País" del 31-5-00
I. El problema de la izquierda española no es haber perdido las elecciones el 12-M del 2000. Esto es normal en democracia, sobre todo cuando se ha estado 13 años en el poder. Además, aunque la derrota ha sido severa, el PSOE ha obtenido casi ocho millones de votos e IU más de un millón. No deberían olvidar a estos millones de ciudadanos en su actual situación de desconcierto, pues es en diálogo con ellos y otros muchos como podrán salir del túnel y no en un irrelevante ejercicio de cocerse en la propia salsa. En esta dirección me permitiría hacer una sugerencia práctica. Lo mismo que los partidos dedican grandes energías y medios económicos en convencer a los ciudadanos de que les voten, podrían aplicar esa misma energía -incluso bastante menos- durante un año en conectar, a través de reuniones, de Internet, etcétera, con todo tipo de colectivos y decenas de miles de ciudadanos con el fin de averiguar qué opinan sobre lo que están haciendo, por qué no les votan lo suficiente, cuáles son sus problemas y aspiraciones reales y qué propuestas serían las más acertadas. Durante ese tiempo me olvidaría de las cuestiones "internas" y me dedicaría a reconstruir un discurso y un proyecto en conexión con la gente a varios niveles y haciendo oposición en serio. Porque quien crea que el problema es esencialmente "orgánico" se equivoca. La cuestión es mucho más profunda. Se trata de que en este momento la izquierda carece de proyecto y ha perdido el liderazgo moral, cultural y, por ende, político en la sociedad. Recientemente he escuchado a Felipe González un diagnóstico acertado de un aspecto central de la crisis de la izquierda. Venía a decir que la grave situación de ésta es que no es ni vieja -porque se ha olvidado de las viejas quiebras (o contradicciones que diría un hegeliano) de la sociedad- y tampoco está en conexión con los nuevos fenómenos. Es decir, ni es nueva ni es vieja, sino que vive en la confusión más completa. Yo añadiría que, además, los valores, criterios, políticas de la derecha -para entendernos- se van imponiendo incluso en sectores tradicionalmente progresistas hasta el punto de que para algunos renovar la izquierda es acercarse a los postulados de la derecha y, en mi opinión, esto es un error.
II. Por el contrario, la izquierda debe de ser capaz de articular un discurso que contemple la solución paulatina de las viejas y las nuevas quiebras desde la óptica de las nuevas posibilidades y también contradicciones que está planteando la mundialización tecnológico-informática. Si nos inspiramos sólo en las viejas contradicciones nos convertimos en conservadores; si sólo en las nuevas no lograremos grandes mayorías y, a la postre, caeremos en la política de la derecha. Ahora bien, esta conjunción o articulación, en un único discurso, de lo nuevo y de lo viejo, que viene exigido por el desarrollo desigual de las sociedades, exigiría una nueva alianza o convergencia social entre los sectores avanzados tradicionales y los que están tirando de lo nuevo, esto es, los innovadores y creadores de la sociedad emergente. No se me escapa la dificultad de establecer las bases programáticas de esa alianza, pero es necesario debatir sobre ello. De entrada, sobre las ideas fuerza. No creo que el eje de la batalla de ideas haya que situarlo en la famosa dicotomía socialismo-liberalismo y en los juegos de palabras que don Indalecio hizo sobre el particular. Pienso, por el contrario, que el centro de la confrontación de ideas con la derecha habría que situarlo en la visión de la democracia, que en su concepción progresista comprende las ideas de libertad e igualdad y sitúa el centro del debate en la centralidad de la política, en la función de los poderes públicos y en el protagonismo de los ciudadanos frente a los crecientes poderes descontrolados y de origen no democrático. Porque en mi opinión, la idea de igualdad como una de las señas de identidad de la izquierda no ha periclitado, si bien hay que ampliarla y no hacerla incompatible, sino todo lo contrario, con la de realización personal y desarrollo de la individualidad. De ahí que me resulte extraña la moda de decir que está superado el Estado del bienestar porque lo que interesa es la sociedad del bienestar. No seré yo quien se oponga a esa sociedad del bienestar, pero creo que ésta es inviable sin una intervención democrática del Estado que corrija las desigualdades y disfunciones crecientes que genera el mercado dejado a su suerte. Otra cosa es que esa intervención deba resituarse en las nuevas condiciones, pero sin contraponer ambos conceptos.
III. Porque ¿qué está pasando con la globalización, se están reduciendo las diferencias sociales entre países y dentro de cada país, o todo lo contrario? ¿Hay que intervenir desde la política para corregir y encauzar las enormes potencialidades y también estragos de la llamada "nueva economía" mundializada o no? Mi opinión es que sí. Lo mismo que la "política" (los Estados) intervinieron para corregir los estragos del capitalismo industrial -costó 50 años de luchas-, hoy es necesario plantearse una nueva ordenación de este capital financiero global que campa por sus respetos al igual que aquel campaba en los orígenes del capitalismo. La derecha en el Gobierno ni tan siquiera se plantea esto como hipótesis. Y las democracias occidentales sufrirán las consecuencias si el bienestar no se globaliza también, o ¿es que creemos que podemos estar toda la vida 1.000 millones de personas viviendo relativamente bien mientras los otros 5.000 millones se mueren de asco?
El problema es que entonces el Estado-nación era capaz de intervenir y corregir el capitalismo nacional, mientras que hoy nos enfrentamos a "sujetos económicos globales" y nuestros sujetos políticos no son globales, salvo quizá EE UU. Por eso hay que apostar claramente por la lógica federal en la construcción europea, en la línea del discurso del ministro de Asuntos Exteriores alemán, que muchos venimos defendiendo desde hace tiempo, en contra de la lógica estrictamente "estatal" que defiende, entre otros, el presidente Aznar. Se equivocan los que creen que el euro ha perdido el 25% de su valor frente al dólar sólo porque los tipos de interés en EE UU son más altos o porque esa economía crece más que la nuestra. El euro pierde valor porque una moneda de referencia necesita también un poder político fuerte detrás y la UE ha pasado por un periodo de estancamiento político grave, hasta el punto de que en la cumbre de Lisboa parecía que el liderazgo lo ejercían la extraña coyunda Blair-Aznar, es decir, uno que no está en el euro y otro que no cree en la Europa federal. Esperemos que esto se corrija a partir de las ideas expresadas por Fisher en la Universidad Humboldt y por Jospin en la Asamblea Nacional francesa. Ideas que la izquierda española debería apoyar. Éstos son algunos de los grandes temas sobre los que valdría la pena debatir, además de los más domésticos en los que el PP tiene más agujeros que un queso emmental: una justicia que sigue sin funcionar; una televisión que es un escándalo, única en Europa en que no se debate nada; el índice de los accidentes laborales más altos del continente, incluyendo países del Tercer Mundo; un reparto del crecimiento que brilla por su ausencia; una lenta pero paulatina degradación de la sanidad y educación públicas; un crecimiento de la presión fiscal vía impuestos indirectos (gasolinas), por no señalar sino algunos de los temas sobre los que se podría hacer una oposición rigurosa y ofrecer alternativas. En fin, esperemos que los partidos de izquierda arreglen cuanto antes y bien su casa y se pongan a la tarea de dar respuesta a las cuestiones que los ciudadanos esperan de ellos. De lo contrario, no mantendrán ni los apoyos actuales.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.

La izquierda y el estado, de Ignacio Sotelo - 1998

LA IZQUIERDA Y EL ESTADO
Artículo de IGNACIO SOTELO en "El País" del 6-6-98
La socialdemocracia ha recuperado el poder en la mayor parte de los países europeos -está a punto de hacerlo en Alemania, el último bastión de la derecha-, pero las ideas dominantes en todos los ámbitos sociales -y esto es lo que cuenta- siguen siendo de derechas. Vivimos dentro de la cultura de derechas, que en el mundo de las ideas convive incluso con la extrema derecha, así como en los setenta la izquierda, al menos en el discurso ideológico, se aproximó a la extrema izquierda. Más que de partidos monolíticos de derecha o de izquierda -los que gobiernan se quieren siempre de centro- hay que dejar constancia de periodos de izquierda, en los que prevalecen ideas y sensibilidades de izquierda, y otros de derecha, en los que pasan por incuestionables valoraciones y supuestos provenientes de este ámbito.
Los partidos no hacen más que adaptarse a los signos de los tiempos. Los sesenta y los setenta fueron de izquierdas, incluso allí donde gobernaba la derecha, así como los ochenta y los noventa lo son de derechas, aunque haya cada vez más gobiernos, monocolores o en coalición, formados por partidos de izquierda.
Las ideas dominantes no son siempre las de la clase dominante -por mucho que el joven Marx se hubiese empeñado en lo contrario- y, desde luego, no lo fueron en los sesenta ni en los setenta, cuando en Europa prevaleció una cultura de izquierda que, en sus dos versiones opuestas, comunista y socialdemócrata, se desplomó junto con el bloque socialista, sin que hasta ahora haya surgido una alternativa, acoplada a las nuevas circunstancias. Tratar de revivir la vieja izquierda, en cualquiera de sus versiones, es condenarse de antemano al fracaso. Nos hallamos en una situación de tránsito en la delimitación de los linderos que separaran la izquierda de la derecha, que se hace patente en el trastrueque de posiciones que se evidencia en la distinta valoración del Estado.
En la pasada centuria la izquierda revolucionaria anunció que se acercaba el fin del Estado, a la vez que la derecha conservadora, ante la idea subversiva del fin del Estado, construyó como la forma de su legitimación, principalmente en Alemania, la noción de Estado de derecho. Hoy, en cambio, la izquierda residual es estatista y defiende al Estado como pivote irrenunciable de un orden social, democrático y de derecho, mientras que la derecha ultraliberal, en su utopía de un mercado mundial sin trabas ni regulaciones, cree asistir con alborozo a un vaciamiento del Estado que preludiaría su próxima desaparición. La izquierda ha pasado de una concepción de la democracia que se mostraba incompatible con el Estado -anarquistas y marxistas coincidían en que la realización de la democracia conlleva la desaparición del Estado- a una que lo necesita como soporte imprescindible. El fin del Estado, tal como lo concibe una derecha ultraliberal que no reconoce otra realidad que el mercado, y en ello hay que poner especial énfasis, comportaría el de la democracia, al menos tal como hoy está establecida.
Lo engorroso es que si la izquierda persiste en su estatismo económico tendrá que concluir lógicamente que sería deseable la vuelta al control estatal de la economía, con toda la inverosimilitud de esta propuesta, además de los riesgos conocidos.
Pero si abandona al Estado como el instrumento de acción deja sin base al Estado de bienestar y a las instituciones democráticas. Si para huir de estos riesgos la izquierda prefiere acomodarse a la política económica que impone la internacionalización de la economía y restringe la política social a las actuaciones que permita la economía realizada en este contexto en nada se distinguiría, salvo tal vez en el discurso propagandístico, de la que practica la derecha.

La izquierda del centro, de Tony Blair - 1998

LA IZQUIERDA DEL CENTRO
Artículo de Tony Blair en "El País" del 7-4-98
Es en la izquierda del centro, no en la derecha, donde actualmente está surgiendo una nueva forma de pensar. En esta izquierda del centro hay una unidad de objetivos sobre valores, prioridades y políticas. Esto quedará demostrado y fuera de dudas hoy, cuando los líderes de los partidos socialistas y socialdemócratas de toda Europa se reúnan en Londres para debatir nuevas ideas para la prosperidad económica y la justicia social.
La izquierda europea ha experimentado un renacimiento en la última década. A mediados de los años ochenta, la derecha parecía triunfar en la batalla de las ideas y en la lucha por la ventaja electoral. Pero hoy, partidos de centro-izquierda están en los Gobiernos de 12 países de la Unión Europea. Y la debilidad intelectual de la nueva derecha es cada vez más evidente. El desafío es ahora demostrar que tenemos perspicacia y determinación para marcar una nueva dirección en un mundo que experimenta un profundo cambio.
Siempre he creído que los valores de la izquierda del centro mantenían su fortaleza. Durante cien años hemos defendido una política basada en la justicia social, la solidaridad, la igualdad de oportunidades y la libertad para todos. Estos valores han sido responsables de las grandes innovaciones del siglo XX: el sufragio universal, el Estado de bienestar, unas condiciones justas de trabajo. Son un gran regalo para el nuevo siglo. Pero ahora, tras la larga división de Europa y de la política europea debida a la guerra fría, es hora de aplicar esos valores a los nuevos desafíos.
El alcance del cambio es inmenso. Nuestra economía forma parte de una red global en rápido movimiento. Nuestras empresas se enfrentan al reto de la competencia masiva global. Por eso, la innovación y la pericia son la clave de la ventaja competitiva. Nuestras sociedades se ven reconfiguradas por una revolución en las oportunidades vitales de las mujeres. La gente quiere mayor control de su propia vida, más responsabilidad de las instituciones políticas, más capacidad de respuesta y honestidad por parte de los políticos.
Por eso hablo de una Tercera Vía. No podemos volver a las políticas de éxito seguidas durante el largo boom económico entre 1945 y 1973. No deberíamos aceptar el individualismo de libre mercado de la derecha de los años ochenta. No necesitamos un confuso compromiso entre estas dos épocas anteriores: un poco de la izquierda y un poco de la derecha en incómoda alianza. Lo que necesitamos, en su lugar, es una Tercera Vía, distinta en su adhesión a los duraderos valores de la izquierda del centro y radical en su búsqueda de medidas políticas modernas que satisfagan las necesidades de hoy.
El gran debate en política económica no gira en torno a la macroeconomía. Todos formamos parte de un sistema global en el que los mercados están sometidos a un duro juicio sobre asunción de riesgos económicos. Pero es necesario un Gobierno que sea activo en educación y formación, en lograr abrir los accesos al capital y a los mercados de trabajo, en la promoción de la competencia en los mercados de productos y en la coordinación de la inversión en infraestructura de primera clase.
Los mercados dinámicos deberían estar al servicio de las sociedades de éxito y no al revés. Es tarea del Gobierno fomentar la capacitación y la oportunidad, equipar a la gente con las herramientas necesarias para ganar prosperidad y romper las barreras que la frenan. El éxito del Gobierno holandés de Wim Kok a la hora de reducir el paro es un modelo en este sentido.
En política social, el reto es ofrecer seguridad en un mundo en cambio. Necesitamos medidas específicas para atajar la exclusión social: la combinación de educación pobre, vivienda pobre, criminalidad elevada, ruptura de la familia y mala salud, que puede separar de cuajo a comunidades enteras del conjunto de la sociedad. Todos nos enfrentamos a este problema. Pero hay ejemplos que ofrecen esperanza: en Dinamarca, las reformas del Estado de bienestar creadoras de una agencia activa de inclusión social han tenido resultados asombrosos. En Francia hay un enfoque igual de impresionante del mismo problema.
Nadie debe ser privado de oportunidades y, a cambio, todo el mundo debe ser responsable. Ésta es la síntesis entre individuo y comunidad que genera esperanzas para la creación de una sociedad cívica y moderna. Durante demasiado tiempo nos ha paralizado la oposición entre lo individual y lo colectivo. Pueden y deben estar unidos, no siempre a través del Estado, sino de unas redes sociales y comunitarias fuertes.
El reto para la política es acercar el Gobierno a la gente y reestructurar los servicios públicos en torno a la vida de las personas, en lugar de esperar que la gente moldee su vida en torno a la estructura del Gobierno. Un buen ejemplo es Italia, que está comprometida con un programa de reforma de amplio alcance para simplificar su legislación y su Gobierno y acercar más los servicios a la gente.
Por último, en lo que a política internacional se refiere, debemos ser decididamente internacionalistas; no aislacionistas. Esto significa compartir el poder allí donde sea apropiado hacerlo, ajustando la autonomía en las cuestiones que no necesitan ser atendidas de forma centralizada. Creo en una Europa con ilustrados intereses propios. La globalización es una realidad. La paz y la seguridad sólo pueden ser garantizadas colectivamente. El mundo va hacia bloques comerciales más amplios. Esos factores hacen que la Unión Europea sea una necesidad práctica y crucial. Juntos somos más fuertes que separados. Pero debemos siempre explicar y justificar nuestra visión, y la elección de adónde y cómo nos acercamos determinará el que nuestros pueblos acepten estos cambios o se rebelen en contra de ellos. Esto también es una Tercera Vía: nos integramos si tiene sentido integrarse, pero si no lo tiene celebramos la diversidad que aporta la subsidiariedad.
Soy perfectamente consciente de que el nuevo Gobierno de Gran Bretaña sólo tiene 11 meses de duración. No tenemos el largo historial de algunos de nuestros homólogos europeos. Pero me siento orgulloso de cómo hemos empezado. Nuestro programa de mejora educativa es un intrépido intento de acabar con la enfermedad británica de dar una educación excelente a una élite de alumnos en lugar de a la mayoría. Nuestro programa de 3.500 millones de libras en prestaciones para el empleo de los jóvenes y parados de larga duración es un intento de gran alcance para atajar la exclusión social. Nuestras reformas en la toma de decisiones económicas, cambios en el sistema impositivo y apoyo a la iniciativa empresarial demuestran que se puede compartir competitividad con unas condiciones decentes de trabajo. Nuestro programa de reforma constitucional -descentralización, libertad de información, derechos para los ciudadanos- era necesario desde hacía tiempo. Y nuestra actitud comprometida y constructiva con respecto a la política europea es, en mi opinión, esencial para nuestro futuro: nuestra herencia explica el que no podamos unirnos al euro en la primera fase, pero estamos comprometidos a ser socios entusiastas en la construcción de una Europa fuerte y abierta.
La izquierda del centro tiene un oportunidad única. Hemos entendido los desafíos del futuro. Tenemos una reserva de innovación política con capacidad de éxito en la que basarnos. Estamos en sintonía con las demandas de la gente a la que servimos, en contacto con sus preocupaciones y defendemos sus necesidades. Creo que podemos encontrar una Tercera Vía que adopte los valores históricos de la izquierda y los ponga en práctica de una forma nueva, combinando las dinámicas economías de mercado con la cohesión social. Es una perspectiva excitante que, creo, ofrece grandes esperanzas a todos nuestros países. A Gran Bretaña; y a toda Europa.
Tony Blair es primer ministro del Reino Unido.

Centro de la izquierda, izquierda del centro, de Andres Ortega - 1998

CENTRO DE LA IZQUIERDA, IZQUIERDA DEL CENTRO
Artículo de Andrés Ortega en "El País" del 9-3-98
Blair busca un marchamo progresista. De hecho, le importa más este rótulo o el de radical que el de laborista (aunque sea «nuevo»). Su intento de atraer a Bill Clinton hacia un proyecto modernizador y progresista amplio e internacional puede resultar positivo, si sirve para llevar al mundo del Partido Demócrata de EE UU hacia posiciones más avanzadas. Pero la iniciativa, que se ha de plasmar en mayo al margen de la reunión en Londres del Grupo de los Ocho, seguida de una reunión de partidos a finales de año o principios de 1999, corre el peligro de limitarse a una operación mediática.
Blair está activo en el frente político internacional, aprovechando el trampolín de una presidencia semestral de la UE en la que Londres va a hacer más de árbitro que de otra cosa ante la decisión crucial de la moneda única europea en mayo. La víspera de la conferencia europea que el próximo jueves ha de dar el pistoletazo de salida para el proceso de ampliación al Este, Blair ha convocado a los líderes socialistas de los 21 países que integran el Partido de los Socialistas Europeos, a los de los primeros aspirantes, y, por vez primera, a los de la previsible segunda ola (Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania). Toda una primicia que revela su interés por capitalizar políticamente su buena situación.
Pero, sobre todo, como declaró tras su viaje a EE UU, Blair está empeñado en la idea de lanzar un movimiento, en un principio de personas, pero cada vez más de organizaciones, que atraiga a las fuerzas progresistas de más allá del Atlántico, incluido el brasileño Cardoso, que tanto le ha impactado. Ahora bien, aunque muchas cosas acercan a Blair y Clinton, otras muchas les separan pese a cierta coincidencia de lenguaje, por ejemplo, al hablar de programas como el Welfare to Work, que habría que traducir por algo así como de la «subvención al trabajo», que cobra significados bien distintos en una u otra orilla del Atlántico.
¿Trata Blair de constituir una suerte de Internacional Radical -a la que podría apuntarse un Gerhard Schröder que pretende cortarse por este patrón- que compitiera con la Internacional Socialista (IS) desde esa posición que se viene a calificar de liberalismo social? No parece que sea así. La vieja IS, tras la orfandad en que quedó al perder a Willy Brandt y hoy en proceso de renovación con el encargo recibido por Felipe González, pretende, como indican algunos, situarse a la izquierda del centro no sólo en Europa, sino, lo que es más difícil, como referencia global. Blair -como Schröder- aspira a situarse en la izquierda del centro. Reunir ambos espectros bajo una única carpa podría crear una fuerza bastante dinamizadora, un foro amplio de discusión desde la izquierda y el centroizquierda, que vaya más allá de los partidos socialistas y socialdemócratas, y que es lo que predomina claramente en estos momentos en Europa. No es fácil. Ideas, desde luego, no sobran.
La iniciativa de Blair podría, sin embargo, tener una dimensión negativa: que se construya un frente anglosajón frente al modelo social continental europeo, que para Clinton y Blair no sabe crear suficiente empleo, aunque sí parezca preservar una mayor cohesión social. Pues de estas iniciativas puede salir tanto un caballo de Troya -temor de los socialistas franceses o italianos- como un impulso creativo. A estas alturas es difícil precisar. Los cinco principios propuestos a debate por Blair en su entrevista a The Guardian son de interés, y muchos podrían compartirlos como base de discusión: gestión estable y prudencia económica; cambio de énfasis en la acción del Estado hacia la educación o las infraestructuras; reforma del Estado de bienestar para que no lo desmantele la derecha; reinvención del Gobierno y descentralización; e internacionalización. Ahora bien, lo que difícilmente aceptarían los socialistas o socialdemócratas sería que Blair y Clinton se pusieran de acuerdo sobre una agenda programática y luego invitasen a los demás a subir al carro.

La "tercera via" holandesa, de Ruud Lubbers- 1997

LA "TERCERA VÍA" HOLANDESA
Artículo de RUUD LUBBERS, ex primer ministro holandés, publicado en "La Vanguardia" del 21-9-97

E l contraste entre, por una parte, un esmirriado Estado del bienestar con un rápido crecimiento del empleo en Norteamérica y, por otra parte, un costoso sistema de bienestar social con un paro persistentemente alto en la mayor parte de Europa ha dado origen a un nuevo debate.
¿Está la vía del futuro en el modelo norteamericano, tal como dijo el presidente Bill Clinton en la reunión de dirigentes del grupo de los Siete y Rusia a principios de este verano? ¿Puede el generoso sistema de bienestar y seguridad en el trabajo de los europeos sobrevivir a la globalización, como pretenden demostrar los franceses con su nuevo Gobierno socialista? ¿O bien hay una "tercera vía" entre ambos caminos, como insiste en decir el primer ministro británico Tony Blair?
Creo que hay una tercera vía, como se ha visto en la práctica en Holanda. Inevitablemente, todo comentario sobre una tercera vía gira en torno al caso holandés porque hemos abordado con éxito el problema del paro que atormenta al resto de Europa, aunque al mismo tiempo se mantiene dentro de la tradición europea que hace hincapié en la calidad de la vida más bien que en el crecimiento a toda costa.
¿Qué es, pues, la "vía holandesa"?
Lo primero que hay que entender por lo que se refiere al éxito holandés de los años noventa es que se trata de un producto de la "enfermedad holandesa" de los años setenta. Simplifiquemos una serie de muchísimos y complicados acontecimientos ocurridos a lo largo de muchos años.
En los años sesenta, el Estado de bienestar holandés fue financiado por el crecimiento real de la productividad que fue el resultado de inversiones en infraestructura, educación y orientación profesional.
En los años setenta, sin embargo, el Estado del bienestar se había visto "saturado" por medio de una combinación de ceguera política y la fácil tentación de incrementar rápidamente la renta nacional a base de las reservas de gas natural. Los incentivos equivocados habían empezado a corroer la disciplina holandesa. Al llegar al año 1992, el paro estaba aumentando estructuralmente a razón de un 2,5 por ciento anual. Como respuesta a esta situación, fue elegido un nuevo Gobierno con la misión de curar la enfermedad holandesa y restaurar el equilibrio de nuestra sociedad.
Adoptando una postura de no insensatez, el nuevo Gobierno rompió con la ortodoxia keynesiana del pasado mediante la reducción del déficit presupuestario (recortando las subvenciones y congelando los salarios de los funcionarios, así como frenando el gasto del sector público, entre otras medidas), prestando mayor atención a una política de inversiones y dando prioridad a la creación de puestos de trabajo por encima del aumento de la renta personal.
"Empleo, em pleo, empleo", era la consigna. Uno de los primeros actos de este enfoque consistió en amenazar a los patronos y a los sindicatos con una congelación salarial a menos que se avinieran todos ellos a encontrar una forma de moderar el crecimiento de los sueldos e idear un programa de nuevos puestos de trabajo mediante el llamado "reparto del trabajo".
Las presiones de ese Gobierno dieron como resultado el acuerdo de Wassenaar, que tal es el nombre del pueblecito próximo a La Haya donde patronos y sindicatos se reunieron para superar la antigua fórmula de los convenios colectivos.
En Wassenaar iniciaron una nueva tendencia hacia un sistema de negociaciones en las que la moderación salarial por parte de los sindicatos sería compensada con la creación de nuevos puestos de trabajo a tiempo parcial, planes de jubilación anticipada y reducción de horas de trabajo. (Más adelante, la creación de puestos de trabajo temporales por los patronos pasaría a ser un medio adicional para dar acceso al mercado laboral a los jóvenes en busca de empleo.) Este acuerdo de "restricción salarial a cambio de puestos de trabajo" fue el verdadero principio del milagro holandés.
En vez de unos pactos sectoriales, se procedió a establecer contratos hechos a medida para cada empresa y sus empleados, a fin de lograr la máxima flexibilidad al fijar el número de horas de trabajo y el número de puestos de trabajo. De este modo, por ejemplo, un matrimonio podría tener un puesto y medio de trabajo en lugar de dos puestos a tiempo completo, dando con ello más margen en su vida personal para otras actividades, incluyendo la educación de los hijos.
Al principio, naturalmente, fue difícil encontrar fórmulas para el "reparto del trabajo". Y hubo enfrentamientos entre el Gobierno y los sindicatos, de modo especial a propósito de los recortes salariales para los funcionarios.
Al llegar al año 1986, empero, los beneficios de los nuevos acuerdos eran ya lo suficientemente evidentes para que el Gobierno fuese reelegido en unos comicios arrolladores. La política de no insensatez había sido rentable políticamente.
Con ese nuevo mandato, el Gobierno procedió a dar el siguiente paso y reestructuró los sistemas de incentivo del Estado de bienestar, haciendo que las empresas y los individuos corriesen más riesgos y el Estado tuviese menos cargas.
Con arreglo al sistema reestructurado, los individuos ya no podían contar tanto con la generosidad del Estado si perdían sus puestos de trabajo o se negaban a aceptar empleos peor pagados o menos atrayentes. Las empresas, que habían pasado a quedar casi expoliadas por el sistema de bienestar holandés, ya no podían eliminar de sus nóminas al personal mayor o al afectado de incapacidad, con la esperanza de que el Estado correría con todos los gastos.
Con el tiempo, y debido en buena parte al hecho de que iba entrando en el mercado laboral una nueva generación de trabajadores, el nuevo sistema de Estado de bienestar recortado y de "restricción salarial a cambio de empleo" fue aceptado plenamente.
Gracias al éxito de esta fórmula equilibrada, aplicada a lo largo de los años, se ha creado un sentido de confianza social entre patronos y sindicatos. Desde luego, se ha impuesto en el país una atmósfera positiva a medida que cada uno de los interlocutores ha visto que el cambio introducido actuaba en beneficio suyo. Desde el punto de vista político, esta confianza ha significado que las discrepancias entre los partidos ha disminuido de tal manera que la continuidad del sistema se ha revelado como posible con independencia de la coalición que ha estado en el poder. El actual primer ministro, Wim Kok, es un socialdemócrata y ex dirigente sindical. No obstante, en coalición con los conservadores, está continuando la política de mi anterior Gobierno regido por los democristianos.
Aunque la nueva vía holandesa fue emprendida antes de la tendencia a la globalización que empezó en el periodo posterior a la guerra fría, el actual mundo con menos fronteras permitiría reforzar la necesidad de que las sociedades pudiesen organizarse con mayor flexibilidad. A diferencia de la mayor parte del resto de Europa, por lo tanto, nosotros los holandeses no hemos reaccionado con temor a la globalización, sino que la hemos aceptado como un reto positivo.
Al propio tiempo, es cierto que los holandeses no pretenden maximizar el producto nacional bruto per cápita. Estamos más bien tratando de lograr una alta calidad de vida, una sociedad participativa y viable que tenga cohesión.
De ese modo, en tanto que la economía holandesa es muy eficiente por hora de trabajo, el número de horas de trabajo por ciudadano es más bien limitado. Al llegar 1996, el 36,5 por ciento de la fuerza de trabajo holandesa estaba empleada a tiempo parcial. Nos gusta que sea así. Hay más margen para todos aquellos aspectos importantes de nuestra vida que no forman parte de nuestro trabajo, por los cuales no cobramos y para los cuales nunca tenemos tiempo suficiente.

Una nueva izquierda, de Ulrch Beck - 2006

EL PAÍS
UNA NUEVA IZQUIERDA
Ulrich Beck en “El País” del 17.11.06

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Quien deseaba, tras la caída del muro de Berlín, que la imaginación política de la izquierda -liberada del dogmatismo marxista- alcanzara el poder, siente una profunda decepción.
Es poco probable que los países europeos sigan siendo Estados modernos, acomodados y avanzados, si los partidos políticos de Europa siguen actuando como jubilados. Estoy horrorizado ante la falta absoluta de análisis sobre la situación de Europa en el mundo y de nuevas ideas que exploren lo político.
¿Dónde está la izquierda? Callada. ¿Qué dicen los sindicatos? Han enmudecido. ¿Qué proponen los intelectuales? Nadie responde. Si realmente hay algo por cosechar, son las contradicciones podridas del árbol de la ciencia de la derecha.
El pensamiento ha perdido su capacidad política respecto a todos aquellos problemas que mueven el mundo, desde la protección del medio ambiente, pasando por la interdependencia de la economía mundial, hasta los movimientos migratorios y las cuestiones regionales y globales referentes a cómo alcanzar la paz. Todo aquello que da fuerzas al nacionalismo en Europa es, irónicamente, de ámbito internacional: el desempleo masivo, la afluencia de refugiados, las guerras y el terrorismo.
¿Y qué hay de la izquierda? Como tantas otras cosas, la izquierda se ha desmigajado y pluralizado. Si por un lado se diferencia lo "proteccionista" de lo "abierto al mundo" y por el otro lo "nacional" de lo "transnacional", entonces se pueden distinguir cuatro maneras de ser hoy de izquierdas: la proteccionista, la neoliberal (la tercera vía), la que vive encerrada en su ciudadela y la cosmopolita.
En todas partes se reclama "flexibilidad", lo que al fin y al cabo quiere decir que un patrón tiene el poder de despedir a su empleado con más facilidad. Los empleos serán más fácilmente rescindibles, lo que significa "renovables". La consecuencia es que cuantas más relaciones de trabajo sean "desregularizadas" y "flexibilizadas", más rápidamente se transformará la sociedad de trabajo en una sociedad del riesgo, en la que ni el modo de vida, para los individuos, ni las medidas, para el Estado y la política, serán previsibles.
La izquierda proteccionista se ha formado oponiéndose a esta política económica de la inseguridad. Su hechizo y su antídoto: la negación colectiva de la realidad. Estos representantes victoriosos de un proteccionismo del Estado social, nacional y de izquierdas sencillamente no quieren admitir que la crisis del sistema social no es coyuntural.
Acaba una época, que en Europa ha dado la impresión de que efectivamente hubieran sido resueltos todos los grandes retos para garantizar a la mayoría de las personas una vida segura y en libertad. Quien considere sagrado el volumen y el nivel de las prestaciones del Estado del bienestar -ante los previsibles desplazamientos en la pirámide de población, ante la reducción de la oferta de trabajo retribuido en el capitalismo digital y ante el aumento de demanda de trabajo retribuido- pone en peligro todo el conjunto.
El nacionalismo miope de la izquierda proteccionista (a la que tienden también comunistas y ecologistas) hace más fácil convertirse a la derecha xenófoba. Pues en la defensa del "nacionalismo del bienestar" las ideologías de la derecha y de la izquierda van de la mano.
La izquierda neoliberal se toma en serio el desafío de la globalización, busca un nuevo vínculo entre el Estado nacional y el mercado global, formulado en el programa político de la tercera vía, en particular en el Nuevo Laborismo. En palabras de Anthony Giddens, se trata de un intento de adaptar el programa de la socialdemocracia a un mundoque en las últimas cuatro décadas ha cambiado radicalmente. Precisamente la izquierda neoliberal se ha creado una identidad oponiéndose a la izquierda proteccionista. Por un lado, quiere acceder a las "nuevas realidades" con una política reformista de izquierdas. Por el otro, sigue estando atada al contenedor mental y a la idea de hacer política de ámbito nacional. Quien quiera cambiar algo bajo estas premisas incuestionables tiene que ser "injusto", restar y rechazar derechos.
Los reformadores neoliberales del Estado social pueden buscar con razón la comprensión y la aprobación para esta "necesidad patriótica" de ser obligatoriamente injustos. Sin embargo, fracasan en el hecho de que el margen de maniobra de los Estados se ve reducido al dilema entre financiar un menor nivel de pobreza a cambio de un alto nivel de paro (como ocurre en la mayoría de países europeos) o bien aceptar una pobreza evidente con un nivel de paro algo menor (como en Estados Unidos).
La izquierda que vive encerrada en su ciudadela (difícil de distinguir de una derecha también encerrada en su ciudadela) muestra los dientes cuando entra en contacto con los extranjeros.
La Unión Europea está a favor de proteger las fronteras nacionales con remedios europeos. Los Estados con una economía fuerte siguen una política de doble moral económica, al reclamar a otros países los principios de la economía libre de mercado, mientras que protegen su mercado interno de los "ataques extranjeros". Y esto no sólo es aplicable a la competencia económica, sino especialmente a la inmigración.
En lugar de ver en una política de apertura a la inmigración controlada una ventaja estratégica para la Europa dramáticamente envejecida, se valora la inmigración de manera globalmente negativa y se responde a ella con la construcción de la "Europa fortaleza", con amplio consenso de partidos y Gobiernos.
Muchos opinan que la izquierda cosmopolita es una izquierda idealista sin aparatos de partido y sin posibilidades de llegar al poder. A esto puede responderse: existe una afinidad electiva escondida entre las cuestiones del poder y las cuestiones de la igualdad. Se puede incluso decir que la cuestión de la igualdad se ha convertido en el núcleo de la cuestión del poder. Esto es válido en el marco nacional, pero también en la interrelación a la vez local y mundial entre las culturas y las religiones.
La renuncia a la utopía significa la renuncia al poder. La renuncia abierta a la utopía es un cheque en blanco al abandono de la política por parte de la propia política. Sólo quien es capaz de entusiasmarse, gana apoyos y conquista el poder.
El redescubrimiento de la cuestión de la igualdad es, al fin y al cabo, más realista que el supuesto realismo de los pragmáticos del "ir tirando". Sin embargo, presupone una idea de la política distinta, no nacional.
Todos los Gobiernos y todos los partidos políticos se plantean la cuestión clave de cómo limitar políticamente los riesgos desenfrenados del flujo de capital mundial. ¿Por qué no hacer entonces ambas cosas? ¿Ahorrar al máximo y desarrollar y explorar de nuevo la política en el ámbito transnacional, para así crear las condiciones para poder organizar los mercados globales y las soluciones a los problemas clave nacionales?
La respuesta a la globalización consiste en una mejor coordinación internacional de las políticas nacionales; en controles supranacionales de los bancos y de las instituciones financieras más fuertes; en una reducción de la competencia fiscal desleal entre los Estados, y en una colaboración más estrecha entre las organizaciones transnacionales y la consolidación de éstas conforme a una mayor flexibilidad política y legitimidad democrática. Éstas son vías, quizás las únicas, para recuperar el margen de maniobra nacional de la política. El camino para alcanzarlo es el método del realismo cosmopolita. Un toma y daca multilateral con el que, al final, cada uno pueda solucionar mejor sus problemas nacionales.
El vacío de legitimidad de las empresas transnacionales es evidente y temen la fragilidad de sus mercados. A largo plazo, no pagar impuestos y reducir o deslocalizar puestos de trabajo no debería ser suficiente para recuperar la confianza y estabilizar mercados. ¿Por qué entonces no seguir la estrategia política combinada? Por un lado, reducir los costes de trabajo y, por el otro, plantear abiertamente la pregunta de con qué contribuyen a la democracia en Europa las empresas que obtienen cada vez más beneficios con cada vez menos trabajo.
¿Por qué no reconocer la diversidad de trabajos autónomos precarios y hacer que esta autonomía precaria sea previsible para los individuos, gracias a una política social de protección básica (prestaciones de salud y pensiones independientes de las ganancias, financiadas por todos)? ¿Y por qué no hacer posible que las personas tengan por un lado mayor independencia, allanarles el camino y crear un marco de condiciones para ello, y por el otro reforzar las competencias del Estado y fundar de nuevo la cultura democrática y la igualdad social?
Éstos son los trabajos de Hércules con los que una izquierda cosmopolita puede desarrollar su perfil y su autoconciencia, y probar su eficacia.
La recuperación del poder y de la utopía son dos caras de la misma moneda. Cuanto más pequeña sea la política, cuanto más dependiente se haga de la propia adaptación a las presuntas leyes del mercado, tanto más débil será, hasta que acabe con ella misma y se entierre. También vale lo contrario.
Cuanto más imaginativa, más creíble y grande en su entusiasmo se convierta la pretensión de hacer política, tanto más fuerte será, porque reactivará su propia lógica interna y su independencia frente a la dinámica de la economía mundial.
Muchos se atrincheran, se conforman y murmuran mientras pasan el rosario de los posmodernos (fin de la política, fin de la historia...); entretanto, a su alrededor vuelve a irrumpir lo político. Pero precisamente en el sentido de una nueva idea de lo político que cabe reconocer, comprender y ensayar.
Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Múnich. Traducción de Martí Sampons

jueves, 29 de octubre de 2009

Las huellas de la religión en el camino del socialismo - Reyes Mate - 1985

EL PAÍS
TRIBUNA: REYES MATE
Las huellas de la religión en el camino del socialismo
TRIBUNA LIBRE
REYES MATE 03/01/1985
Hace más de 10 años que un grupo de cristianos y marxistas se especializaron en el diálogo entre ambas doctrinas, recuerda el autor de este trabajo. La religión en España es un asunto público, y el socialismo, en su opinión, debe volver la vista atrás para ponerse al día, pues nace como abogado del lado oculto de la realidad, y aquel diálogo sigue teniendo vigencia hoy.

Para los sabios del lugar, religión y política son una mezcla explosiva de cuya manipulación nada bueno cabe esperar. Tampoco hay esperanzas de que hablando se clarifique un panorama que admite todo tipo de combinaciones: Dios con Reagan, Dios con Jomeini, Dios con el nacionalcatolicismo... Unos arreglos a la carta, de la que usted, por ejemplo, puede servirse.Si los sabios locales prefieren que el asunto no se airee es, sin duda, porque piensan que el lugar de la religión es el armario y mucho mejor si es el de la sacristía. Vana esperanza. En España Dios no es que ande entre pucheros, que decía Teresa de Ávila, sino en los mismísimos garbanzos. La religión es un asunto público. Y esa convicción guió la reciente convocatoria de Cristianos por el Socialismo para un debate sobre el viejo asunto de la religión y la política, en este caso, sobre el cristianismo y el socialismo.
Hace ahora más de una década este grupo de cristianos se especializó en un debate teórico -la revisión de la crítica marxista de la religión-, con claras connotaciones políticas: cuestionar las ortodoxias eclesiásticas y políticas que hablaban de incompatibilidad entre el socialismo y el cristianismo. Eran heterodoxos en su propia iglesia, que condenaba doctrinariamente al marxismo, y eran seres atípicos en algunos partidos de izquierda, que no estaban habituados a estos compañeros de viaje.
Eran otros tiempos. Ahora el socialismo ha perdido la seguridad doctrinaria de antes y busca sus señas de identidad. La religión, por el contrario, ha seguido un camino opuesto: hoy se predica con más seguridad que entonces. Entre ambos se da una coexistencia pacífica, lo que no significa que haya aumentado el mutuo aprecio teórico.
Los grandes tópicos del socialismo están sufriendo tal metamorfosis que cuestiones ingenuas como ¿qué es el socialismo? descolocan. Se dan respuestas para andar por casa y en ellas no aparecen conceptos que los han identificado en el pasado: planificación democrática de la economía, socialización de los medios de producción, división de la sociedad en clases, etcétera. En su lugar aparece un nuevo topos del socialismo: la modernidad.
La modernidad, o la modernización, es un vocablo polisémico. Significa, en primer lugar, actualización del sistema productivo en función de los adelantos tecnológicos y las exigencias del mercado. Pero en España la modernización tiene otra connotación, a primera vista paradójica: modernizar es recuperar un cierto pasado. Modernización es hacerse con la modernidad o, más familiarmente, con la Ilustración, entendida ésta no tanto como época fechable, cuanto como talante. Imponer al socialismo la tarea de hacerse con la Ilustración puede resultar fascinante a algunos pocos, pero desorientador para los más. De ahí que los socialistas más radicales desconfían de esa vuelta al pasado presocialista, sobre todo si se le relaciona con la querencia de ciertos políticos socialistas al neoliberalismo económico.
Aceptado el riesgo, quizá valga la pena intentar hacer ese extrailo viaje del socialismo, que para ponerse al día tiene que volver atrás. Metodológicamente, el invento no debería sorprender a nadie, y menos a los marxistas más confesos. Sabido es, en efecto, que el marxismo se ubica en esa historia de la emancipación humana, a la que aporta un grano de originalidad: exigir la creación de condiciones materiales que posibiliten los imperativos liberadores heredados. De ahí ese esfuerzo prometeico por reducir el cielo a la tierra, la humanidad al trabajador, la dialéctica histórica a la lucha de clases, la comunión de los santos a la sociedad sin clases. Haciendo así pensaba el marxismo colocar al hombre ilustrado en el camino de su protagonismo histórico: le hacía pasar de sujeto histórico, que decía la Ilustración, a sujeto de la historia, objetivo del socialismo.
Pero a lo mejor no hay que reducir tanto. Esas abstracciones de la Ilustración no eran, quizá, señales de una inteligencia adolescente, sino sabias prevenciones, fruto de historias contadas que Prometeo había aprendido en su niñez y luego olvidaron sus intérpretes. En esta reivindicación de lo abstracto, esto es, de horizontes no dominados por el hombre aplicado a su tarea de reducción feuerbachiana, hay ya una alusión a la religión. Recuérdese, en efecto, que la filosofía de la Ilustración se las tuvo que ver con la teología. Los ilustrados crearon las bases teóricas para que la ciencia, la ética y la política fueran cosas de hombres, a su medida y en su provecho. Lo consiguieron en dura lid con la religión. Pero no hay que olvidar que los nuevos sin-Dios se calentaban, como decía Nietzsche, con el rescoldo de un viejo fuego que habían encendido los dioses.
Por eso eran demasiado realistas como para aceptar que ese movimiento de emancipación heredado, y que ellos relanzaban, pudiera reposar satisfecho en sus proyectos o en sus logros. Demasiado fracaso, demasiado poco lo conseguido como para olvidar un anhelo de justicia absoluta, último derecho que reclamaban para sí los vencidos. Esa tradición la había heredado de manos de la teología de la historia, que ellos, los ilustrados, lógicamente negaban porque no creían en el cielo individual para cada muerto, sobre todo si era a cambio de que el gran inquisidor, como decía Dostoievski, comprara la libertad de los hombres con el pan de su hambre.
Una justicia absoluta
No lo creían, pero mantenían la exigencia de una justicia absoluta, no tanto porque el cielo pudiera hacer justicia a la víctima sacrificada, sino porque con ese imperativo cobraba la justicia humana toda su limitada condición. Por eso, a esa conciencia iba aneja la capacidad de rebelión contra sus limitaciones, palanca del movimiento emancipador. Los ilustrados secularizaron los contenidos cristianos en dos sentidos: primero, reduciéndolos a categorías humanas y, segundo, reconociendo en la realidad terrenal unas huellas que dejaba la tradición religiosa anterior. Fiel a este espíritu, decía Horkheimer que lo que distingue a un hombre progresista de otro reaccionario no es que el primero no cree en Dios y el otro sí, sino que aquél es consciente de las fronteras del hacer humano, y éste otro, no. Pues bien, en la tradición posilustrada, tanto la liberal como la socialista, se ha perdido esa capacidad de leer las huellas que fue la matriz de la filosofía de la historia, esto es, de una concepción progresista de los acontecimientos, recogida ejemplarmente en el socialismo. La presencia de estos cristianos en este debate sobre el socialismo pretendía contribuir a descifrar, descubrir y hasta reanimar las raíces de una tradición emancipadora que cada vez sueña y recuerda menos.¿Y eso qué significa políticamente? De momento, nada. Es una oferta de especulación filosófica que afecta de entrada a un punto perdido en la teoría socialista: ¿quién es el sujeto del proceso de emancipación?, ¿el bloque social progresista?, ¿el proletariado moderno?, ¿la sufrida clase media? Mucho antes que cualquiera de ellos es el hombre en cuanto frustrado y explotado. El movimiento emancipatorio es, en su raíz, el grito de la liberación de quien no está liberado. El socialismo es la teoría de los que no son sujetos históricos. Mientras se apoye en ellos podrá representar el movimiento político de liberación.
Alguien diría que esa sensibilidad está dentro del socialismo, en su talante ético. Y que no vale, por tanto, especular tanto para demostrar lo evidente. Efectivamente, el socialismo es sensible a ese dolor, a él responde su moralidad específica. Pero ése es el problema, que ha quedado reducido a una categoría moral. Pero, en el socialismo, la liberación del no-sujeto no es sólo un problema moral, es su razón de ser. La solidaridad que sólo es exigencia moral malamente aguantará las rebajas que impongan los condicionantes fácticos. Sólo cuando se vea en ella la concreción de un proyecto político podrá significar su postergamiento algo más que desazón de mala conciencia: será la señal de que no existe tal proyecto, y si existe, poco pinta.
La crisis del socialismo no es sólo estratégica, sino filosófica. Mientras está convencido de que con un análisis serio de la realidad dará con las claves de la emancipación, peligro hay de que no descubra más que lo que ya es evidente. Pero el socialismo nace como abogado del lado oculto de la realidad, el que no se ve, ni se analiza contablemente y apenas vota.
Ese convencimiento era el fruto de una cultura política de claras raíces ilustradas, aunque escasamente verbalizada en los proyectos políticos. Debería preocupar no sólo su olvido, sino que no se la eche en falta.
Reyes Mate es especialista en filosofía de la religión.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Genealogia de la Izquierda Cultural Estadounidense - 2008

CLARÍN
JORGE AULICINO

UPTON SINCLAIR, LA MORAL CALVINISTA Y LAS UTOPIAS REFORMISTAS DE LOS AÑOS 30
Genealogía de la izquierda cultural estadounidense
Sinclair encabeza la lista de escritores que mostraron el lado oscuro de su país
Un tono sepia, un virado al amarillo, al estilo del filme Barrio Chino de Roman Polansky, sería el adecuado para el retrato de Upton Sinclair, escritor y político socialdemócrata, autor de La jungla y ¡Petróleo! entre unas 80 obras en prosa. El mismo tono parece ajustarse al ambiente de California entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión que evoca ¡Petróleo!, la novela que ahora fue desempolvada y filmada por Paul Anderson. En la propia evocación de Sinclair, este sepia amarillento no sería nostálgico. Correspondería a un período industrial casi primitivo, como las fotos de esa etapa, no menos despiadada y compleja que la actual. Igualmente sepia era el color de la industria de Hollywood, a la que no hicieron asco muchos autores cuyos nombres configuran una etapa decisiva de la cultura de los Estados Unidos.Sinclair escribió sobre la industria -su tema más popular- y lo hizo con métodos industriales: fue un best seller de prosa fácil, pero incisiva. Vendió millones de ejemplares y ganó lectores en los idiomas más diversos, principalmente en ruso, después del inglés. No pudo evadirse de dos premisas genéticas de su pueblo: el amor por el héroe y el pionero y la convicción de que la reforma del sistema debe ser constante, para contrabalancear los abusos del individualismo y del heroísmo y la detestable corrupción, palabra que -sobre el fondo protestante de la formación estadounidense- tiene resonancias bíbli cas. En Sinclair, esa moral calvinista tomó el nombre de socialismo, con más reminiscencias de Thoreau -el predicador de la desobediencia civil- que de Marx.Entre la Primera Guerra Mundial y el macartismo, la cultura de los Estados Unidos estuvo inficionada de aquellas ideas. Joseph McCarthy, también calvinista a su modo, tenía razón en cierto sentido: Hollywood y las editoriales eran cuevas de "comunistas", si por comunismo se entiende a todas las formas ideológicas que tienen en común el cambio social. Algunos eran reformistas y otros eran realmente afiliados al Partido Comunista o simpatizaban con él. McCarthy, puritano reaccionario, hizo una purga estalinista. Y, una vez vencido, se hizo patente la sombra que lo acompañaba como a casi todo estadounidense forjado en el puritanismo: el alcohol.El 24 de octubre de 1929, el pánico provocó una venta masiva de acciones que derrumbó la Bolsa de Nueva York. La caída no pudo detenerse. Miles de indus trias cerraron, la desocupación llegó en un par de años a la cuarta parte de la población laboral. En 1933, el demócrata Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia y puso en práctica el "New Deal", una política de fuerte intervencionismo estatal. ¡Petróleo! fue publicada apenas dos años antes del "jueves negro" de Wall Street, refiere a una realidad imperante hasta 1929. La nación pasó de la épica al drama en un año. Chicago y Nueva York quedaron dominadas por la Mafia, cuyo desarrollo tuvo que ver principalmente con la ley de abstinencia alcohólica impuesta en los años 20, los "años locos". El jueves negro pronto convirtió en realidad la cara oscura del país que Sinclair había querido develar. La frase de Sinclair sobre sus novelas sociales es significativa en este sentido: "Yo apunté al corazón del público y por accidente le dí en el estómago".La Gran Depresión jugó a favor de los reformistas y de los comunistas. Aquello que denunciaban se hacía evidente. Sinclair Lewis, nacido en 1885, había publicado en los años 20 Calle Mayor y Babbitt, relatos descarnados sobre el vulgar materialismo de la vida estadounidense. Howard Fast, miembro del PC, escribiría en 1941 su obra cumbre, Espartaco, narración de un levantamiento de esclavos en el Imperio Romano que filmaría Stanley Kubrick. En 1933, John Steinbeck publica Las praderas del cielo, que inicia una serie de novelas sobre el país profundo. En esos años, John Dos Passos abarca -con su trilogía USA- la nación entera y el crecimiento del capitalismo. Clifford Odets, autor de Esperando al zurdo y creador del "teatro proletario" durante la Depresión, formó el grupo teatral de Nueva York con Elia Kazán, Lee Strasberg, Harold Clurman y Stella Adler. El modelo del grupo era el Teatro de Arte de Moscú.La "caza de brujas" golpeó a fondo a aquel movimiento. En las listas negras del macartismo figuraron Howard Fast, Dashiell Hammett, Lilian Hellman, Charles Chaplin, Elia Kazán, Arthur Miller, Lauren Bacall, Humphrey Bogart, Adolphe Menjou, John Ford y hasta Walt Disney. Treinta mil libros fueron censurados. Una época cayó mientras el Plan Marshall sacaba a Europa de las ruinas de la guerra y el capitalismo se encaminaba a su etapa de mayor brillo financiero.

Pier Luigi Bersani, nuevo lider de la Izquierda Democrata Italiana - 2009

EL PAÍS
Pierluigi Bersani, nuevo líder de la izquierda demócrata italiana
Ex ministro de Industria en los Gobiernos de Romano Prodi, el nuevo secretario general del PD ha conseguido más del 50% de los votos en las primarias de su partido
EFE / ELPAÍS.com - Roma / Madrid - 25/10/2009
Pierluigi Bersani ha sido elegido nuevo secretario general del Partido Demócrata (PD) italiano, principal partido de la oposición al Gobierno de Berlusconi. Según las declaraciones del secretario general saliente, Dario Franceschini, Bersani, quien fuera ministro de Industria y de Desarrollo Económico en los Gobiernos de Romano Prodi, D'Alema y Amato, ha conseguido más del 50% de los votos.

Las votaciones de los militantes del partido previas a estas primarias ya apuntaban a Bersani como favorito para suceder a Walter Veltroni, quien dimitió el pasado mes de febrero, tras la derrota de su candidato, Renato Soru, en las elecciones regionales de Cerdeña. En el Congreso del PD, celebrado el pasado 11 de octubre, Bersani obtuvo el 55,13 %.
Tras la renuncia de Veltroni, los delegados del partido eligieron a Dario Franceschini como secretario general temporal hasta las primarias de este domingo. El propio Franceschini se presentaba, junto a Bersani e Ignazio Marino, como candidato a estos comicios.
Bersani, de 59 años, apoyado por el ex primer ministro Massimo D'Alema, es además el responsable del departamento de Economía del partido y uno de los artífices del nacimiento del PD.
El PD es fruto de la agrupación de las dos principales formaciones de centro izquierda italianas, que en 2007 decidieron unirse para luchar contra la tradicional estabilidad de la política en Italia. El 14 de octubre de ese año Walter Veltroni fue elegido secretario general en un proceso de primarias en el que participaron entre 3,3 y 3,5 millones de electores. Sin embargo, en las legislativas celebradas en abril de 2008, a las que el PD se presentó coaligado con Italia de los Valores, los resultados fueron decepcionantes para el nuevo partido de la izquierda italiana.

Luchar contra la depresión - Paul Krugman - 2009

EL PAÍS
TRIBUNA: Primer plano PAUL KRUGMAN
Luchar contra la depresión
PAUL KRUGMAN 11/01/2009
Si no actuamos con rapidez y audacia", declaraba el presidente electo Barack Obama en un reciente discurso semanal, "podríamos experimentar una recesión económica mucho más profunda, que podría provocar un desempleo superior al 10%". Si me preguntan a mí, diría que Obama estaba siendo muy suave.


El hecho es que las recientes cifras económicas son aterradoras, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. La fabricación, en concreto, se está desplomando por doquier. Los bancos no prestan; las empresas y los consumidores no gastan. Las cosas como son, esto se parece mucho al principio de la segunda Gran Depresión.
¿Actuaremos con suficiente "rapidez y audacia" para evitar que eso ocurra? Pronto lo averiguaremos. Se suponía que no deberíamos hallarnos en esta situación. Durante muchos años la mayoría de los economistas creían que sería fácil evitar otra gran depresión. En 2003, Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, en su discurso presidencial ante la Asociación Económica Estadounidense, declaraba que "el problema principal para prevenir la depresión se ha resuelto, a todos los efectos prácticos, y lleva de hecho muchas décadas resuelto".
Milton Friedman, en especial, convenció a muchos economistas de que la Reserva Federal pudo haber frenado en seco la Gran Depresión simplemente proporcionando a los bancos más liquidez, lo cual habría impedido una drástica caída de la oferta monetaria. Es bien sabido que Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, se disculpó ante Friedman en nombre de su institución: "Tiene usted razón. Fue culpa nuestra. Lo sentimos mucho. Pero gracias a usted, no volveremos a hacerlo".
Resulta, sin embargo, que prevenir las depresiones no es tan fácil al fin y al cabo. Dirigida por Bernanke, la Reserva Federal está proporcionando liquidez igual que si fuera un equipo de bomberos tratando de apagar un fuego de gran magnitud, y la oferta monetaria ha crecido con rapidez. Pero el crédito sigue escaseando, y la economía continúa en caída libre.
La afirmación de Friedman de que la política monetaria podría haber evitado la Gran Depresión fue un intento de refutar el análisis de John Maynard Keynes, quien sostenía que, en situaciones de depresión, la política monetaria es ineficaz y que hace falta una política presupuestaria -gasto deficitario a gran escala por parte del Estado- para luchar contra el desempleo. El fracaso de la política monetaria en esta crisis demuestra que Keynes lo entendió a la primera. Y el pensamiento keynesiano está detrás de los planes de Obama para rescatar la economía.
Pero estos planes podrían resultar difíciles de vender. Los informes de prensa dicen que los demócratas esperan aprobar un plan con amplio apoyo de los dos partidos. Les deseo buena suerte.
Lo cierto es que la toma de posiciones políticas ya ha empezado, y los líderes republicanos están poniendo obstáculos a las leyes encaminadas a estimular la economía al tiempo que pretenden ser los adalides de una deliberación prudente en el Congreso, lo cual no deja de tener su gracia, teniendo en cuenta el comportamiento de su partido en los últimos ocho años.
Más en general, después de declarar durante décadas que el Estado es el problema, no la solución, por no mencionar las críticas a la economía keynesiana y al New Deal, casi ningún republicano va a reconocer la necesidad de aplicar a la crisis económica una solución de gasto a lo grande, al estilo Roosevelt.
Sin embargo, el mayor problema al que probablemente se enfrentará el plan de Obama es la exigencia de muchos políticos de que se demuestre que las ventajas del gasto público propuesto justifican sus costes, demostración que nunca se exige a propuestas de recortes tributarios.
Es un problema que Keynes conocía bien: regalar dinero, señalaba, tiende a recibirse con menos objeciones que los planes de inversión pública, "que, al no ser completamente despilfarradores, tienden a juzgarse de acuerdo con principios estrictamente 'empresariales". Lo que se pierde en dichos debates es el principal argumento a favor del estímulo económico, o sea, que en las actuales condiciones un aumento drástico del gasto público proporcionaría empleo a estadounidenses que de otro modo estarían en paro, y dinero que de otro modo se mantendría ocioso, y pondría a ambos a trabajar para producir algo útil.
Todo esto me hace temer por las perspectivas del plan de Obama. Estoy seguro de que el Congreso aprobará un plan de estímulo, pero me preocupa que el plan pueda retrasarse y/o rebajarse. Y Obama tiene razón: realmente necesitamos medidas rápidas y audaces.
Ésta es mi hipótesis de pesadilla: el Congreso tarda meses en ratificar un plan de estímulo, y la legislación que acaba aprobándose es demasiado cauta. Como consecuencia de ello, la economía se hunde durante la mayor parte de 2009, y cuando el plan empieza por fin a surtir efecto, lo hace sólo con fuerza suficiente para frenar la caída, no para detenerla. Mientras tanto, la deflación se instala, y empresas y consumidores empiezan a basar sus planes de gasto en la perspectiva de una economía permanentemente deprimida; y bien, uno puede ver en qué desemboca esto.
Por lo tanto, ésta es nuestra hora de la verdad. ¿Haremos realmente lo necesario para evitar la segunda Gran Depresión? -
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008.Traducción de News Clips. © 2008 New York Times News Service.

De la fe en el mercado a la fe en el estado - Ulrich Beck - 2008

EL PAÍS
TRIBUNA: ULRICH BECK
De la fe en el mercado a la fe en el Estado
Incluso los neoliberales más radicales suplican ahora el intervencionismo del Estado en economía y mendigan las donaciones de los contribuyentes. Eso sí, cuando había beneficios, los consideraban diabólicos
ULRICH BECK 15/04/2008
Primer acto de la obra La sociedad del riesgo global: Chernóbil. Segundo acto: la amenaza de la catástrofe climática. Tercer acto: el 11-S. Y en el cuarto acto se abre el telón: los riesgos financieros globales. Entran en escena los neoliberales del núcleo duro, quienes ante el peligro se han convertido de repente desde la fe en el mercado a la fe en el Estado. Ahora rezan, mendigan y suplican para ganarse la misericordia de aquellas intervenciones del Estado y de las donaciones multimillonarias de los contribuyentes que, mientras brotaban los beneficios, consideraban obra del diablo. Qué exquisita sería esa comedia de los conversos que se interpreta hoy en la escena mundial si no tuviera el resabio amargo de la realidad. Porque no son los trabajadores, ni los socialdemócratas o los comunistas, ni los pobres o los beneficiarios de las ayudas sociales quienes reclaman la intervención del Estado para salvar a la economía de sí misma: son los jefes de bancos y los altos directivos de la economía mundial.

Esta crisis es la historia del fracaso de un mercado que ocultó los riesgos del crédito inmobiliario
Por el interés común, al Estado sólo le queda intervenir y proponer una regulación supranacional
Para empezar, tenemos a John Lipsky, uno de los dirigentes del Fondo Monetario Internacional y reconocido fundamentalista del libre mercado, quien de pronto exhorta con una llamada alarmista a los gobiernos de los Estados miembros a hacer exactamente lo contrario de lo que ha predicado hasta ahora, esto es, evitar un derrumbe de la economía mundial con programas de gasto masivos. Como es sabido, el optimismo es inherente al mundo de los negocios. Cuando incluso él habla de que los políticos tendrían que "pensar lo impensable" y prepararse para ello, queda claro lo grave de la situación.
El fantasma de lo "impensable", que ahora es una amenaza en todas partes, debe por supuesto despertar el recuerdo de las crisis mundiales de los siglos pasados, y salvar a los bancos del abismo. Entra en escena Josef Ackermann, jefe del Deutsche Bank, quien confiesa que él tampoco cree ya en las fuerzas salvadoras del mercado. Al mismo tiempo, se retracta de su abjuración y afirma que no tiene dudas sobre la estabilidad del sistema financiero. Eso suena tranquilizador. ¿O no? Si el distinguido economista fuera sincero, tendría que admitir dos cosas: que la historia de esta crisis es una historia del fracaso del mercado, y que en todas partes gobierna el desconcierto, o más bien la brillante ignorancia.
El mercado ha fracasado porque los riesgos incalculables del crédito inmobiliario y de otros préstamos se ocultaron intencionadamente, con la esperanza de que su diversificación y ocultación acabaría reduciéndolos. Sin embargo, ahora se demuestra que esta estrategia de minimización se ha transformado en lo opuesto: en una estrategia de maximización y extensión de riesgos cuyo alcance es incalculable. De repente, el virus del riesgo se encuentra en todas partes, o por lo menos su expectativa. Como en un baño ácido, el miedo disuelve la confianza, lo cual potencia los riesgos y provoca, en una reacción en cadena, un autobloqueo del sistema financiero. Nadie tiene mejores certidumbres. Pero de pronto, ahora se sabe en todas partes que ya nada funciona sin el Estado.
¿En realidad qué significa riesgo? No hay que confundir riesgo con catástrofe. Riesgo significa la anticipación de la catástrofe. Los riesgos prefiguran una situación global, que (todavía) no se da. Mientras que cada catástrofe tiene lugar en un espacio, un tiempo y una sociedad determinados, la anticipación de la catástrofe no conoce ninguna delimitación de esta índole. Pero al mismo tiempo, puede convertirse en lo que desencadena la catástrofe, siempre en el caso de los riesgos financieros globales.
Es cierto que los riesgos y las crisis económicas son tan antiguos como los propios mercados. Y, por lo menos desde la crisis económica mundial de 1929, sabemos que los colapsos financieros pueden derrocar sistemas políticos, como la República de Weimar en Alemania. Pero lo que resulta más sorprendente es que las instituciones de Bretton-Woods fundadas después de la Segunda Guerra Mundial, que fueron pensadas como respuesta política a los riesgos económicos globales (y cuyo funcionamiento fue una de las claves para que se implantara el Estado del bienestar en Europa) hayan sido disueltas sistemáticamente desde los años 70 del siglo pasado y reemplazadas por sucesivas soluciones ad hoc. Desde entonces estamos confrontados con la situación paradójica de que los mercados están más liberalizados y globalizados que antes, pero las instituciones globales, que controlan su actuación, tienen que aceptar drásticas pérdidas de poder.
Como se ha demostrado con la "crisis asiática", además de la "crisis rusa" y la "crisis argentina", y ahora también con los primeros síntomas de la "crisis americana", los primeros afectados por las catástrofes financieras son las clases medias. Olas de bancarrotas y de desempleo han sacudido estas regiones. Los inversores occidentales y los comentaristas en general observan las "crisis financieras" solamente bajo la perspectiva de las posibles amenazas para los mercados financieros. Pero las crisis financieras globales no pueden "encasillarse" dentro del subsistema económico, como tampoco las crisis ecológicas globales, ya que tienden más bien a generar convulsiones sociales y a desencadenar riesgos o colapsos políticos. Una reacción en cadena de estas características durante la "crisis asiática" desestabilizó a Estados enteros, a la vez que provocó desbordamientos violentos contra minorías convertidas en cabezas de turco.
Y lo que era todavía impensable hace pocos años se perfila ahora como una posibilidad real: la ley de hierro de la globalización del libre mercado amenaza con desintegrarse, y su ideología con colapsarse. En todo el mundo, no sólo en Sudamérica sino también en el mundo árabe y cada vez más en Europa e incluso en Norteamérica los políticos dan pasos en contra de la globalización. Se ha redescubierto el proteccionismo. Algunos reclaman nuevas instituciones supranacionales para controlar los flujos financieros globales, mientras otros abogan por sistemas de seguros supranacionales o por una renovación de las instituciones y regímenes internacionales. La consecuencia es que la era de la ideología del libre mercado es un recuerdo marchito y que lo opuesto se ha hecho realidad: la politización de la economía global de libre mercado.
Existen sorprendentes paralelismos entre la catástrofe nuclear de Chernóbil, la crisis financiera asiática y la amenaza de colapso de la economía financiera. Frente a los riesgos globales, los métodos tradicionales de control y contención resultan ineficaces. Y a la vez, se pone de manifiesto el potencial destructivo en lo social y político de los riesgos que entraña el mercado global. Millones de desempleados y pobres no pueden ser compensados financieramente. Caen gobiernos y hay amenazas de guerra civil. Cuando los riesgos son percibidos, la cuestión de la responsabilidad adquiere relevancia pública.
Muchos problemas, como por ejemplo la regulación del mercado de divisas, así como el hacer frente a los riesgos ecológicos, no se pueden resolver sin una acción colectiva en la que participen muchos países y grupos. Ni la más liberal de todas las economías funciona sin coordenadas macroeconómicas.
Las élites económicas nacionales y globales (los dueños de los bancos, los ministros de finanzas, los directivos de las grandes empresas y las organizaciones económicas mundiales) no deberían sorprenderse de que la opinión pública reaccione con una mezcla de cólera, incomprensión y malicia. Pero el convencimiento certero de que, en una crisis, el Estado al final acabará salvándoles, permite a los bancos y a las empresas financieras hacer negocios en los tiempos de bonanza sin una excesiva conciencia de los riesgos.
No tiene que ver con la envidia social el recordar que los exitosos banqueros ganan al año importes millonarios de dos cifras, y los exitosos jefes de firmas de capital riesgo y de fondos especulativos incluso mucho más. En los tiempos que corren, los banqueros actúan como los abogados defensores del libre mercado. Si el castillo de naipes de la especulación amenaza con desmoronarse, los bancos centrales y los contribuyentes deben salvarlo. Al Estado sólo le queda hacer por el interés común lo que siempre le reprocharon quienes ahora lo reclaman: poner fin al fracaso del mercado mediante una regulación supranacional.
Ulrich Beck es sociólogo y profesor de la Universidad de Múnich y la London School of Economics. Traducción: Martí Sampons

Tesis Krugman - Joaquin Estefania - 2008

EL PAÍS
Joaquín Estefanía OPINIÓN
Tesis Krugman
Joaquín Estefanía 19/10/2008
Al tiempo que por necesidad cambia el ciclo ideológico de la economía -hoy nadie se acuerda del grito de la revolución conservadora "¡El Estado es el problema, el mercado, la solución!"-, la Academia Sueca ha concedido el Nobel de Economía al profesor de Princeton y columnista del New York Times, Paul Krugman. Ambos acontecimientos, una tendencia y una decisión, parecen coherentes. Krugman ha sido un feroz debelador de los mantras neocons ("el gran engaño", los denominó), con la fuerza de sus investigaciones científicas y de su gran capacidad divulgadora.

El Nobel mantiene que la polarización política y la desigualdad económica están unidas íntimamente
El economista como parte activa de la sociedad, el desprecio hacia los investigadores sociales de laboratorio, irrelevantes en el mundo de las ideas y exentos de influencia, han sido la práctica de Krugman anotada en sus numerosos libros. En ellos ha dispersado una serie de tesis de máxima actualidad en medio del oleaje financiero, de la posibilidad de una recesión global y a tres semanas de las elecciones presidenciales en EE UU.
1. Polarización y desigualdad. A la igualdad en lo económico corresponde la moderación en lo político. La polarización política en EE UU es en buena parte la causa del incremento de las desigualdades económicas: mientras una minoría no ha dejado de medrar, la mayoría de los ciudadanos apreciaba poco o ningún progreso. La desigualdad de ingresos resulta ahora tan elevada como en los veinte, y los niveles de confrontación política nunca han sido tan altos como hoy.
2. El secuestro del Partido Republicano. La polarización política no se ha producido porque los demócratas se hayan ido a la izquierda, sino porque el Partido Republicano ha derivado a la derecha extrema desde principios de los años ochenta con Reagan. El objetivo de los neocons -que se han apoderado del aparato republicano- ha sido acabar con la herencia de Roosevelt y su Estado de bienestar (la Seguridad Social, el seguro de paro, el Medicare, el Medicaid,...). Primero bajan los impuestos a los más acomodados, luego sube el déficit (Reagan, los Bush), aumentan los gastos de seguridad y defensa... ¿Cómo arreglarlo?: bajando las pensiones, esquilmando el welfare.
3. Cuestión racial, cuestión económica. En las próximas elecciones se confrontarán estas dos cuestiones, hasta ver cuál es la dominante. Dice Krugman que la cuestión racial resulta de capital importancia para explicar lo que ha sucedido en EE UU. Las secuelas de la esclavitud (pecado original del país) son la causa de que EE UU sea la única economía avanzada en el mundo que no garantiza la atención médica universal a sus ciudadanos.
4. Otro New Deal. Krugman, que apoyó a Hillary Clinton, defiende la necesidad de abrazar un programa decididamente liberal (socialdemócrata), destinado a extender la red de cobertura social y a reducir la desigualdad económica. Pero ahora, después del crash y de los planes de rescate, ¿con qué dinero financiar el New Deal? -

El fin del juego de la crisis - Paul Krugman - 2008

EL PAÍS
ANÁLISIS: Primer plano
El fin del juego de la crisis
PAUL KRUGMAN 21/09/2008
El domingo, el secretario del Tesoro, Henry Paulson, intentó trazar una línea en la arena contra rescates adicionales de entidades financieras en crisis; cuatro días después, frente a una crisis financiera fuera de control, muchos en Washington parecen haber decidido que el Gobierno no es el problema, es la solución. Lo impensable -una asunción estatal de mucha de la deuda contaminada del sector privado- se ha convertido en lo inevitable.

Las herramientas tradicionales de política monetaria han perdido su eficacia
El gran rescate del sistema financiero se acerca, la única duda es si se hará bien
Así es la historia hasta aquí: el auténtico shock tras el fracaso de la Fed en el rescate de Lehman no fue el desplome del Dow Jones, fue la reacción de los mercados crediticios. Básicamente, los prestamistas se pusieron en huelga: los inversores agotaron las existencias de deuda pública de Estados Unidos, que todavía se percibe como la más segura de todas las inversiones -¿si el Gobierno se va a la quiebra, cuánto puede valer cualquier otra cosa?-, y eso a pesar de que prácticamente no daba rentabilidad alguna, mientras que los prestatarios privados se quedaban ahogados.
Los bancos son normalmente capaces de prestarse dinero entre sí a tipo de interés sólo ligeramente por encima de las letras del Tesoro. Pero el jueves por la mañana, el tipo de interés interbancario medio era del 3,2%, mientras que el tipo de interés de los títulos del Tesoro a ese plazo era del 0,05%. No, no es un error de imprenta.
Esta huida hacia lo seguro ha cortado el crédito de muchos negocios, incluyendo el de los principales actores de la industria financiera, y eso, a su vez, nos conduce a nuevas grandes quiebras y más pánico. También está deprimiendo el gasto de las empresas, un mal asunto cuando las señales apuntan que la contracción económica se está agudizando.
Y la Reserva Federal, que normalmente asume el liderazgo en la lucha contra las recesiones, no puede hacer mucho esta vez, porque las herramientas tradicionales de política monetaria han perdido su eficacia. Normalmente, la Fed responde a la debilidad económica comprando letras del Tesoro, con el fin de hacer caer los tipos de interés. Pero a efectos prácticos, el tipo de interés de esos títulos es cero; ¿qué más puede hacer la Fed?
Bueno, puede prestar dinero al sector privado -y ha estado haciéndolo a una escala impresionante-, pero estos préstamos no han evitado que la situación se deteriore.
Hay sólo un destello de luz en el panorama: los tipos de interés hipotecarios han caído bruscamente desde que el Gobierno federal tomó el control de Fannie Mae y Freddie Mac y garantizó su deuda. Y hay una lección para aquellos preparados para escucharla: las tomas de control estatal pueden ser la única vía para hacer funcionar de nuevo al sistema financiero.
Algunos han estado elaborando esa tesis desde hace tiempo. Más recientemente, el antiguo presidente de la Fed Paul Volcker y otros dos veteranos de crisis financieras pasadas publicaron una carta abierta en The Wall Street Journal señalando que la única manera de evitar "la madre de todas las contracciones crediticias" es crear una nueva agencia estatal que "compre todo el papel problemático", es decir, que los contribuyentes asuman los activos dañados generados por el estallido de las burbujas inmobiliaria y crediticia. Viniendo de Volcker, esa propuesta tiene alta credibilidad.
Miembros influyentes del Congreso, incluyendo la senadora Hillary Clinton y el demócrata Barney Frank, presidente del Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, han estado manejando argumentos similares. Y el jueves, el senador Charles Schumer, presidente del Comité de Finanzas del Senado (y partidario de crear una nueva agencia para resolver la crisis) dijo a los periodistas que "la Reserva Federal y el Tesoro se están dando cuenta de que necesitamos una solución más integral".
El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y Paulson se reunieron el jueves por la noche con los líderes del Congreso para debatir una "aproximación integral" al problema.
No sabemos todavía en qué consistirá esa "aproximación integral". Ha habido esperanzadoras comparaciones con el rescate financiero ejecutado por el Gobierno sueco a principios de los noventa, un rescate que supuso la toma de control pública temporal de una gran parte del sistema financiero del país. No está claro, sin embargo, si las autoridades de Washington están preparadas para ejercer un grado semejante de control.
Y si no lo están, éste podría convertirse en la clase equivocada de rescate, un salvamento de los accionistas y del mercado, librando a la industria financiera de los efectos de su propia avaricia.
Más aún, incluso un rescate bien diseñado costaría un montón de dinero. El Gobierno sueco dedicó el 4% de su producto interior bruto, lo que en nuestro caso serían unos 600.000 millones de dólares, si bien la carga final para los contribuyentes suecos fue mucho menor, porque el Gobierno fue ocasionalmente capaz de vender los activos que había adquirido, a veces con un agradable beneficio.
Pero no merece la pena lloriquear (disculpe, senador Gramm) sobre las perspectivas de un plan de rescate financiero. El sistema político de hoy en día en Estados Unidos no va a seguir el infame consejo que Andrew Mellon [secretario del Tesoro de Estados Unidos de 1921 a 1932, durante el crash de 1929 que condujo a la gran depresión] le dio a Herbert Hoover [presidente de Estados Unidos de 1929 a 1933]: "Liquida la mano de obra, liquida las acciones, liquida a los granjeros, liquida los bienes raíces". El gran rescate se acerca; la única duda es si se hará bien.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton. (c) 2008 New York Times Service.

Los nietos de Keynes - Gonzalo Pontón - 2009

EL PAÍS
TRIBUNA: GONZALO PONTÓN
Los nietos de Keynes
GONZALO PONTÓN 08/06/2009
La depresión mundial reinante, la enorme anomalía del desempleo en un mundo lleno de necesidades, los desastrosos errores cometidos... nos ciegan para ver lo que está sucediendo bajo la superficie y nos impiden alcanzar la verdadera interpretación de los hechos". No, la cita no es de Paul Krugman, ni tampoco de Joe Stiglitz, ni se refiere a la neoplasia que padece ahora la economía global. Quien así se expresa es Keynes, en una conferencia pronunciada en Madrid en junio de 1930 titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos.

La tesis del mercado eficiente se basaba en una impostura intelectual. Apaga y vámonos
Se sorprenden de que un "caballero" como Madoff resultara un 'chorizo'
Pues bien, ahora los nietos de Keynes ya saben cuáles son esas posibilidades: más de lo mismo. Tras centenares, miles, de artículos y bastantes libros sobre la actual crisis económica, parece haber un consenso general sobre la sintomatología de la enfermedad: estenosis aguda de los mercados financieros, severa arritmia de los equilibrios globales, trombosis en las vías arteriales del dinero por la toxicidad de la deuda, colapso del empleo y metástasis generalizada.
No hay, en cambio, unanimidad sobre la patogenia: unos dicen que las tercianas del ciclo económico no habían sido erradicadas, otros, que las "expectativas económicas racionales" han sufrido un ictus, otros, aun, apuntan a una inmunodeficiencia adquirida del mercado.
Y mucho menos hay consenso sobre la terapéutica: antitérmicos para los tipos de interés o hipotensores para los impuestos, transfusiones de dinero directamente en vena o por vía parenteral, vitamina B12 para la demanda agregada o prozac para estimular la serotonina del consumidor...
Pero, desde luego, lo que no se ha visto es una asunción pública de responsabilidades por parte de los facultativos de guardia, que no advirtieron las primeras manifestaciones del desorden celular, ni de los internistas, que causaron daños yatrogénicos, ni de los especialistas, que favorecieron los intereses de la dirección del centro.
Los filósofos morales nos han mostrado el camino hacia la "vida buena" sin ocultar los males del recorrido. En términos económicos, se trataría de pasar del estadio de la necesidad al estadio de la "estabilización" (Keynes), o del estadio de la desigualdad al estadio del "comunismo" (Marx). Para llegar a puerto habría que sufrir una transición en la que se perderían libertades individuales: según Keynes, durante la etapa capitalista; según Marx, durante la dictadura del proletariado.
Ahora ya sabemos, por experiencia histórica, que la "dictadura del proletariado" nunca se produjo, pero sí la pérdida casi absoluta de las libertades individuales a manos de los dirigentes, burócratas y aparatchikis del régimen soviético.Dado el estadio evolutivo de la especie humana en que nos encontramos, parece que no estamos en condiciones de concebir otra transición posible hacia la "vida buena" que el capitalismo. Sea, pero no aceptemos que sus dirigentes, sus burócratas y sus aparatchikis impidan o prostituyan el estadio de transición. Me estoy refiriendo a los macroeconomistas, sobre todo a los de la escuela neoclásica, que son los que tienen más poder en los gobiernos, los bancos centrales, las entidades de crédito, los mercados de valores o las agencias de calificación del riesgo.
La "verdadera interpretación de los hechos" de estos mandarines de la economía es que lo que ha pasado "era imposible que sucediera". ¿Por qué? Por dos razones fundamentales: primera, porque el mercado es eficiente, se autorregula y, más pronto o más tarde, corrige sus fallos; segunda, porque es imposible que los mercados financieros valoren mal los activos, y por eso apenas requieren regulación. No crean que éstos son postulados exclusivos de los economistas neoclásicos, o "de agua dulce" (los de Chicago); también los neokeynesianos se tragaron en buena parte lo de las "expectativas económicas racionales". Éstas se deducen de modelos econométricos capaces en teoría de prever todas las contingencias futuras, incluido el riesgo, las variables aleatorias y los factores estocásticos. Sin embargo, Alan Greenspan, gurú de los economistas "de agua dulce", para tratar de explicar este inmenso fallo del mercado, ha dicho que "los modelos de gestión del riesgo son aún demasiado simples para capturar la entera dimensión de las variables críticas que gobiernan la realidad económica", y ha reconocido que la gestión monetaria de la Reserva Federal "se había basado en una imperfection" (la regulación innecesaria). Así, pues, ¿toda la tesis del mercado eficiente se basaba en una impostura intelectual? Apaga y vámonos.
En cuanto a la falta de regulación de las entidades financieras ("lo que está sucediendo bajo la superficie") se sorprenden de que un "caballero" como Bernie Madoff resultara ser un chorizo. ¿De veras no habían oído hablar nunca de John Law, de John Blunt, de Necker o de Cabarrús? ¿Ni tampoco de Charles Ponzi, Bernard Cornfeld, Drexel Burnham o Michael Milken? Dicen que es algo que no se va a repetir: "¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil!".
Ante tanta impostura ¿cómo es que la sociedad no dirige su indignación hacia estos popes? No toleramos los errores médicos garrafales que causan un mal. Y nos hubiéramos enfurecido con las autoridades sanitarias si no hubieran reaccionado preventivamente ante una amenaza tóxica como la gripe H1N1. ¿Por qué no lo hacemos con quienes no tomaron medidas para prevenir la deuda tóxica?
El profesor Robert Skidelsky, gran biógrafo de Keynes, está ultimando un libro sobre The Return of the Master en el que sostiene que el fracaso intelectual de esta crisis es responsabilidad de los economistas. Para él la economía es hoy una disciplina regresiva envuelta en el cartón piedra de las matemáticas y sugiere que se separen en distintas facultades los estudios de macro y de microeconomía.
Es un hecho que muchos macroeconomistas engreídos han abusado de la fiabilidad de sus modelos. En realidad, la carne de los modelos econométricos la pone la estadística, y la guarnición, un aparato matemático que no deja de ser una taquigrafía para escribir menos páginas y que, muchas veces, no es más que una tramposa deturpación de las matemáticas como ha denunciado en su libro L'illusion économique el profesor Bernard Guerrien. Eso sí, las pocas páginas que deja libres de ecuaciones están escritas en una jerga pretendidamente segregacionista que, a estas alturas, resulta tan casposa como insultante.
No cabe la menor duda de que los economistas tienen un gran papel que desempeñar junto al resto de científicos sociales para mejorar el mundo, pero deberían dejar atrás su obsesión, un tanto infantil, de querer parecer científicos naturales, porque esa pretensión, después de Kurt Gödel, resulta irrisoria, cuando no patética. Deberían entender su ciencia como la concibe el profesor Alfredo Pastor en su libro La ciencia humilde, porque siempre hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que caben en nuestra filosofía.
Quizás así algún día podrían ser tan útiles para la sociedad como los dentistas, máximo honor al que aspiraba para sus colegas aquel burgués británico, culto, refinado y extraordinariamente inteligente que se llamó John Maynard Keynes.
Gonzalo Pontón es el fundador de editorial Crítica.